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Los zapatos del otro

 

 

 

Decía Karmelo C. Iribarren, ese poeta con el que hace tanto tiempo que me gustaría tomarme un vino, que ver llover sobre el mar le recordaba a él mismo. Así que siempre que estoy cerca del mar y llueve, me acuerdo de Karmelo. Es una buena definición de uno mismo, es como decir que siempre llueve sobre mojado. Que uno es puro despilfarro inútil porque el mar ya tiene suficiente agua. Me gusta eso: la capacidad que tiene Iribarren de reírse de él mismo de esa forma tan melancólica, tan poética: tan extrañamente graciosa.

 

Hoy he bajado hasta la playa y llovía. Con los pies calados, una varilla del paraguas rota y mi libro mojado, me he metido en una cafetería para hacer tiempo. Veía el mar desde mi mesa. También la lluvia. Pero no era una imagen poética. Ya se sabe que la poesía no es 1+1. Si lo fuera, yo también querría ser poeta.

 

He sacado mi libro mojado, The empathy exams de Leslie Jamison, y he estado leyendo. A lo largo del libro, la autora, se mete en el papel de “medical actor”, es decir, le pagan para mostrar unos determinados síntomas a los estudiantes de medicina y ponerlos a prueba para que ellos sepan dar con el diagnóstico adecuado. Aprovechando esta situación, Jamison indaga en la noción de dolor. Pero lo hace en ese dolor que no se ve y que está relacionado con temblores, rupturas invisibles, eccemas en la piel y también con enfermedades terribles para las que buscamos siempre causas fuera de nosotros mismos.

 

Nunca había leído un libro que hablara de la tristeza y del dolor de esta manera tan directa y cruda. Sin tapujos, Jamison también ahonda sobre todo en una noción a la que recurrimos hoy constantemente: a la empatía. Me lo han preguntado muchas veces en entrevistas de trabajo. ¿Te consideras una persona empática? Siempre he contestado que claro que lo era. Sin embargo, leyendo a Jamison pensaba en la cantidad de veces que he pretendido serlo diciendo cosas como: tiene que haber sido muy duro para ti, ya, supongo que te debió afectar. Cuando la verdad es que no hay un termómetro del dolor y en la mayoría de casos, como decía Carver, nos debería dar vergüenza hablar de según que cosas asumiendo que sabemos de qué hablamos. Quizás, lo más correcto sería decir: no puedo hacerme a la idea de cómo te sentiste. Intenta contármelo. Porque el dolor, las medidas del dolor, son diferentes y extrañas entre nosotros. De pequeña me repitieron mucho aquello de “quien quiera juzgar mi camino que se ponga mis zapatos”. La empatía es algo así. Ponerse los zapatos del otro. Pero claro, ¿y si esos zapatos no se ven?

 

El mundo de los afectos es ciertamente difícil de abordar. No solo en la vida, también en un ensayo, en un libro o en un relato. Lo es en todas partes y en todos los soportes. Siempre llego a la conclusión de que al final, no tenemos nunca ni idea de nada de lo que les ocurre a los demás. Vivimos y actuamos como si la tuviéramos, como si nos pudiéramos poner los zapatos del otro. Como si la lluvia y el mar siempre fueran igual a poesía. En fin, con algo tenemos que consolarnos.

 

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