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Los sueños y las responsabilidades

 

coney_island

 

«If you’re happy in a dream, Ammu, does that count?” Estha asked.

“Does what count?”

“The happiness – does it count?”

She knew exactly what he meant.

Because the truth is, that only what counts counts.

The simple, unswerving wisdom of children.

If you eat fish in a dream, does it count? Does it mean you’ve eaten fish?”

Arundhati Roy, The God of small things 

 

 

Cuando tenía veintitrés años, Delmore Schwartz escribió un relato llamado En los sueños empiezan las responsabilidades. Después, nunca volvió a escribir nada parecido. Sucedió igual que con Scott Fitzgerald, que terminó su gran obra antes de los treinta. Fue el precursor y maestro de autores como Bernard Malamud, Saul Bellow o Philip Roth, y sin embargo, Delmore Schwartz se quedó detenido, obstaculizado tal vez, por su propio éxito.

El relato de En los sueños... cuenta una historia inquietante: un joven de veintiún años está en una sala de cine viendo una película que resulta ser el cortejo de sus padres. Imágenes de su padre y de su madre se suceden sin que él pueda hacer nada. Atónito, observa cómo su padre acude a una cita a casa de los padres de su madre y cómo posteriormente le propone matrimonio en Coney Island. El joven está asustado y grita, queriendo intervenir en el curso de los acontecimientos. Debe impedir ese matrimonio ¿es que nadie más en la sala de cine se da cuenta? Él tiene una responsabilidad ante el futuro. Pero en la sala, los espectadores, lejos de darse cuenta, le amenazan: lo que tiene que hacer es callarse. Aunque el joven no lo hace. Él sabe que es un error, que de ese matrimonio no saldrá más que odio, reproches y dos hijos –uno de ellos, él mismo- tarados. Por eso, él siente que tiene el deber de detener toda esa farsa. Quien sueña, se dice, tiene unas responsabilidades. Así que el joven continúa gritando e intentando que el público se ponga de su parte, hasta que es expulsado del cine y despierta de su sueño. Ahí acaba el cuento. Aquí empiezan, sin embargo, las preguntas.

Nunca me quedó claro, cuando era niña, si lo que soñábamos existía. De facto, ya sabía que no pero ¿había sucedido algo de todo aquello? ¿Sucedería? ¿Teníamos alguna responsabilidad en aquello soñado? Leí hace años el relato de Schwartz y a menudo he pensado que si Schwartz nunca consiguió escribir nada parecido era porque con ese relato lo dijo todo. Todo lo que podría haber dicho con una obra de miles de páginas. Sí, quince páginas le bastaron. Después, debería haber intentado dedicarse a algo diferente. Porque en un relato de quince páginas pueden decirse muchas cosas; demasiadas incluso. Cosas como que los sueños son importantes. Cosas como que a menudo, estamos en una sala de cine intentando detener los acontecimientos de una película que nos atañe a nosotros. Y que no podemos hacerlo. Cosas como que los que tenemos alrededor prefieren que nos callemos. Y que sí, que cuando molestamos viene el acomodador para expulsarnos de la sala del cine para que no enturbiemos la paz de los que no quieren enterarse. Porque al fin y al cabo es mejor pensar que los sueños son sueños y nada más que eso.

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