El gigante se ha despertado. Durante décadas, politólogos y comentaristas han repetido que Brasil era el país del futuro y que se trataba de un gigante dormido. Era un futuro que nunca llegaba. El principio del siglo XXI, sin embargo, ha visto a esa inmensa nación sudamericana despertar y entrar con fuerza en el presente.
Muchos atribuyen esa entrada jubilosa en escena a Lula, el presidente que deja la arena política después de ocho años triunfales y con varios récords, entre otros el de tener una cota de popularidad (81%) mucho más alta que cuando tomó el poder. ¡Cuantos líderes mundiales querrían parecérsele!
Los que desean echar agua a los logros indudables de Lula arguyen que ha tenido una suerte fenomenal, que le tocó la lotería cuando los precios de las materias primas agrícolas y de los minerales se dispararon en los primeros años de su mandato en el momento en que China empezó a mostrar su hambre insaciable por las materias primas. El predecesor del brasileño, Cardoso, que impuso una benéfica política económica al país, ha comentado : “Yo hice las reformas necesarias y Lula se montó entonces en la ola”.
Puede que no falte la razón a quien sostenga que Lula tiene la baraka. Recordemos que, en sus últimos años en el poder, Brasil ha comprobado que esta durmiendo sobre un colosal lecho petrolífero a lo largo de sus costas, pero el político, que comenzó trabajando de limpiabotas, ha demostrado tener sentido común, habilidad y un envidiable carisma. Lula tiene su mérito. Procediendo de la izquierda, no destruyó las bases económicas de Cardoso, continuó buena parte de su diseño económico. El hombre que años antes se manifestaba gritando “fuera el Fondo Monetario Internacional” ha acabado colaborando estrechamente con ese organismo.
Lula ha sacado de la pobreza a unos 20 millones de personas, creó unas becas o bolsas familiares que se entregaban a millones de familias modestas si mantenían a su hijos en la escuela, en su mandato la clase media ha crecido considerablemente y, muy importante, ha devuelto la confianza y la esperanza a los brasileños.
Unos 135 millones acudían ayer a las urnas de donde se esperaba que saliera ganadora Dilma, fiel seguidora de Lula, su antigua jefe de Gabinete. Los escándalos de corrupción que han afectado a colaboradores de la candidata han rebajado levemente las expectativas de voto de Dilma. Tendrá que ir a una segunda vuelta. No es nada grave, Lula ganó en sus dos ocasiones en segunda vuelta y todo Brasil sabe que, de haberla, la señora se impondría sin problemas a su contrincante, Serra.
El reinado de Lula ha tenido también claroscuros. Paradójicamente, Brasil, a pesar de sus avances, sigue siendo una nación con enormes desigualdades, los casos de corrupción de gente cercana a Lula han sido frecuentes y la violencia en las grandes ciudades es rampante. Era uno de los escollos que Brasil, otro éxito de Lula, tuvo que sortear a la hora de alzarse con la sede de los próximos Mundiales de fútbol y de los Juegos Olímpicos. En política internacional, el templado político ha mostrado una dudosamente aceptable comprensión del régimen de Castro. Su reacción ante las huelgas de hambre de los presos políticos cubanos no fue ejemplar para un demócrata que ha sufrido la represión en sus carnes y en la de sus correligionarios (la señora Dilma paso tres años en la cárcel en la dictadura).
Todo ello no empece que salga también en olor de santidad de la escena internacional. Hay que reconocerle otro detalle meritorio. No ha intentado, como Chaves y otros populistas, violentar la constitución para eternizarse en el poder. Un gesto democrático digno de aplauso.
El futbolista Romario puede ganar un escaño en el Parlamento. Ha prometido luchar porque todos los niños puedan hacer deporte en la escuela.