El tercer exilio del argentino Ciro Bustos comenzó en febrero de 1976, cuando el avión en el que viajaba procedente de Río de Janeiro aterrizó en el aeropuerto de Estocolmo. Unos meses antes, cuando aún vivía en la provincia argentina de Mendoza, Bustos había recibido una carta enviada por la Triple AAA —una organización de ultraderecha— con amenazas de muerte dirigidas contra él y contra su familia.
Bustos sabía que no podía tomarse a la ligera aquellas amenazas. Argentina vivía un período convulso. Eran los meses previos al golpe de Estado y la tensión social y política aumentaba de día en día. La extrema derecha ya había cometido varios asesinatos de activistas y de líderes de izquierdas. Si las amenazas se dirigieran sólo contra él tal vez no se las hubiera tomado tan en serio, pero incluían también a su esposa y a sus dos hijas. Decidió que no podía continuar por más tiempo en Argentina.
“Algunos de mis amigos habían pasado a la clandestinidad”, dice Bustos. “También nosotros —mi mujer, mis dos hijas y yo— lo intentamos. Cambiamos varias veces de casa y procuramos pasar inadvertidos, pero resultaba imposible. Mi nombre era demasiado conocido por las fuerzas de seguridad”. Los cambios de casa —varios domicilios en la extensa provincia argentina— no evitaron que sufrieran hasta tres allanamientos nocturnos llevados a cabo por la policía. Bustos recuerda lo aparatosos que eran aquellos allanamientos: el registro de la casa, los gritos, la incertidumbre de no saber si le detendrían. En varias ocasiones, pidió a las organizaciones de izquierdas en las que militaban sus amigos que le concedieran una casa segura, pero había demasiada gente que necesitaba esconderse y no tuvo suerte. Además, él no era un militante, sólo un compañero de viaje.
A través de una vieja amistad consiguió hacer llegar a las autoridades suecas aquella carta enviada por la Triple AAA junto con su solicitud para obtener asilo político en el país nórdico. “Fue increíble, a las 24 horas ya me habían autorizado la visa familiar”.
Unos años antes, tras el golpe en Chile, el Gobierno sueco había concedido asilo político a muchos chilenos que escapaban de una muerte segura a manos de los milicos pinochetistas. Entre 1973 y 1976, el cono sur americano fue una pesadilla de torturas, represión, exilio y muerte. Aquella experiencia había consolidado en la administración sueca un tejido burocrático eficaz que lograba resolver en poco tiempo los trámites de la concesión de asilo, por lo general lentos y llenos de obstáculos.
Tras la concesión del asilo quedaba por resolver el tema de la salida del país. “Las autoridades consulares suecas me propusieron celebrar una entrevista en la embajada sueca en Buenos Aires situada, si no recuerdo mal, entre la calles Corrientes y Florida. Yo me negué a que se celebrara en la embajada porque los servicios de seguridad argentinos la tenían fuertemente vigilada. Se terminó celebrando en el apartamento de un periodista sueco. Tras la llegada de la carta, nosotros habíamos tenido que abandonar San Rafael, en Mendoza, mi provincia natal, y nos habíamos instalado en un apartamento de Buenos Aires que nos prestó una amiga. En un primer momento, los suecos nos ofrecieron la posibilidad de salir toda la familia al mismo tiempo, pero me negué. Existían muchas probabilidades de que tuviera problemas en la frontera y mi familia se vería implicada si me detenían con ellos. Así que decidí salir del país solo y por carretera. Fue un viaje terrible, 55 horas de autobús hasta Río de Janeiro. Recuerdo que atravesé la frontera con Brasil de noche, lo que me ayudó mucho. A esas horas, los milicos no se molestaron demasiado en comprobar los documentos de los viajeros. Tuve suerte, mis credenciales eran bastante precarias. Viajaba con un papel firmado por el consulado sueco, un simple papel con un sello. Mi documento de identidad argentino ya estaba vencido y, por razones obvias, no podía renovarlo. Unos días más tarde volé desde Río de Janeiro hasta Estocolmo”.
La esposa y las hijas de Bustos no se reunirían con él en Suecia hasta un mes después debido a unas complicaciones a la hora de obtener sus documentos de viaje. Bustos dice que recuerda el mes de su llegada, marzo de 1976, porque uno o dos días después de su llegada a Estocolmo se produciría en Argentina el golpe de Estado del 24 de marzo.
