Home Frontera Digital Los tesoros del valido

Los tesoros del valido

Este texto forma parte de la Serie de Cuentos de Sergei y que siempre me emociona

cap.

 Los tesoros del valido

Mientras paseaban por el jardín de la finca cercana a Shangai, «propiedad» de la familia Chang, a pesar de todos los avatares de la revolución maoísta, Sergei preguntó al Noble Ting Chang:
– Señor, sabes que soy un pobre rapaz nacido en las estepas de Mongolia, acogido por la benevolencia del Maestro en las chozas del monasterio, y que siempre he vestido una pobre túnica y calzado sandalias.
– ¿Qué es lo que te preocupa, Liebre que no da puntada sin hilo?
– Pues que, vestido así, en tu residencia de Shangai, tus colaboradores me van a mirar como a un pobre diablo.
– Es curioso, Sergei, cuando yo llegué pidiendo amparo en el monasterio para poder estar cerca del Maestro, esa era una de mis preocupaciones. Cómo vestirme, ya que ni era monje para vestir su hábito ni me podría desenvolver con comodidad con las ropas occidentalizadas que vestía como médico en la moderna Pekín. El Maestro se rió y me respondió contándome un cuento de los que tanto gusta. Se trataba del joven Ayâz que disfrutaba de la confianza del rey. Como tenía libre acceso a sus aposentos y lo acompañaba en sus momentos de ocio y descanso, despertó la envidia y los celos de los dignatarios de la Corte. Unos pretendieron atraérselo con regalos, otros alimentando su vanidad hablándole de su carrera futura en la burocracia imperial, mientras que otros buscaron desacreditarlo ante el rey porque veían que, algunas veces al día, el joven Ayâz se encerraba en una cámara en donde pasaba un buen rato.
Imaginaron que allí guardaba los regalos que le hacían y lo que por su cuenta robaría al soberano. Informaron al rey que, sin inmutarse, encabezó la comitiva al frente de los cortesanos para echar abajo la puerta de la cámara y descubrir los tesoros del joven Ayâz, que caminaba algo azorado. Cuando penetraron en la pobre estancia, la encontraron vacía excepto con un par de viejas sandalias y por una túnica limpia pero bastante raída. Conteniendo una emoción muy honda, el rey preguntó a Ayâz qué significaba aquello, a lo que el joven postrado en el suelo respondió:
«Señor, cuando me encontraste, yo vestía esa vieja túnica y esas pobres sandalias. Desde entonces, me colmaste con las riquezas de tu favor y con los tesoros de tu confianza. Para tenerlo presente, vengo aquí siempre que puedo y me siento en silencio para no olvidarme de la humildad de mi origen y de lo inmerecido de tus bondades».
– Entendido, Señor, es cierto que el Maestro está entre nosotros.
– No son el vestido ni la apariencia, Sergei, sino la actitud del corazón lo que cuenta.

José Carlos Gª Fajardo

Salir de la versión móvil