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Los tres ojos del pintor

 

 

El triunfo del pintor sobre el modelo (que supuso el traslado del espacio vacío al interior del estudio) debía ratificarse dotando de un nuevo rostro a la figura del cuadro. Aquellas pupilas desorbitadas y las greñas que lucía la criatura, había que cuadricularlas dentro de los límites sensatos de la cabeza, para que la figura luciese más dignamente, como correspondía al retrato del artífice de todos los cuadros que se reunían en aquella casa.

 

Los estudios para un retrato se realizan tanto al principio como durante el proceso. Su nombre no puede resultar más preciso, se está realizando un ensayo para dominar lo que habrá de ser representado finalmente en la tabla. Cambiar de la obsesiva técnica del óleo a la ligereza reversible de un lápiz vulgar y corriente (por mucho que algunos se empeñen en llamarle lápiz de punta de plomo) libera la tensión del pintor, que se siente de nuevo niño jugando, más que artesano realizando un conato de obra de arte.

 

Desde que la cámara fotográfica se incorporó al retrato, había tomado conciencia de que habría más de un par de ojos en su autorretrato. El objetivo fotográfico es el tercer ojo del pintor; con la ayuda de un ordenador y una impresora logra convertir las formas tridimensionales en líneas cautivas dentro de un plano. Si estas líneas están bien concebidas y mejor trazadas, terminarán cantando la vida –como hacen los canarios- dentro de la jaula del cuadro.

 

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