La primavera se ha insinuado y el camino es una pura flor amarilla. Aparentemente conduce al instituto, pero no deja de ser el mismo sendero que una vez siguieron los hombres para terminar quejándose de lo fria que estaba el agua. En aquel entonces, era una línea recta que unía cualquier lugar con la charca y conforme se fue acercando a nuestros días, aparecieron las vueltas sobre sí mismo y desvíos pertinentes.
Cuando los caminantes avistaron la charca, corrieron hacia ella con estusiasmo y se sentaron en la orilla. La tranquilidad de los alrededores relajó tanto a los caminantes que las horas pasaron desapercibidas hasta que fueron interrumpidos por el chapuzón más extravagante que se hubiese conocido, obra de uno de los más temerarios que había llegado al sol y ahora venía de vuelta. Entonces, una añoranza como del sentimiento de recién llegado fue apareciendo. Alguien anunció que se iba a conocer nuevos destinos. Inmediatamente, los que no tenían tiempo que perder comenzaron a seguir los rastros que fueron encontrando con la esperanza de que condujeran a un lugar mejor. Otros se echaron a dormir y visitaron los mundos deslumbrantes de los sueños.
Los inmóviles observaron consternados que los hombres no mostraban interés por enraizar y sólo vivían para sus largos viajes y sus profundos sueños. Los caminos eran cada vez más largos y agotadores. Poco tiempo después, la tierra se había llenado de caminos y ya no quedaba lugar en donde detenerse.
En el instituto, los estudiantes cambiamos constantemente de aula en recuerdo de las pretendidas hazañas de los caminantes.