Ayer vi por primera vez el documental Inside Job. Tenía el DVD en casa hace mucho tiempo y había editado algún texto sobre él, pero por una u otra cosa al final no lo había visto. No colmó exactamente todas mis expectativas en lo que a comprensión de la crisis respecta. Si no fuera porque en 2008 mi compañera María Cuesta ya parecía saber todo lo relativo a los CDO y CDS como si ella misma los hubiera fabricado, y si no fuera porque tuvo la paciencia de explicármelo en detalle, con este documental no me habría enterado ni un poco en qué consistía ese producto, ni en cómo se produjo la infección en el resto del sistema financiero. Pero con el documental, además, me di cuenta del paralelo entre dos figuras: dos de los altos cargos que denuncian los excesos acaban metidos en escándalos de prostitución. Los sheriffs se iban de putas.
Quienes debían proteger el sistema tenían vicios inconfesables que les hicieron caer, y que probablemente dejó a los ciudadanos más a merced, si cabe, de los tiburones de Wall Street. De hecho, tanto Dominique Strauss-Kahn, ex director gerente del FMI, como Eliot Spitzer, ex gobernador de Nueva York, parecían asiduos a este tipo de servicios, pero sólo cuando alzan la voz contra lo que estaba pasando aparecen en las portadas de los periódicos. ¿Fue casual?
No parece que ninguno de los dos pagara esos servicios con dinero público o con las tarjetas de empresa, tal y como denuncia el documental que sí hace el 90% de los trabajadores de Wall Street, pero en Estados Unidos no importa lo que hagas con tu vida mientras el resto no se vea obligado a identificarse con la portada de The New York Times. El trabajo de Spitzer al frente de la oficina del fiscal general del estado de Nueva York le ganó el sobrenombe de El sheriff de Wall Street. Desde su puesto puso contra las cuerdas los abusos del mundo financiero y lo pagó caro, pero con él también perdieron, probablemente, los pequeños inversores y el ciudadano de a pie.
No me consta que el FMI, con Strauss-Khan al frente, hiciera nada similar ni persiguiera con tanta pasión los delitos de guante blanco. Sin embargo, su caso fue incluso más sonado que el de Spitzer, aunque a él también le pillaron en Estados Unidos. En Nueva York concretamente, en lugar de en París, donde residía habitualmente y en dónde se postulaba a la presidencia francesa.
Esto me suena a dos voces, dos casos de prostitución, dos dimisiones y una (sucia) victoria más de Wall Street.
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