Bustos repite en varias ocasiones que el recibimiento de las autoridades suecas fue espléndido. Les ofrecieron la posibilidad de escoger su lugar de residencia. Eligió la ciudad de Malmö porque era la ciudad más al sur del país, “la que más cerca estaba del cálido Mediterráneo”, dice sonriendo. El invierno sueco es duro, demasiado largo, muy frío y sin apenas luz solar. La familia Bustos, además, había aterrizado en Suecia procedente del verano porteño, y en el caso de Ciro en un vuelo desde la tropical Río de Janeiro. Aquel sería el primero de los muchos inviernos nórdicos que los Bustos pasarían.
“A nivel familiar, nuestra llegada a Suecia supuso que, por primera vez en mucho tiempo, pudimos establecernos en un lugar sin la previsión de realizar continuas mudanzas. Nuestras hijas habían cambiado ya de escuela demasiadas veces”. La familia Bustos alquiló un apartamento frente a la escuela pública en la que habían matriculado a sus hijas. “En Suecia, sobre todo mis hijas, comenzamos a disfrutar de una vida con una cierta estabilidad, algo de lo que habían carecido hasta entonces”.
Llevamos ya un buen rato conversando en el salón del apartamento de Malmö en el que vive Bustos desde hace unos pocos años. Fue la última de sus innumerables mudanzas. Sobre una de las mesas hay una edición reciente del diario El País. La habitación está presidida por un caballete de pintura y de las paredes cuelgan varios cuadros pintados por el propio Bustos. “Recién llegado a Malmö trabajé en el puerto, primero como operario y más tarde limpiando cámaras frigoríficas. En este trabajo tenía un turno de 6 a 10 de la noche, así que disponía de casi todo el día libre para estar con la familia y pintar. Con el tiempo logré vender algunos cuadros y más tarde reuní el dinero suficiente para poner un taller en el que impartir clases de pintura”. Bustos comenta que en aquellos días Malmö estaba muy cerrada en sí misma, para nada la ciudad multiétnica que es hoy, comunicada con Copenhagen gracias al puente de Oresun. Además, la comunidad argentina, a diferencia de la chilena, era pequeña y estaba poco organizada, por lo que la vida social de los Bustos no era muy animada.
El primer exilio
El primer exilio de Ciro Bustos había comenzado en 1958 —casi veinte años antes de su llegada a Suecia— mientras escuchaba un programa radiofónico que cambiaría su vida. El periodista argentino Jorge Masetti había conseguido reunirse en Sierra Maestra con los barbudos guerrilleros que estaban luchando contra el régimen del dictador cubano Fulgencio Batista. En su crónica, grabada en los campamentos perdidos en la selva de la vieja provincia cubana de Oriente, desde la que operaban los insurgentes, se recogía una entrevista con el Che Guevara. “Me impresionó la determinación que transmitía su voz”, comenta Bustos. “Con sus palabras resumía muy bien lo que yo sentía como argentino y como latinoamericano”.
Unos años antes, apenas alcanzada la mayoría de edad y una vez terminados sus estudios en Bellas Artes que había cursado, Ciro Bustos había decidido emprender un vagabundeo por el norte de Argentina. “Los jóvenes de mi generación discutíamos mucho de política. Se sucedían los discursos sobre lo que necesitaba nuestro país para cambiar y desarrollarse. Pero eran sólo eso, discursos. Ni siquiera conocíamos nuestro propio país. Éramos hijos de la burguesía urbana privilegiada. El Partido Comunista argentino no era muy distinto. Parecía que, a fin de cuentas, se conformaban con el estado de las cosas a nivel social y económico. Incluso se podría decir que contribuían en cierto modo a perpetuarlo. Hablaban, hablaban y hablaban, pero no hacían mucho para cambiar la situación. En tanto me llamaban a filas para realizar el servicio militar, decidí aprovechar ese tiempo para conocer mi propio país”.
Bustos, nacido en 1932, pasaría dos años de viaje iniciático, recorriendo sobre todo la provincia norteña de Salta, fronteriza con Bolivia. “Para financiar aquel vagabundeo realicé varios trabajos temporales. Recuerdo especialmente el tiempo que pasé trabajando como capataz en el ingenio azucarero más grande de la región, el Tabacal, propiedad de uno de los magnates más acaudalados de Argentina. Llegué allí para el tiempo de la zafra. La mano de obra estaba formada por indígenas reclutados en el Chaco salteño que eran transportados hasta la plantación en trenes de ganado. Muchos de ellos ni siquiera hablaban español. A cambio de unos pocos pesos, les hacían trabajar duro, en unas condiciones lamentables”. Aquella era una Argentina que Bustos apenas comenzaba a descubrir. Con desigualdades reales y seculares, inmunes a los discursos.
