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MADRID. CALLES DE OTRO MUNDO

 

Plazas africanas, bulevares asiáticos, esquinas dominicanas, parques sudamericanos… Tras el boom de la inmigración muchos barrios madrileños han experimentado una transformación radical. Este es un retrato de las zonas más étnicas, marcadas por el paro, la desigualdad, y la compleja convivencia entre foráneos y nativos. Este es el primero de los reportajes antiguos que recupero para Reportero Salvaje. Aunque los datos principales los recopilé en 2013, el texto ha sido actualizado tras nuevas visitas y entrevistas. Aquí, algunas historias de los migrantes que sí llegan. 


 

En un extremo de la plaza de Lavapiés está Vicente López, madrileño de 74 años nacido y crecido en el centro de Madrid. Cuando cierra los ojos rememora las verbenas de su juventud, repletas de jóvenes con chaleco, boina, pañuelo y manolas embutidas en vestidos de colores. Se dirige a su negocio, una vieja relojería en la calle de la Fe. La abrió hace 50 años y la mantiene intacta, como un vestigio arqueológico de una ciudad que ya no existe.

 

En el otro extremo de la misma plaza está Diakité (Diego para los amigos), un senegalés con rastas de 29 años, prototipo del babel de razas, acentos y costumbres que configura el ADN de Lavapiés. Es uno más entre las decenas de africanos que custodian las esquinas del barrio. “Esta plaza era la zona más castiza de Madrid. Pero hoy es más africana que otra cosa”, me dijo el relojero la primera vez que le visité.

 

En la capital conviven más de 180 nacionalidades distintas y el 22% de los habitantes son extranjeros. Los latinoamericanos son mayoría (un 51% del total), seguidos de los europeos (30%), asiáticos (9,5%) y africanos (7,4%). Tetuán, Lavapiés, Usera, Puente de Vallecas y Carabanchel son las zonas con mayor concentración de inmigrantes.

Según datos del Ayuntamiento, dos tercios de los madrileños están a favor del fenómeno migratorio, pero en las zonas mencionadas los de fuera son ya casi la mitad, y la integración es más compleja. Para la mayoría se trata de barrios multiculturales donde la convivencia mejora cada año. Para algunos conservadores, son guetos de desarraigo, droga y “mafias”. Este es un retrato de los barrios más castizos convertidos en “barrios de otro mundo”.

 

Lavapiés multiétnico

 

 

 

La geografía humana de todo el planeta pulula por Lavapiés. Un microcosmos de transeúntes africanos, vendedores chinos y pakistaníes, locutorios de indios, mezquitas de bangladesíes y marroquíes, fruterías sudamericanas y grupos de turistas haciendo fotos ante la mirada golosa camellos y descuideros. Las patrullas de policía vigilan constantemente la zona, donde cada vez quedan menos negocios regentados por españoles.

 

La mezcla de alta inmigración y población envejecida dificulta a veces la convivencia entre españoles y extranjeros, pero los nuevos estudiantes que alquilan en el barrio nivelan la balanza y permiten que la integración avance. Mientras que algunos ancianos se quejan del ruido y “la peligrosidad”, los jóvenes (el 23% del barrio son universitarios) se muestran encantados con el panorama multirracial e incluso han formado brigadas vecinales para impedir las detenciones xenófobas. “Varias veces los policías hemos tenido que salir corriendo de Lavapiés porque los estudiantes nos increpan”, me contó el inspector José María Benito “nuestra presencia allí es muy necesaria porque se mueve mucha droga en calles y bares”.

 

 

De vez en cuando la policía irrumpe en las calles para llevar a cabo redadas, detener a camellos y cerrar algún que otro bar. La mayoría de los jóvenes están en contra de este tipo de acciones. Diana, vecina del barrio de 28 años, es uno de estos casos: “En este barrio no hay violencia. Se podían ir a la Plaza del Reina Sofía a joder la marrana a los pijos que van a la disco Kapital. Ellos también pasan droga y además destrozan la calle. Siempre están haciendo botellón, meando, dando alaridos peleándose, estallando botellas y destrozando la calle”.

 

El 67% de los bangladesíes y el 34,2 % de los senegaleses de la ciudad se concentra Lavapiés, sobre todo en la calle Amparo y en la Plaza de Cabestreros, a unos 100 metros de la de Lavapiés. Diakité es uno de los tantos africanos callejeros del barrio. “No me dedico al trapicheo, pero ya sabes, si alguien me pide yo sé dónde encontrarlo”, me contaba mirando a todos los lados. Fuentes policiales me confirmaron que no es un área especialmente conflictiva, ni en la que actúen grandes mafias, sino grupos de camellos dedicados al menudeo de droga; “pequeñas chirlas”, en argot policial. 

