Foto: Adrián García Pardo
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Este texto, dividido en dos partes, es sobre los sueños y lo que muestran, sus enseñanzas a los que los tienen, una vez despiertos, o a los que los leen, una vez entendidos.
La primera parte es el relato de un hombre en su huida del mundo, aunque fuese en sueños. La segunda parte es el relato de un encierro, hasta en los sueños.
Sueños muy diferentes, totalmente opuestos. Humanos.
Las etapas de una huida
El escritor, al que llamaremos así, estuvo durante años escribiendo sus sueños de vuelo. Estos cuatro fragmentos son un resumen de lo aparecido al respecto en el primer volumen de su autobiografía.
I
Al inicio, saltar muy alto por las calles de tus lugares más queridos, donde creciste y jugaste. Mantenerte en el aire unos instantes, aplazar la caída a tierra de nuevo. Ser capaz incluso de subirte de un salto a las altas farolas de noche desde la carretera, bajar de ellas con suavidad. Casi empezar a volar.
II
Luego, arrojarte desde las terrazas de los pisos más altos de los hoteles, donde veraneabas con tu familia junto al mar. Caer. Ser incapaz de emprender el vuelo y asustarte ante la inminente muerte. Morir de golpe. Despertarte aliviado y triste, por no estar muerto, pero no haber sido capaz de volar.
Te decías entonces, al despertar, que tenías que aprender a volar.
III
Más tarde, acudir a la Escuela de Vuelo: edificio alto de muchos pisos conectados a través de aberturas en el techo, así los estudiantes debían aprender a subir de una planta a otra volando, entrando por ellas. Había varios niveles: diferentes aberturas, grandes, pequeñas. El último nivel era la azotea del edificio, al que se llegaba por el orificio más angosto de todos, pues el nivel requerido era muy alto.
Decían allí en la Escuela que el vuelo debía ser la unión entre el volar de la gaviota y el de la golondrina.
Que la gaviota se deja llevar por el viento. Vuela alta, es capaz de bajar al mar veloz. Su vuelo es previsible, pacífico, tranquilo, blanco.
Que la golondrina vuela contra el viento, ágil. Vuela de forma imprevisible para comer insectos. Su vuelo es negro, agitado, violento, rápido.
Recordar el momento en el que llegaste a la azotea, allí estaban los Siete Maestros. La última prueba: conseguir sacar a una pantera negra de un cajón enorme sin techo incrustado en la azotea. Te decían los Maestros que era posible que la pantera, si era provocada todo lo necesario, consiguiese salir del cajón y caminar por la azotea.
Tú lo conseguiste, y aprendiste que aquellos no suficientemente preparados en el vuelo serían devorados por la pantera. El vuelo exigido era máximo. Tú lo lograste, ya volabas a tu antojo.
IV
Al final, evocar aquel día en la playa, soleado, al atardecer. Al mar. Volabas como si fueras gaviota y golondrina, planeabas y acelerabas, te dejabas caer, te alzabas. Volabas, al fin, de forma humana. Aquella tarde tenías el control absoluto del vuelo. Pensaste entonces en lo genial, en lo más grande posible al volar. Pensaste en salir de la Tierra, del planeta, ver todo desde arriba. Ver la Tierra desde lo más alto.
Empezaste a subir, cruzaste todas las capas. Ascendías cada vez más rápido. Te empezaba a faltar el aire. Seguías subiendo.
Pero empezaron a sonar unas sirenas y se encendieron unas luces rojas.
Viste la Tierra desde fuera un solo momento. Las sirenas te despertaron. Alguien se había escapado del planeta y las alarmas habían saltado. Ese alguien eras tú. Lo recuerdas muy bien. Tu sueño más fuerte jamás vivido.
Las etapas de un encierro
El escritor Juan Goytisolo, en su autobiografía Coto vedado, nos escribe acerca de un hombre al que entrevistó tras haber pasado más de veinte años en la cárcel por motivos políticos.
I
“Durante los primeros años en prisión, había soñado regularmente en ámbitos espejados: su casa, el pueblo, lugares y personas que conoció en calidad de hombre libre”.
II
“Luego, subrepticiamente, este ozono discreto se había enrarecido hasta agotarse: dejó de recordar, cuando dormía, el exterior de la cárcel. Si soñaba con su madre, su madre estaba presa. Si evocaba su pueblo, era un pueblo entre rejas. La prisión se había infiltrado en su fuero interno sin autorizarle escapatoria alguna. Las muchachas que había conocido en su juventud, heroínas de su libido nocturna, actuaban siempre en una escena penitenciaria. El castigo impuesto por el tribunal militar conseguía así, al cabo de los años, la victoria absoluta: encierro no solo físico, sino asimismo quimérico, imaginario, mental”.
III
“Este poder avasallador de lo real en los sueños le acosaba todavía de modo retroactivo a los dieciséis meses de circular suelto. Las nuevas amigas con quienes iba a la cama eran invariablemente presidiarias en la borrosa, elusiva trama de sus pesadillas. Las prisiones en donde se había podrido –rejas, muros, patios, guardianes– mantenían una vigencia cruel. Campo hermético, inexpugnable, sin posibilidades de evasión, su mundo interior permanecía anclado en la cárcel”.