“La propuesta del Che era clara. Había que actuar si se querían cambiar las condiciones de desigualdad”. Bustos decidió en ese momento, tras escuchar las palabras del Che en la radio, que tenía que viajar a Cuba.
En aquel momento no intuía que comenzaría un viaje sin retorno que condicionaría el resto de su vida. Aunque entonces no lo sabía, abandonaba su país, a su familia, su clase social y su futuro —como miembro de esa reducida clase media en la que había nacido— para comenzar un peregrinaje que sólo alcanzaría un puerto seguro en 1976 con su exilio definitivo en Suecia.
Los preparativos para viajar a Cuba le llevaron bastantes meses. Aunque Bustos no militaba en el Partido Comunista argentino —nunca llegó a militar—, había intentado conseguir antes de su viaje una carta de recomendación del Partido a través del padre de un compañero de escuela. No se la dieron. Por aquel entonces, recuerda Bustos, el Partido no veía con buenos ojos la lucha armada que estaban llevando a cabo los insurgentes cubanos. Los consideraban una especie de aventureros exaltados.
Su desembarco en la isla no se produciría hasta 1961, con menos de doscientos dólares en el bolsillo y sin contactos. “Recuerdo que en el barco escuchamos las noticias del desembarco en Playa Girón”.
Tras la salida de Batista y la toma del poder por parte de los guerrilleros, había ido abandonado la isla una parte considerable de la burguesía cubana. El país necesitaba especialistas en casi todos los sectores de la economía. Desde médicos hasta técnicos en varias disciplinas.
Bustos fue enviado a Holguín para hacerse cargo de un taller de cerámica. “A mí, sin una cualificación concreta, me emplearon como una especie de Mandrake, alguien que podía resolver cosas. Me plantearon construir un horno de cerámica. Yo me propuse construir uno y lo logré tras varios intentos”.
Poco después le pedirían que viajara los fines de semana desde Holguín hasta Santiago para impartir en la Universidad unos cursos de apreciación del arte, una especie de seminarios en los que repasaba la Historia del Arte.
A la salida de una de aquellas clases le estaba esperando el petiso Granados, el amigo argentino del Che con el que realizaría un viaje iniciático a través de América Latina, convertido en película hace pocos años con el título de Diarios de motocicleta. “Recuerdo sus palabras: ‘Coincidencia de dos argentinos en sábado significa un asadito’”, dice Bustos. Desde ese día comenzó a quedarse en casa de Granados en sus viajes a Santiago.
Fue a través de Granados que Bustos entraría en contacto con el Che. “En un momento dado, Granados me dijo que el Che venía hasta Santiago y que quería verme. Pero no pudo ser. Tenía una fuerte gripe y no pude viajar para encontrarme con él”.
Cuando tiempo después logró reunirse por fin con el Che, éste le explicó muy claramente sus propósitos: formar un pequeño grupo de guerrilleros que entrase en territorio argentino para que reconocieran el territorio y explorasen la posibilidad de comenzar en esa zona un movimiento guerrillero. Al frente de ese pequeño grupo estaría Masetti. Luego se sumaría el Che. La idea era comenzar un movimiento guerrillero. Además de ser argentino, Bustos les resultaba especialmente útil puesto que conocía bastante bien la región norteña de Salta en la que contaban operar.
El entrenamiento de los nuevos guerrilleros fue intenso. Una parte muy importante consistió en la preparación física y en el manejo de armas. Bustos, además, se especializó en labores de inteligencia: transmitir mensajes cifrados, labores de logística, etcétera. El entrenamiento en Cuba se completó con estancias en Praga y Argelia, país que había logrado recientemente su independencia de la metrópoli francesa.
Estamos en 1962. La tensión entre los dos bloques alcanza uno de sus momentos más tensos con la crisis de los misiles. Países como Argelia, antigua colonia, habían conseguido la independencia y las grandes potencias se disputaban sus lealtades y sus recursos económicos y geopolíticos. Todos esos factores condicionarían el calendario de la operación guerrillera en el norte de Argentina.
Casi nada saldría bien en aquella operación.
“Se cometieron errores. En aquella primera operación y más tarde en Bolivia. De eso no cabe duda. Pero hay que entender el momento que se vivía. El entusiasmo que había generado el triunfo de la Revolución cubana estaba aún muy fresco. No nos parecía descabellado poder extender la lucha armada —el único medio que considerábamos como efectivo para cambiar las cosas— a otros países de América Latina”, comenta Bustos.