 

En algunos locales de la zona el movimiento no deja lugar a dudas. Dominic, senegalés de 32 años, es camarero en uno de los bares más frecuentados de la zona. Sus ropas anchas, sus rastas, sus pómulos marcados y sus enormes dientes blancos le dan un aspecto simpático a la par que imponente. “Parece Omar, el de esa serie americana, The Wire”, comenta una clienta española mientras Dominic le prepara un cóctel y le guiña el ojo. Cada rato entran grupo de pakistaníes y africanos, chocan la mano y sonríen y vuelven a salir sin consumir nada. Mientras, los clientes se embriagan a base de mojitos bien cargados. Nadie parece darse cuenta de nada. La convivencia es óptima. Todos tienen lo que quieren. 

 

 

El ritmo dominicano de Tetuán 

 

 

Se dice que no hay dominicano residente en Madrid que no haya pisado por una razón u otra este barrio. En Tetuán, las calles de Topete, Almansa y Tenerife, aledañas a la comercial Bravo Murillo y a la glorieta de Cuatro Caminos, son un espectáculo digno del Nueva York latino: decenas de peluquerías convertidas en puntos de encuentro hasta altas horas de la noche, grupos de caribeños apostando en ruidosas partidas de dominó en las aceras, niños jugando al fútbol y al béisbol en medio de la calle, raperos improvisando rimas en las esquinas y mulatas bailando en locales de salsa con la música a toda pastilla. “¿Te gusta, hermano? A este barrio lo llamamos el pequeño Caribe de Madrid”, cuenta William, vecino de la zona. 

 

Las reacciones entre españoles son las mismas que en Lavapiés: ancianos escandalizados y jóvenes encantados que aseguran que la convivencia ha mejorado mucho. Los mayores incidentes son pequeños hurtos, peleas tribales, coches con la música a tope y muy de vez en cuando un asesinato, como el de Luis Carlos Polanco, dominicano de 23 años que recibió un tiro en la cabeza en 2009 en plena calle Topete. 

 

Balaguer es uno de los personajes más carismáticos del barrio. Madrileño nacido en Cuatro Caminos hace 72 años, vivió la trasformación de la zona desde la llegada de los primeros dominicanos en los años 80 y decidió ser uno más entre ellos. “Al principio me costó que me aceptaran. Entraba a los bares y me miraban raro. Pero hoy mírame: soy el puto amo del barrio”. 

 

En todos los bares es recibido y celebrado “Balaguer mi helmano, vamo a bailá”. De lunes a domingo trasnocha en la Calle Topete emborrachándose y bailando con las jóvenes mulatas y hablando de política dominicana con los hombres: “Me llaman Balaguer por el antiguo presidente dominicano, el cerebro del dictador Trujillo”. Asegura que en el barrio hay mucha mafia, “pero a mi lado no hay problema con nadie”. Todo el mundo le saluda sonriente y añaden “si vas con Balaguer, vas seguro, porque todos le respetan y le quieren”. 

 

 

Pero siempre hay excepciones. Al hacer una foto en un callejón se oye una voz ronca y caribeña: “¿A qué pinga se debe esto?”. Y el mismo Balaguer se pone nervioso y hace gestos de que es hora de marcharse. Se trata de El Tigre, un mulato delgado y fibroso de unos 45 años, que viste cazadora de cuero y lleva pendientes colgantes en ambas orejas. “Aquí todo debe hacerse con mi permiso. Yo controlo el barrio y las bandas latinas”. Parece una fantasmada más, pero lo cierto es que todos los viandantes callan cuando él habla e incluso los raperos de las esquinas bajan la voz a su paso y le saludan diligentes.

 

En un barrio donde el 27% de los parados son extranjeros, muchos jóvenes dominicanos son carne de cañón para las bandas latinas como los Trinitarios y los Dominican Don´t Play. “Ya tú sabes, nos traemos lo bueno y lo malo de allá”.

 

El Chinatown de Usera 

 


 

El 22% de los asiáticos de Madrid se concentra en el barrio de Usera, considerado el Chinatown de la capital. El aspecto no es tan impresionante como el Chinatown de Nueva York, pero hay muchas calles ornamentadas con elegantes farolillos rojos y letretos en grafía china. En calles como Dolores Barranco el 85% de los negocios pertenece a chinos. Con solo un paseo se percibe el tejido social de esta comunidad discreta y hacendosa. Todo el mundo está trabajando en inmensos bazares, restaurantes y tiendas de todo tipo. Nada de reuniones callejeras ni de peleas. Casi todos son reacios a hablar. “No tenemos tiempo para discutir porque no venimos aquí a eso”, comenta Tinting Zhang, trabajadora china de 29 años. “Venimos a trabajar y eso es lo que hacemos: tra-ba-jar”. 

