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Los verdaderos enemigos de la igualdad de las mujeres

 

«La protección a la maternidad se puede volver contra las mujeres”. Es una frase que acabo de leer y que resume en muy pocas palabras lo que llevo mucho tiempo pensando. La he encontrado escrita en El precio de un hijo. Los dilemas de la maternidad en una sociedad desigual, de Josune Aguinaga. Sí: el verdadero peligro para la mujer y sus avances hacia la verdadera igualdad está en las políticas que presuntamente buscan protegerlas en su papel de madres trabajadoras y no en artículos aunque sean tan incendiarios como el escrito por la profesora de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED Elia Chuliá para Cuadernos de Pensamiento Político, una revista de FAES, el laboratorio de ideas del Partido Popular. Y eso que Chuliá, según recogió Cristina de la Hoz en Voz Pópuli, decía algo tan grave como que la emancipación femenina es una de las principales causas de la insostenibilidad del Estado del Bienestar: con la incorporación de la mujer al mundo laboral, ésta ha dejado de parir contribuyentes y ha reducido el tiempo que dedica al cuidado de niños y ancianos. Las mujeres, además de provocar la disminución de los ingresos públicos, encarecen la factura de los servicios que presta el Estado al haber incurrido en una dejación de sus tradicionales funciones de cuidadora.

 

Aunque el artículo de Chuliá no quiere ser el punto principal de esta entrada, sí me gustaría dedicarle unas líneas. Porque lo escribe una mujer (lo resaltamos, pero no nos vamos a detener en el análisis de esta contradicción) y para FAES, una fundación del PP, conservadora y neoliberal. Sí vamos a desarrollar un poco más esta paradoja. En Historia del Pensamiento Político aprendemos que contra el liberalismo emergió una contrapropuesta conservadora. En FAES ambas corrientes (la primera, en su contemporánea forma neoliberal) se dan cita y por eso, salen las barbaridades que salen: a Chuliá, para justificar la tala del Estado del Bienestar, la desaparición de lo público, no se le ocurre otra cosa mejor que defender la familia tradicional, es decir, que la mujer vuelva a la casa de la que jamás debería haber salido. Así lo explica Aguinaga: “La ideología es un elemento que manipula comportamientos y el neoliberalismo, ideología economicista conservadora, se encuentra en varias encrucijadas ya que, por ser teorías modernas, nuevas, no pueden mantener posturas tradicionales, pero a su vez, al ser conservadoras, en realidad sus propuestas tienden a mantener la estabilidad de las tradiciones sociales”. A FAES, en esta ocasión, le ha podido el conservadurismo. No sé qué pensará de esto Cristina Cifuentes, la actual delegada del Gobierno en Madrid.

 

 

El retroceso, sí, sí, retroceso, que supone la jornada reducida

 

Pese a lo que cuenta Chuliá, ya muy poca gente, sólo la que milita en el conservadurismo más rancio, se cuestiona el trabajo de la mujer fuera de casa. De hecho, nos encontramos en plena batalla por la mejora de las políticas de conciliación. Y podríamos decir que se han realizado grandes avances. ¿De verdad? Pues no. Las jornadas reducidas para las madres, los contratos a tiempo parcial para ellas, la extensión de los permisos de maternidad, de lactancia… son, en realidad, retrocesos. O, mejor, vamos a hablar con propiedad. No son exactamente retrocesos. Son normas que siguen abundando en el papel tradicional de la mujer. No hace falta decir que la mujer tiene que estar en casa “con la pata quebrá”. Afortunadamente, ya no cuela. Hay formas más sutiles para que cada miembro del sistema social haga lo que tiene que hacer y encima esté contento.

 

Ya casi nadie discute, decíamos, que la mujer trabaje fuera de casa. De hecho, ningún hogar puede mantenerse sin que trabajen los dos miembros de la pareja. ¡A ver cómo pagamos la hipoteca! Pero tampoco hay quien se atreva a cuestionar que la mujer sigue siendo la encargada principal de la crianza de los hijos. Así lo manda la madre naturaleza.