Tras aquella incursión guerrillera en el norte de su país, en los años que siguieron hasta el inicio en 1966 de su siguiente operación guerrillera, en Bolivia, Bustos se dedicaría sobre todo a establecer una red de contactos entre los militantes izquierda dispersos por toda la geografía argentina. Fueron tiempos de clandestinidad e identidades falsas. Bustos recuerda que en la mente del Che —empeñado en aquel tiempo en operaciones guerrilleras internacionalistas, como su lucha en Angola— siempre estuvo el objetivo de lograr una revolución en su propio país, Argentina.
El segundo exilio
El segundo exilio de Ciro Bustos comenzó en Bolivia en 1970, cuando salió de la cárcel amnistiado por el gobierno boliviano. Había cumplido ya tres de los más de treinta años de prisión a los que le habían sentenciado. El que comenzó al atravesar las puertas de la prisión sería el exilio más largo y el más doloroso que tendría que afrontar.
El 20 de abril de 1967, Ciro Bustos había sido detenido por el Ejército boliviano en la provincia de Santa Cruz. Desde hacía meses había estado actuando como enlace logístico y de inteligencia entre los grupos guerrilleros que operaban en la zona comandados por el Che Guevara. Junto a Bustos habían sido también detenidos el filósofo francés Régis Debray y un periodista inglés, George Andrew Roth.
Los tres detenidos fueron sometidos a interrogatorio durante varios días por los militares bolivianos. Los interrogatorios fueron supervisados por agentes de la CIA.
La detención se producía después de que se hubieran producido ya un par de enfrentamientos directos entre el Ejército y los guerrilleros, el 23 de marzo y el 10 de abril. Además, se habían suscitado algunas deserciones de guerrilleros. Bustos recuerda que el Che les ordenó dejar el contingente guerrillero para realizar tareas logísticas. “El propio Che anotó en su diario que cuando nos dio la orden a mí no me pareció bien. Aunque la acaté”, comenta Bustos.
Seis meses después de la detención de Debray, Roth y Bustos, el resto del contingente guerrillero que aún resistía en la sierra de la provincia de Santa Cruz fue neutralizado. La mayor parte de los guerrilleros murieron en los combates con los militares bolivianos. Otros, como el Che Guevara, fueron capturados con vida y fusilados sin un juicio previo. La CIA no repitió con Bin Laden el error que cometió con el Che: tomar una fotografía de su cadáver. La foto se convertiría en una imagen icónica, la representación de un Cristo de Mantegna.
No se tardó mucho en establecer una relación entre la detención de Bustos y sus compañeros y el posterior aniquilamiento del resto de los guerrilleros. La historia poseía los elementos necesarios para ser considerada una tragedia y Ciro Bustos fue escogido —“por todos y por nadie en concreto”, según sus palabras— para representar el papel del traidor, el chivo expiatorio de aquella operación guerrillera fallida que, desde muchos puntos de vista, había sido un despropósito. Para muchos, Bustos se convertiría en el Judas que delató al Che Guevara.
Bustos habla pausado, y relata los sucesos con esa facilidad de palabra tan argentina. Hablamos de aquellas largas semanas de interrogatorios. Cuando fue detenido, Bustos contaba con una documentación falsa. En esa documentación él figuraba como Carlos Alberto Frutos, de profesión ingeniero, miembro de un comité de ayuda a presos políticos. Les contó a los interrogadores que su labor en el comité se limitaba a escribir artículos sobre los presos que se publicaban en revistas de circulación limitada. Bustos asegura que en aquellos primeros momentos su objetivo primordial era mantener durante el mayor tiempo posible la farsa de su identidad como Carlos Alberto Frutos. Su esperanza era que sus enlaces clandestinos en Argentina se enterasen de su detención y tomasen las medidas de seguridad oportunas para evitar su localización antes de que las autoridades argentinas descubriesen su verdadera identidad tras estudiar sus huellas dactilares que les habían enviado los bolivianos.
Cuando Bustos entendió que sus interrogadores sabían quién era y cuál era el verdadero motivo de su presencia en el país modificó su historia sirviéndose de su biografía real para construir un relato falso pero verosímil. “Aunque yo traté de venderles una biografía edulcorada (pintor, para nada subversivo, que trabajaba en campañas pacifistas y en movimientos contrarios a la bomba atómica), llegó un punto en el que me di cuenta de que conocían mi verdadera identidad casi mejor que yo: mendocino, pintor, diletante de izquierdas reconocido, amigo de pintores y escritores comunistas, etcétera”. De todas formas, su estrategia le había permitido ganar un tiempo precioso. Bustos dice que no detuvieron a ninguno de sus enlaces en Argentina y que aún se siente orgulloso de ello.
