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Los ríos y la vida

 

 

Lo observábamos atentamente. Sentados a su alrededor, clavábamos en él la mirada con la misma atención con la que años atrás escuchábamos los cuentos que nos contaban nuestros abuelos. Gonzalo tiene ochenta y cinco años y lleva toda la vida dando clases de literatura española en la Universidad de Columbia. De repente, nos mostró una edición reciente de El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, y dijo sonriente: Mirad, yo le hice el epílogo, y lo comentó con el mismo tono de quien dice que ha ido a comprar el pan.

 

Siempre me gustó acompañar a los escritores de mi generación. Lo hice como un acto de amor. Porque creo que las novelas que escribieron todos ellos –Delibes, Cela, Laforet, Sánchez Ferlosio, etc.– eran el mejor retrato de España. Novelas que no versaban sobre nada extraordinario. Solo contaban la vida en nuestro país.


Nunca he leído El Jarama. Pero me da vergüenza decírselo. El libro ni siquiera ha estado nunca en mi mesita de noche o en mi lista mental de libros para leer.

 

Es domingo por la tarde y en ese salón repleto de libros hay vino blanco y whisky. Gonzalo habla de El Jarama y cuenta que la narración transcurre en tan solo dieciséis horas. Tiene lugar en un domingo de agosto y los protagonistas son un grupo de chavales de Madrid que se van a bañar al río y hacia el final del día ocurre algo trágico: una de las chicas se ahoga.

 

Añade, enfadado, que muchos intelectuales de la época criticaron el libro de Ferlosio diciendo que era un peñazo y, además, muy vulgar. Se quejaban de que las conversaciones no iban a ninguna parte: eran parcas y secas .¿Pero hacia dónde tiene que ir la literatura sino justamente a ninguna parte, a contar lo pequeño, lo de cada día? Todos nos quedamos en silencio y él se encendió un pitillo.

 

Siguió narrando El Jarama como si fuera un cuento y todos presentes nos trasladamos en ese preciso instante a un río a las afueras de Madrid. En ese río no ocurrió más que una historia cotidiana. La de la vida, la de la muerte. Todo puede suceder en un día: en realidad nunca sabemos si volveremos a casa o no. Es cierto: en las escasas páginas de un libro puede caber la vida entera. Todo viene y se va, como esa muchacha que se ahoga. ¿Pero qué le ocurre a esa chica soñadora?

 

Esa chica solo quería sentirse querida. Hay que mirar y hacer las cosas con amor. Eso es lo que importa al final de la vida –y observa sonriendo a la mujer que tiene al lado.

 

No sé si es esta la conversación que esperaba mantener un domingo de junio por la tarde. Pero la retengo. Sobre todo, viniendo de él: operado recientemente de la cadera, casi sin poder moverse, pero con una mirada picarona y joven, rodeado de fotografías en blanco y negro. Pronto vuelve a hablar de esa chica que muere en el río. Dice que todo pasa rápido en El jarama. Porque también así es como pasa la vida.

 

Hace poco me hice con un libro que tiene un nombre extraño: Bluets, de Maggie Nelson. El librero me dijo que era un libro difícil de clasificar. Entre la prosa y la poesía.

 

¿Pero… es ficción? ¿Cuenta una historia?

En realidad creo que habla del amor.


Así que me lo compré y me sorprendí al leer la historia de una mujer que mediante entradas muy cortas narra su pasión por el color azul. ¿Enamorarse de un color? Hay gente para todo, pensé. Sin embargo, mientras traza la historia de ese color, aborda su vida, y ahí encontramos una historia dirigida a alguien que se ha marchado. No sé cómo, pero Nelson termina estableciendo paralelismos entre un color y un ser humano. Y lo que al principio me pareció un tanto exagerado –el amor por un color– terminó por convencerme cuando la autora se hizo la siguiente pregunta: «What kind of madness is it to be on love with something constitutionally incapable of loving you back?»

 

Aquella frase me dejó pensativa. A veces ocurre: uno se enamora de gente que es como un color, que pese a que sea precioso no tiene la capacidad de devolver aquello que se le da.

 

Sinceramente, no sé por qué pensé en ese libro el domingo por la tarde. Tampoco por qué estoy hablando ahora de él o lo relaciono con El Jarama o con lo que aquel hombre tan increíble trataba de explicar. Supongo que hablamos del amor constantemente y muchos decimos que es el centro de la vida. Tal vez el problema sea que nos pasa como a Maggie Nelson, que nos olvidamos de que los colores son colores. Que uno puede enamorarse del azul, claro, pero no por ello dejará de ser un color.

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