 

Aunque las leyes de conciliación pretenden ser asépticas, no nos engañemos: lo que buscan es que la mujer, sólo ella, pueda compaginar su trabajo fuera de casa con el cuidado de los hijos. Porque tener un empleo remunerado no la exime de lo que la naturaleza ha diseñado para ella. Como señala Aguinaga, “las legislaciones son proteccionistas hacia las madres, en consecuencia son absolutamente maternalistas, de forma que refuerzan el modelo tradicional poniendo barreras al cambio social”. Y añade: “Las legislaciones laborales en la Unión Europea están influyendo sobre los modelos de empleo de la mujer y definen y refuerzan los roles de género tradicionales ya que están enfocadas para: proteger la salud y seguridad de las mujeres, ampliar los derechos de las mujeres como trabajadoras (…) y proteger la especial relación madre-hijo a través de la reafirmación de la familia tradicional y los papeles de género de ella”.

 

Exagerando y con ánimo provocador, podría decir que cada mujer que se acoge a la jornada reducida tras haber parido es una mujer perdida para la causa feminista, para la causa de la igualdad efectiva entre varones y mujeres. Y lo mismo podemos afirmar de las que se apuntan al trabajo a tiempo parcial. Todas ellas son elementos funcionales para la perpetuación de esta sociedad patriarcal y machista. Ale, ya lo he dicho. Ahora me pueden llamar lo que quieran. Esto es lo que piensa Aguinaga: “El trabajo a tiempo parcial es una de las propuestas más extendidas para que las mujeres, sin dejar de trabajar, puedan seguir ocupándose de los hijos. Esta propuesta es compleja y discriminatoria, ya que no sólo no alcanza, en ocasiones, los requisitos mínimos para recibir prestaciones, sino que renuncia a un proyecto profesional”. Así no hay quien rompa el techo de cristal.

 

A este respecto, me temo que la última propuesta de la CEOE, la que busca poder convertir los contratos a tiempo completo en contratos a tiempo parcial, va a atacar, principalmente, a las mujeres. No se va a quitar en un hogar el pan que gana el “cabeza de familia” (¡qué expresión tan casposa!). Y ya a día de hoy, según cifras del INE, los contratos a tiempo parcial son principalmente suscritos por mujeres. El 13,1% de los contratos laborales son a tiempo parcial. En las mujeres, ese porcentaje sube hasta el 25,8%, mientras que en los varones es de apenas un 4,8%.

 

 

Horarios que nos permitan conciliar a todos

 

Con todas estas políticas lo que se pretende, lo hemos dicho, es conciliar la vida familiar con la vida laboral de las mujeres única y exclusivamente. O, mejor: de las mujeres-madres. Con el beneplácito de muchas féminas, que están encantadas (alienadas), al parecer, con esa desigualdad de trato en el empleo a causa de su función procreadora, lo que les sitúa en una posición subalterna, de dependencia, tanto en su puesto de trabajo como en su casa. ¿Las medidas de conciliación buscaban la emancipación femenina o su definitiva subyugación, legitimada, además?

 

La conciliación debe ser otra cosa. Tiene que ser para todos. Y España necesita una urgente revisión de los horarios de trabajo. Pero nuestro país tiene dos problemas. El primero, que la mayoría de los empresarios son varones y me apuesto el cuello a que se habrán escaqueado de su papel de padres. Habrán escalado en el mundo económico a costa de sus compañeras, que se han hecho cargo de todo lo que tenía que ver con la casa y la crianza de los hijos. El segundo, el hecho de que se promueva la presencia de una sola figura adulta, la mujer, en la relación con el niño, subestimando al padre y a otros adultos como cuidadores. Y añadiríamos un tercero: quien tiene el poder no está dispuesto a compartirlo tan fácilmente.

 

 

La maternidad moral, la “mujer-mujer” y la mala mujer

 

Pero, ¿por qué todo esto? Las mujeres no aprovechamos la Ilustración y nos la colaron pero bien. Los sabios de esa época tuvieron mucho interés en diferenciar entre naturaleza y cultura y atribuyeron la primera a la mujer y la segunda, al varón. En definitiva, a la mujer se la excluyó del contrato socia. A las mujeres se las entendió definitivamente como marcadas por un inevitable determinismo biológico: pares, pues eres dependiente, ocupas un lugar subalterno, Sofía no puede tener la misma educación que Emilio, diría incluso Rousseau.

 

Tardaron en llegar los constructivistas, es decir, aquellos que dicen que las diferencias de género son una construcción social. También la maternidad. La mujer se hace, no nace. Pero entonces ya estaba muy asentado el modelo de la maternidad moral, según la que el cuidado de los hijos y las tareas de la casa eran la función más valiosa y que más realizaba a las esposas. Por eso hay grandes dificultades para superar el conflicto de rol, que sólo sufre la mujer-madre y no el varón-padre. Por eso, cuando se pregunta a una mujer trabajadora o a una mujer ama de casa, ambas con hijos, cuál es su papel, nos encontramos que siempre prima el papel de madre. Y eso no es biológico. Es social.