Los interrogadores le dijeron que si de verdad era pintor lo demostrase dibujando los retratos de sus amigos los guerrilleros. Bustos dibujó los retratos de varios guerrilleros barbudos. Uno de esos retratos era del Che Guevara. Según Bustos, el Ejército boliviano y la CIA conocían ya la presencia del Che en Bolivia, así como que operaba, bajo el nombre de Ramón, en compañía de un grupo de guerrilleros cubanos, peruanos y bolivianos. Dado que ya sabían de su presencia en Bolivia, al dibujar el retrato del Che, según Bustos, creaba una coartada perfecta para dibujar retratos falsos de otros guerrilleros. Además, el propio Che, antes de despedirse, le había dicho: “Si ves que ya conocen mi presencia aquí, dispáralo de una vez y trata de hacer mucho ruido. Así podré volver a usar mi boina”. Bustos insiste en que aquellos dibujos —que muchos han utilizado para señalarle como traidor— no fueron más que “un artificio para acompañar una falsa confesión y cubrir la seguridad de militantes reales en Argentina, y no sirvieron nada más que para eso. Nadie fue ni siquiera molestado allí”.
Ese retrato del Che, supondría el inicio de una pesadilla para Ciro Bustos. Motivaría que se le acusara de traidor y se mantuviera esa acusación durante más de 25 años, reproducida en artículos de prensa y en biografías supuestamente académicas del Che Guevara. “En realidad, mi imagen de traidor nunca ha sido formulada expresamente”, señala Bustos. “Ha ido creciendo como van creciendo las cosas en la prensa. Hecha de retazos, de afirmaciones parciales y silencios, conscientes e inconscientes”.
“Tras ser liberados, viajamos a Chile. Allí seríamos recibidos por las autoridades chilenas. Pocos meses antes, Allende se había hecho con la presidencia. Fue en esos días cuando comencé a darme cuenta de que mi nombre se había asociado ya a esa nebulosa de rumores e insinuaciones. Apenas recién liberado de la cárcel, comenzaba esa otra condena que caería sobre mi persona, acusado de haber traicionado al Che”, comenta Bustos.
Redención
El ex guerrillero argentino llevaba ya veinte años de exilio en la ciudad sueca de Malmö cuando en la primavera de 1995 recibió la visita del periodista estadounidense Jon Lee Anderson, que por aquel entonces se encontraba escribiendo una biografía del Che. “Jon Lee contaba quedarse un par de días en Malmö y terminó quedándose aquí en mi casa una semana”, dice Bustos. Durante aquella semana, Bustos y Anderson pasaron horas conversando, rescatando los recuerdos de aquel viejo guerrillero exiliado ahora en el sur de Suecia. Anderson utilizaría el relato de Bustos, junto a otros muchos, para reescribir algunos de los pasajes más mistificados de la figura del Che. Al propio Bustos aquellas conversaciones le supusieron una especia de catarsis. Decidió que comenzaría a escribir sus memorias.
Años más tarde, en 2001, se estrenaría un documental sobre su vida realizado por un par de jóvenes suecos. Se tituló Sacrificio: ¿Quién traicionó al Che Guevara? Las conversaciones que llevó a cabo con aquellos dos realizadores suecos durante la preparación del documental terminaron de decidirle a continuar con más empeño el proyecto de autobiografía que ya había emprendido y que progresaba lentamente.
En un momento de ese documental, los realizadores suecos se acercan a Régis Debray para preguntarle por su versión de los hechos. Al fin y al cabo, Debray también fue interrogado por los bolivianos y por la CIA, y estuvo en la misma posición que Bustos para llegar a ser considerado un traidor. En sus memorias, Bustos critica a Debray por su comportamiento en la cárcel. “Se comportó como un niño mimado. Uno de sus progenitores, no recuerdo si su padre o su madre, tenía una buena relación con Charles De Gaulle, y Debray contó en todo momento con el apoyo de la embajada francesa en Bolivia. También recibió apoyo de muchos intelectuales europeos y latinoamericanos de la época. Incluso le hicieron llegar sus libros. Su relación conmigo y con el otro guerrillero detenido fue pésima. Pero quiero dejar claro que no le acuso de haber delatado al Che. Ni el ni yo dijimos a los interrogadores nada que no supieran. De hecho, ninguno de los dos sabíamos, por ejemplo, dónde estaban situados los principales campamentos base de la guerrilla”, comenta Bustos.