 

Fuentes policiales afirman que los chinos son la nacionalidad más pacífica y que menos delitos violentos cometen contra españoles. «Las mafias chinas son las más sofisticadas, se dedican principalmente al fraude fiscal, al blanqueo de dinero y al contrabando de productos a gran escala. Los chinos procuran llevarse muy bien con españoles y no causar problemas. Solo emplean violencia contra sí mismos, casi siempre en forma de explotación laboral en talleres», me contó un detective de homicidios. 

 

Alfonso Chao, presidente del Comité para la Educación y la Integración de los Inmigrantes Chinos en España asegura que la convivencia con los españoles ha empeorado desde la macro redada en el polígono asiático de Cobo Calleja (Fuenlabrada): “Se está produciendo un alejamiento mutuo entre nosotros y los españoles. Es muy triste, porque se nos señala como mafiosos cuando hemos contribuido durante diez años a la economía española”. 

 

La comunidad asiática siempre ha gozado de fama de trabajadora y las cifras corroboran esta impresión: el 95% de los chinos de España están trabajando. “Convivimos con ellos sin problemas”, comenta bromeando un vecino gitano de Usera: “Ellos trabajan de sol a sol y nosotros no curramos ni los días de lluvia”.

 

El sur latinoamericano

 


 

Los distritos del sur de la capital, como Latina, Carabanchel y Puente de Vallecas son las zonas con más paro de la ciudad y con mayor porcentaje de extranjeros desempleados (el 35%). Los ecuatorianos son la nacionalidad más numerosa y la más afectada por la crisis.

 

El ADN de la zona de Puente de Vallecas se encuentra en el Bulevar y la calle Peña Gorbea, punto de encuentro de familias enteras de latinoamericanos. Algunos hacen parrilladas, otros se emborrachan e incluso hay quien predica al “buen Dios” con megáfono. En las esquinas algunos camellos y toxicómanos tambaleantes (españoles) se pinchan en las rodillas ensangrentadas, tiran las jeringuillas al suelo y se gritan constantemente cuando les vuelve a entrar el mono. Entre medias, una pareja de ancianos pasean atónitos ante los maniquís de las tiendas colombianas, cuyos pechos tienen el tamaño de balones de fútbol: “No es que tengamos nada contra los extranjeros, es que aquí se junta lo peor de cada casa”, comenta una mujer septuagenaria. Aunque los vecinos se quejan del ruido y la suciedad, los incidentes no son frecuentes. 

 

«Los mayores altercados son las peleas tribales entre las bandas latinas y el tráfico de drogas cuyo núcleo está en la Cañada Real controlada por rumanos y gitanos españoles», explican fuentes policiales. La diferencia entre las mafias rumanas y las bandas latinas es que las primeras se crean para delinquir y cometen muchos delitos contra la propiedad, mientras que las latinas surgen para crear hermandad y para defenderse de otros grupos hispanoamericanos con los que tienen peleas tribales. Aunque también delinquen, este no es su objetivo fundacional. Los latinos casi nunca agreden a los españoles. 

 

Maribel, vecina madrileña de 65 años vive en un cuarto de la Calle los Yébenes, en el barrio de Aluche. Desde su ventana tiene una vista privilegiada: el perfil de Madrid al completo delante del cual se eleva el Parque del Cerro de la Mica, en el que se asentaba uno de los poblados chabolistas más peligrosos de la capital. 

 

Hoy, el cerro es un parque verde repleto de caminos, farolas y canchas de futbol y baloncesto. Todos los fines de semana cientos de ecuatorianos se agrupan en este parque para tomar el sol, hacer deporte y festejar el fin de semana. Vienen de todo Aluche y Carabanchel pero también de zonas más alejadas, como Parla y Getafe. Salen de la Renfe de Laguna (en una esquina del cerro) con sus neveras y sus bártulos, dispuestos a hacer picnic. “Son buena gente, no tengo nada contra ellos y ellos no se meten con nosotros, pero tampoco hay convivencia. Lo único malo es que arman un follón… En verano hemos pasado noches toledanas”, cuenta Maribel. “Esto ya es más suyo que nuestro, porque ellos lo usan y nosotros, los españoles, somos más caseros. Y ya se sabe: El buey es de donde pace, no de donde nace”. 

 

Cuando los primeros rayos del sol tiñen de amarillo las calles de Madrid, los inmigrantes trasnochadores y los madrugadores se cruzan. Asociaciones y ONGs aseguran que los muros de la incomunicación cada vez son más débiles. Los ancianos se acostumbran poco a poco a vivir en calles de otro mundo y los jóvenes se mudan a la zona premeditadamente buscando un ambiente multiétnico. La crisis y el paro obligan a muchos al retorno, pero para estos barrios no hay vuelta atrás. Casi todos los jóvenes de Lavapiés coinciden: si todos se fueran, Madrid sería mucho más aburrido.

 

 

 


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