Él me pregunta, sentado a mi lado, acelerado, sudado, está amaneciendo, qué se hace ahora que sabemos que el amor ni existe ni salvó a nadie nunca de nada. No sé, digo yo, supongo que queda bien rellenando capítulos en una biografía…
Me recuesto en el sofá observándolos a todos, como se analiza a las ratas en un laboratorio. La veo a ella, rubia, joven, esforzándose ante el hombre que le saca bastantes años en mostrarse como la perfecta ama de casa y cocinera, la mejor madre que nunca soñó para sus hijos. Lo sigue con la mirada, sale a su encuentro, se abraza a él para besarlo mientras él apenas responde con el leve roce de sus labios. Siempre me ha parecido que a sus cuarenta y tantos es un hombre que ha vivido mucho, quizás demasiado. La suya es una calma forzada, como prescrita médicamente, la persecución obligatoria de la estabilidad después de años en los que las etapas se rociaban con gasolina en vez de ser simplemente superadas. Sube al primer piso, a escondidas de su novia, a meterse la primera raya de farlopa.
Más allá se levanta ella, encaramada con su reducida estatura a unas enormes plataformas desde las que dirige el mundo, bastante pasada de kilos y no excesivamente agraciada. Se comporta como un auténtico terremoto mediterráneo, la verdadera anfitriona de una fiesta en la que es una invitada más. Su inmensa energía es una apuesta al todo o nada con el presente para olvidar un pasado familiar triste. La imagino llorando, desesperada, cuando no tiene que fingir ser fuerte. A su lado, a veces un hombre silencioso de pequeño tamaño y rostro dulce que presenta como su novio. A las 7 de la mañana ha recogido ella sola los montones de basura esparcidos por la casa después de una buena juerga, ha fregado los vasos, limpiado el suelo e incluso preparado café para todos. Su chico, que probablemente piensa que es una mujer muy valiosa, baila solitario en el medio de la pista fantaseando, a lo lejos, con las mujeres bonitas. Bebe whisky, el viento ondea su ensortijado pelo. Pienso, mirándolo, si no esperamos demasiado de un hombre que se conformaría con ser frotado, mamado, drogado, mientras se empeña en colocarse a sí mismo en el panteón de los honorables….
Luego está ella, sin apenas ganas ya de follar desde que se casó. Recuerda con pena lo enamorados que estaban al principio, cómo la mitad de la cama se ha quedado tan fría. Lo conoció cuando apenas sabía quién era ella misma, tomó decisiones que ya no tienen vuelta atrás. Llegó a ese punto en el que el otro se convierte en un gran desconocido, hay que ocultarle cosas para que no vea en lo que nos hemos convertido, para que continúe reconociéndonos. Hay que ser otra persona, la misma de siempre, para que todo siga funcionando. Se siente deprimida, temerosa, tal vez termine un día separándose cuando la calculadora con la que hace cuentas se lo permita.
De fondo suena esa preciosa canción de Joy Division que tantas veces he escuchado, Love, love will tear us apart. Again… El amor…Ese amor que supuestamente iba a nutrirnos termina destrozando, no ha logrado colmar la extrema necesidad de quien decía que nos quería, tampoco la nuestra, engalanada bajo múltiples formas. El ejemplo de algunas personas me ha hecho comprender que probablemente no hayamos amado nunca y que cuando tenemos la capacidad de hacerlo quizás ya somos demasiado mayores, hemos tenido que cometer demasiados errores, es acaso tarde…
¿Que qué se hace…? Lo sabemos muy bien: mentir, seguir mintiendo en esta inmensa hipocresía de bellas palabras vacías, mirar hacia otro lado mientras de la más importante historia de nuestra vida, la del desamor, somos incapaces de aprender nada.