La autobiografía de Ciro Bustos, titulada El Che quiere verte, no se publicaría hasta el año 2007 en la editorial Vergara de Argentina. Un volumen en el que repasa con todo cuidado sus peripecias como revolucionario y trata de explicar el ambiente social y política que se vivía en América Latina durante los años sesenta. Con motivo de la publicación del libro, Bustos viajó a Argentina por primera vez desde su salida en 1976 rumbo al exilio. Dice que el viaje le alegró, aunque reconoce que se sintió raro. Muchas de sus amistades habían muerto. A otras no pudo localizarlas, y en sus encuentros con gente a la que hacía tanto tiempo que no veía no pudo evitar una incómoda sensación de extrañeza. “Eran demasiados años fuera de La Argentina. Mi vida ahora está aquí, en Malmö. Aquí viven mis hijas y mis nietos”, dice.
Mientras hierve el agua para preparar el café, Bustos me enseña su cuarto de trabajo. Hay un par de estanterías llenas de libros. En una de ellas se pueden ver ediciones de novelas escritas en español, sobre todo de autores latinoamericanos. Dice que su pasión lectora comenzó cuando era un crío y se rompió una pierna. Tuvo que pasar bastante tiempo inmovilizado y lo dedicó a leer. Puede leer en sueco, pero se fatiga enseguida. Comenta que hace años le resultaba muy difícil conseguir libros en español. Ahora es más fácil. Aún así cuando regresó del viaje de presentación de su libro en Argentina lo hizo con las maletas cargadas de libros.
Otra de las estanterías de su cuarto de trabajo está ocupada casi en su totalidad por libros dedicados al Che Guevara y a la Revolución cubana. En algunos de ellos, biografías del Che y memorias de ex guerrilleros, se habla de Bustos como del Judas que traicionó al Che. “Resulta sorprendente como ninguno de esos autores —algunos de ellos, en teoría, académicos— hicieron el menor esfuerzo para contactarme. Hubiera sido muy fácil localizarme, como hizo Jon Lee Anderson. Nunca me he escondido”, comenta Bustos no sin cierto enfado.
Sobre el Che Guevara se han escrito cientos de libros y miles de artículos. Muchos de ellos recogen testimonios de gente que lo conoció y lo trató. Versiones necesarias para componer el collage de su vida, aunque no todas igualmente útiles en toda su extensión para reconstruir sus pasos. Ni igualmente verídicos. Los libros de memorias contienen inevitablemente dosis de parcialidad y subjetividad, y aunque en ocasiones ofrecen relatos que contradicen la versión oficial de la Historia ayudando a reescribirla, no siempre resulta fácil cribar qué ocurrió de verdad y qué debemos considerar puro relato subjetivo. No es extraño leer relatos contradictorios de unos mismos hechos, narrados por distintos protagonistas de esos mismos hechos. La Historia se va filtrando así gota a gota, como en un viejo alambique, a través de una enrevesada serpentina de verdades y mentiras, de medias verdades y medias mentiras que sólo con el tiempo consiguen destilarse en un brebaje no adulterado y medianamente bebible.
Bustos dice que al escribir sus memorias de aquellos años trató de ofrecer un testimonio personal y al mismo tiempo lo más objetivo posible de sus años como guerrillero. Me dice, sin embargo, que es muy consciente de que la historia se escribe casi siempre al margen de sus protagonistas y en no pocas ocasiones directamente contra ellos.
Antes de despedirnos, mientras tomamos una taza de café, le pregunto si ha regresado a Cuba desde su salida de la cárcel en 1970. Me dice que no. “Aunque me habría gustado. Por varias razones. Una de ellas, aunque pueda parecer una tontería, porque en todos estos años no he dejado de preguntarme si aquel horno para cerámica que construimos en Holguín con tanto esfuerzo, por el método del ensayo y del error, sigue aún en pie y funcionando”.
Lino González Veiguela es periodista. Sus artículos más recientes en FronteraD han sido Siete consejos de Charles Simic a los jóvenes poetas, La edad de oro del cinismo, Los jóvenes saharauis reclaman acciones concretas, Vivian Maier: balada fotográfica de un corazón solitario y Patrice Lumumba: 50 años del magnicidio neocolonial.