 

De ahí que Aguinaga explique: “El modelo de maternidad moral se convierte en algo opresivo, en un modelo extremadamente exigente con las mujeres que se ocupen de sus hijos, tan cerrado e intransigente que ha sido contraproducente en cuanto a la educación de los hijos, ya que ha permitido que muchos menores y jóvenes se aprovechen de las culpabilizaciones que han sufrido sus madres, tanto por exceso en los cuidados, como por defecto”.

 

Toda práctica materna se antoja patológica: o peca de sobreprotección o lo hace de abandono. Nunca acierta. La sociedad coloca lejos la imagen de perfección de la madre, para que ésta no tenga más remedio que prosperar hasta el infinito y sentir, siempre, una honda frustración. Porque lo peor que puede ser una mujer es mala madre. O se es una buena madre o se es una mala mujer.

 

Pero, claro, peor todavía es la mujer que no es madre. Porque la que lo es tiene ese halo de superioridad moral por haber cumplido con su deber, con lo que se espera de ella. Ya lo decía en los años cuarenta María Laffitte, condesa de Campo Alange: “Lo femenino es, sin dudarlo, lo maternal como instinto invencible, con su carga sentimental. El hijo como ambición primordial y, partiendo de ahí, una serie de derivaciones o transformaciones, como es un vivo interés por el ser humano, una sensibilidad y perceptibilidad agudizadas, una tendencia a economizar vidas”. Porque para ser mujer de verdad hay que ser madre. O eres madre o eres una mujer incompleta, incluso desnaturalizada. Ya lo dijo Gallardón. Y otros que no son Gallardón. Porque el mito de la maternidad va más allá de las posiciones más conservadoras. Llega hasta las supuestamente más progresistas.

 

El mito de la maternidad está formado por tres componentes, según definió Ann Oakley: la maternidad es una experiencia natural y necesaria para todas las mujeres; éstas necesitan tener niños para su propia realización; y los niños necesitan el cuidado de las madres en exclusiva para desarrollarse normalmente. Y todo esto muy envuelto en el biologismo del que antes hablábamos, en supuesta ciencia que no es tal sino mucha, mucha ideología: machismo a granel. Como denuncia Inés Alberdi, “la insistencia de médicos y psicólogos en valorar la relación madre-hijo sería aceptable si pusieran el mismo énfasis en la relación padre-hijo, pero resulta sumamente sospechoso que olviden la importancia emocional y afectiva que la relación de los padres con los hijos puede tener”.

 

Ya sabe, si una mujer no cumple con todas estas condiciones, no es femenina, no se moleste. O puede que sea una arpía. Y entonces hay que tener más cuidado todavía. Por cierto, ¡hay que ver lo machista que sigue siendo la RAE! Tiene su explicación: sólo hay que ver esta foto. 

 

Aunque, como se preguntaba Laffitte: “¿Debemos ceñirnos con intransigencia rigurosa a ese patrón femenino? ¿No habría que ir hacia una nueva psicología de los sexos?”.

 

Vamos muy mal. Tengo muy pocas esperanzas, la verdad. Ahora menos que nunca.

 

El conservadurismo de la mujer y el de la sociedad

 

Carlos Castilla del Pino, en un ensayo que lleva por título La «función» de mujer, recogido en una antología del pensamiento feminista español, escribe: “La condición social de la mujer, su alienación peculiar, su estatuto particular dentro del sistema, tiene su profunda, y desconocida para muchos, razón de ser. La mujer es reprimida, y asimila más o menos perfectamente su aprendizaje en la represión, para que, desde su función ‘excelsa’ de madre (…) se torne ella en el ejecutor primario de la represión del establishment”.

 

Lo que Carlos Castilla del Pino dice es que la madre sirve para la conservación de la forma familiar y ésta, a su vez, sirve al sistema social del cual es parte. Ya lo afirmó Max Horkheimer: en la familia se encuentra la primera semilla del autoritarismo. Castilla del Pino parafrasea a Carlos Marx y dice que la ideología dominante en una familia es la ideología del sistema total. Y, hablando de Marx, seguramente en esta misma línea se expresó Federico Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, pero ésa es una obra que aún no hemos leído.

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