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Mahmoud Darwish o el resto de una vida en un avión de papel

Pienso a menudo –más a menudo de lo que me gustaría, de hecho– en un relato de Ray Bradbury titulado ‘La última noche del mundo’, en el que el mundo, simplemente, termina. La causa no es el choque de un meteorito ni la radical melancolía de Lars von Trier; tampoco una guerra bacteriológica o una pandemia; el mundo termina como “solo, digamos, un libro que se cierra”. Es el 19 de octubre de 2069 y todo el mundo parece saber que esa será la última noche de sus vidas. Se les ha revelado mediante un sueño, exactamente el mismo para todos. En el relato, una pareja conversa serena sobre la situación, aunque estupefactos por el hecho de no sentir un pánico atroz ante la última noche de sus vidas; tal vez porque era lógico o esperable que el mundo, simplemente, terminara. Luego friegan los platos y los apilan con cuidado, acuestan a sus hijas, les dan un beso de buenas noches, apagan las luces de la habitación y dejan la puerta entornada, exactamente como cada noche. Justo antes de acostarse, ella cierra los grifos que se había dejado abiertos y ambos se sonríen ante ese gesto automático. Como si importara. Como si sirviera de algo. Luego se tumban abrazados en la cama y se dan las buenas noches.

Hace meses que me acompaña también un poema del palestino Mahmoud Darwish, titulado ‘El resto de una vida’, en el que el poeta se pregunta –y contesta– a qué dedicaría sus últimas horas. Con la evolución de la situación en Oriente Medio, este poema que traduje (del inglés) ante la muerte de un ser querido ha cobrado una magnitud para la que me faltaba imaginación. Hoy lo recupero con fiereza y perplejidad de insomne, y hago con él un avión de papel. Como si importara. Como si sirviera de algo.

El resto de una vida, por Mahmoud Darwish

Si alguien me dijera: “Vas a morir aquí esta noche
así que, ¿qué vas a hacer con el tiempo que te queda?” Yo diría
“Miraré el reloj
me tomaré un zumo
y morderé una manzana
y observaré con detenimiento a una hormiga que acaba de encontrar su provisión diaria de alimento
Luego miraré el reloj:
aún tengo tiempo para afeitarme
y darme una ducha larga. Me vendrá un pensamiento a la cabeza:
Hay que tener buen aspecto para escribir
así que me pondré algo azul
Me quedaré sentado hasta el mediodía, vivo, en mi escritorio
sin apreciar ni rastro de color en las palabras
blanco, blanco, blanco

Me prepararé mi última comida
serviré vino en dos copas: para mí
y para un invitado inesperado
luego me echaré una siesta entre dos sueños
pero me despertará el ruido de mis ronquidos
Entonces miraré el reloj:
todavía tengo tiempo para leer
Leeré un canto de Dante y medio mu’allaqa
Y veré cómo la vida se va yendo de mí
hacia otras personas, y no me preguntaré quién
ocupará el lugar”
“¿Eso es todo?”
“Eso es todo”
“¿Y luego qué?”
“Me peinaré
y arrojaré un poema, este poema
a la basura
me pondré mi última camisa de Italia
me despediré definitivamente de mí mismo con la ayuda de violines españoles
¡luego
caminaré
al cementerio!”

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