Habitual en las antologías de periodistas olvidados, Luis Bonafoux posee una extraordinaria capacidad para contar una historia. Polémico, irreverente, sarcástico y ácido hasta consagrar el pseudónimo con el que fue conocido –La víbora de Asnières–, dejó pronto España para ejercer su magisterio desde su tribuna como corresponsal en París del Heraldo de Madrid. La crónica moderna de los boulevardiers, la que desgrana con agilidad y desenfado el pulso del hombre de su tiempo, nace de su pluma y revoluciona el periodismo español. Su rabiosa independencia, sus tendencias anarquistas, su denuncia constante de la injusticia, su anticlericalismo, le granjearon enemistades en todos los ámbitos, hasta el punto de que su obra sufrió una auténtica conspiración de silencio.
Jamás dio, sin embargo, tregua a su compromiso con los lectores y con su vocación obsesiva por la escritura continua. Trabajador incansable, colaboró con la mayoría de las publicaciones de su época y fundó periódicos, como El Español. “Afortunadamente para Bonafoux”, escribió Pío Baroja, “vivió en un tiempo en que había cierto respeto y consideración por el hombre de ideas libres. En otra época, hubiera ido a la cárcel”.
[Librerantes, Distribución de libros y más reedita próximamente, como obsequio para sus clientes y amigos, uno de sus libros olvidados, De mi vida y milagros (publicado el 25 de junio de 1909 en la revista Los Contemporáneos, que dirigía Eduardo Zamacois), en el que Bonafoux repasa episodios de su accidentada biografía.]
Más allá de la media docena de tópicos que suelen adornar su nombre, ofrecemos algunos ejemplos de su estilo irrepetible:
[De Esbozos novelescos, 1894]
“La orgía”
El reloj de la Puerta del Sol, cuya luz se había apagado, parecía una calavera que miraba fríamente á los transeúntes, señalándoles las dos de la madrugada.
“El hueco del árbol”
Mi amigo Wilson es más bien alto que bajo, flaco de carnes, seco de complexión, de ojos grandes y biliosos, color cetrino, pelo negro como la endrina y dientes blancos como el marfil. Wilson es realmente feo. (En eso está conforme todo el mundo, su novia inclusive.) ¡Gracias que es un tantico presumido y que sabe llevar con bastante soltura la ropa nueva! La fealdad de Wilson resulta así bastante presentable.
Á juicio de la mayoría de las gentes, Wilson es un tipo raro, extravagante, singularísimo; en fin, un tipo. Á juicio de esa misma mayoría, es atrabiliario de condición, y goza fama de hosco é hipocondríaco. Pero á pesar de los pesares del escepticismo, Wilson tiene todavía un amigo. Ese amigo soy yo, y yo, que he leído en lo recóndito de su espíritu y en el fondo de sus ojos grandes, sé que Wilson en una persona excelente, excelentísima.
“Los diputados”
Por fin… ha fallecido el período electoral. Los diputados han surgido en plena fiesta de la Candelaria, al iniciarse la primavera, casi casi al despuntar en el Retiro y en el campo del Moro las setas y las lilas. Son muchos los que pueden jactarse de ser independientes (de la opinión pública); son muchos también, en «ambos hemisferios», los señoritos que se han quedado compuestos y sin distritos. Recuerdo haber leído este diálogo:
— ¿Y el chiquitín?
— Tan mono.
— ¿En qué se ocupa?
— En nada… Esperamos que sea mayorcito para hacerle diputado.
[De Los españoles en París, 1912]
“Blasco Ibáñez”
— Sí; el país está mal…
— Mal, no. El país no significa nada, no existe…
Esta afirmación rotunda es de Blasco Ibáñez hablando conmigo de política, literatura é industria españolas.
Mejor dicho, no hablamos de eso ni palabra. Todo lo que me dijo de política fué que estaba convencido de que España es un país esencial y profundamente monárquico.
Por lo demás, la conversación que durante una hora larga tuvo ayer conmigo fué un soliloquio, y el soliloquio fué un canto á América. No conozco argentino capaz de expresar un entusiasmo tan férvido por Buenos Aires.
“La «Villa Bohemia»”
A las tres de la tarde Biarritz estaba en un baño turco y cada veraneante era un surtidor. Algunos ingleses, silenciosos y desmayados, andaban sin sombreros y con quitasoles. Un yanqui, en mangas de camisa de seda, estaba á horcajadas en el pretil que sirve de muro á la playa grande. Mariposeaban abanicos y ondulaban pañuelos blancos. Un gran sopor había caído sobre la colonia veraniega, y la colonia, rendida y sin chistar, aparecía con la lengua fuera.
Y en aquella hora canicular, Sarasate, de pie en el mirador de su coquetona villa, me hablaba de la guerra rusojaponesa, de la política de M. Combes, de literatura, de arte, de todo menos de violín. Consagrado á él durante diez meses en el curso del año, llevándolo como un trofeo de París á Londres, de Londres á Viena, de Viena á Petersburgo, y de Petersburgo á Pamplona, Sarasate, detenido en su triunfal carrera, dedica dos meses al reposo.
[De Gotas de sangre, 1920]
“Descuartizamientos mujeriegos”
Si alguna vez, lector, tropiezas en tus paseos veraniegos por París con un transeúnte que quiere entregarte un paquete, diciéndote : «Hágame usted el favor de guardarme esto un momento, que enseguida vuelvo», no lo tomes por nada del mundo, porque, si no es un feto, es la cabeza de una mujer descuartizada, y si (…) ves un paquete en el suelo, por nada del mundo te acerques á examinarlo, porque tropezarán tus dedos con el mondongo de una meretriz destripada.
“Amor arriero”
El amor en París se titula una caricatura del chispeante y regocijado Abel Faivre. En el andén de una estación, frente á un tren que va á salir y á una de cuyas ventanillas se asoma la plácida fisonomía de un viajero que bonachonamente contempla el espectáculo, dos enamorados se comen á besos.
— Vamos, dése usted prisa, que el tren va á salir –le dice el empleado al joven.
Y éste, sin soltar los brazos de su amada, le contesta cínicamente:
— ¡Pero si nosotros no vamos de viaje!… Venimos á las estaciones para besarnos…
“La Muleta del ajenjo”
El bandido Pradines, cuya posada de Langon se conoce en Burdeos con el nombre de Posada sangrienta, por los numerosos asesinatos que cometieron en ella Pradines, su mujer Lucía y unos cuantos forajidos de la misma catadura, ha tratado de excusarse con una frase divina.
— Yo soy el mejor de los hombres –ha dicho al juez– cuando estoy en ayunas; pero si tengo una copa de más, me convierto en un demonio. ¡Maldito ajenjo!… Mire usted, señor juez; yo no comprendo que en un país civilizado no se prohíba el ajenjo, que es la llaga de las poblaciones.
“El saco de los vicios”
Vere Goold y su parienta tienen el triste privilegio de haber vencido, como asesinos, el tiempo y la distancia. La historia del asesinato y descuartizamiento de Emm Levin, como la historia de la propia vida aventurera de esta pareja misteriosa, resurge ante el Tribunal Superior de Mónaco con el mismo vigor con que apareció este verano en las columnas de la Prensa europea. La atención pública no ha decaído un punto, porque pocas veces se juntaron, en la comisión de un crimen, dos seres de tan extraña catadura.
[De Clericanallas, 1920]
“Sin sermón y con matracas”
Recuerdo que me tocó en «suerte» el sermón que, según anunció la prensa noticiera, predicaría el señor Alonso á las cinco de la tarde, en la iglesia ele los «Irlandeses», sita en la calle del Humilladero, en pleno barrio bajo de Madrid.
(…)
— ¿La iglesia de los «Irlandeses»? … me hace usted el favor.
— Esa; mírela usted.
La miré. De pronto creí que era un puesto de castañas pilongas; y luego, al entrar, me pareció que entraba en el desfiladero de las Termópilas. ¡Qué estrechuras, qué desnudez, qué pobreza!…
Es ahí donde debe admirarse principalmente á Jesucristo, tan ligero de ropa. La Virgen, con traje negro, muy recio, podía defenderse; pero su pobre hijo estaba muy mal de abrigo para los vientos que corrían en aquella santa iglesia.
“Taday, mentecatos”…
Los señores que componen el santo tribunal de la Inquisición bufa, que se titula en Madrid (capital de España) Padres de Familia, me dispensan el disparatado honor de demandarme por el artículo Sin sermón y con matracas, que publiqué el jueves. Medio Madrid ha pedido hoy el número en la administración del periódico, y me ha hecho ovaciones como si fuera yo la Bella Chiquita.
¿Qué se han figurado esos inquisidores de opereta? (…) ¿Se figuran acaso que pueden resucitar la Inquisición y allanar las casas, tapados con capuchones y amenazando con antiguos instrumentos de tortura?
“Curitas fornicadores”
Otro que tal baila: el padre Larquemin. Buen mozo, garrido, elegantón, sugestivo é insinuante de palabra, el padre Larquemin –procesado por complicidad en el aborto, seguido de muerte, de la señorita Juana Leblond, á quien sedujo y empreñó– había despoblado de vírgenes la comarca de Blosville. Tal vez las reservase para hacer con ellas una nueva edición, corregida y aumentada, de las once mil Vírgenes. Un aristócrata que residía con su familia en un castillo tuvo que ponerle de patitas en la calle porque el santo varón empezó por cortejar á la madama, siguió por cortejar á las hijas, se metió en las faldas de las maritornes, y… no dicen las crónicas del lugar si le hizo al aristócrata alguna proposición de punta.
“El jesuita”
Zola ha dicho:
«Respeto y amo al ejército. No beso la empuñadura de un sable de un amo que tal vez se nos quiera imponer mañana».
Y Brisson, Jaurés, con todos los verdaderos republicanos de Francia, creen que la República está en peligro, que en la cuestión Dreyfus-Esterhazy hay algo más grave que lo que parece á primera vista; que existe, en fin, una secreta alianza del sable y el hisopo, del cuartel y la Iglesia.
Dibujo de Cilla, 1909.