Home Brújula Maltrecho rigor. ‘El cura y los mandarines’, de Gregorio Morán

Maltrecho rigor. ‘El cura y los mandarines’, de Gregorio Morán

 

España no es tierra abonada para las biografías. No así Gran Bretaña, donde no se escatiman datos, donde no sólo se cuenta el lado público de un personaje sino también su intimidad, su vida privada, pues igualmente forma parte de su existencia. Me gusta James Joyce (1982), de Richard Ellmann, pero mi modelo es la biografía llena de pormenores, de testimonios, de documentos; factual –ni especulativa ni psicológica–, la biografía en estado puro, desnuda de opiniones o interpretaciones del biógrafo. Y si el personaje está enmarcado en su tiempo, con una buena descripción de su entorno, mucho mejor, pues es de agradecer un friso de la época. El mayor elogio que recibió El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero (1999) fue que parecía escrita por un británico.

 

Las biografías son trabajos de largo aliento, ingratas y a la vez apasionantes. Recuerdo que hace una década un poderoso grupo editorial ofreció publicar su historia a un renombrado grupo de pop-rock de los años ochenta. Sus miembros me propusieron como autor, pero resultó inviable porque el libro tenía que estar listo en tres meses. La obra salió y en la portadilla el escritor figuraba con un nombre distinto al que aparecía en la portada. La peor consejera del biógrafo es la prisa y la mejor virtud la paciencia. Indudablemente hay que tener admiración por el personaje biografiado, ya que no son muchas las personas capaces de perder varios años de su vida en volcarse con alguien por quien no se tiene el menor apego. Gerald Martin (británico) dedicó diecinueve años a reconstruir la vida de Gabriel García Márquez.

 

El biógrafo ha de tener una voluntad de acero, porque en el trayecto encontrará todo tipo de obstáculos, personajes arteros, testimonios mendaces… En nuestro país la falta de colaboración es moneda corriente. Los deudos no quieren airear las miserias del personaje, pretenden biografías maquilladas, edulcoradas, hagiografías, en definitiva. A propósito de mis últimos trabajos he recibido un par de amenazas con demandarme vía judicial. Como si uno no pudiera escribir sobre quien le apetezca sin mentir, ni calumniar, ni difamar, ni falsear a conciencia, ni atribuir delito alguno. El biógrafo suele tener más información que la estrictamente publicada, pero la guarda en su cofre doméstico, por prudencia. Igual que a los familiares les asiste el derecho a no participar en el proyecto, también pueden desmentir como mejor les parezca o dar su versión en obra propia. ¿Les asusta el rigor? Algunos amigos y colegas de las letras (hablamos de vidas de escritores), luego de ponerse estupendos y desestimar la invitación para participar en el proyecto (cuántos correos sin que se dignaran a contestar), airearon en discursos lacrimógenos la falta de biógrafos nacionales serios, responsables, etcétera. ¿En qué quedamos? Toda una impostura. Emulando a Fígaro, podemos decir que todavía en España biografiar es llorar.

 

A resultas de estos trabajos he utilizado mucha bibliografía memorialística, entre la que no abunda la franqueza ni la desnudez, pues la memoria suele ser muy caprichosa, salvo nuestro paradigma de la literatura del yo que es Coto vedado y En los reinos de taifa, de Juan Goytisolo, solo comparable al gran André Gide y su monumental Diario. Unas memorias como las de Carlos Castila del Pino, que suelen citarse como ejemplares –y no lo pongo en duda–, contienen errores menores, pero errores. Citaremos dos ejemplos. El psiquiatra gaditano apunta que la pareja de su hijo Carlos, Marta Sánchez Martín, hija de Rafael Sánchez Ferlosio y Carmen Martín Gaite, murió en el verano de 1984 (Casa del Olivo), cuando falleció el 8 de abril de 1985. O, con motivo del homenaje a Antonio Machado en Baeza (1966), Castilla del Pino escribe en el mismo libro que el fiscal Jesús Chamorro transportó la cabeza en bronce del poeta que esculpió Pablo Serrano en su Citroën Dos Caballos, cuando ni el coche era suyo ni lo transportó el fiscal. El vehículo era del hijo de la lexicógrafa María Moliner, el arquitecto Fernando Ramón Moliner, autor del monumento –un cubo de hormigón brutalista– donde iría la obra de Serrano y quien, bajo una manta en el maletero, llevó el busto a Baeza y con él se volvió a Madrid, una vez prohibido el acto.

 

De las recientes publicaciones, quien se lleva la palma en cuanto a falta de rigor (“exactitud o precisión en un relato o historia”, según el Diccionario de uso del español) es el libro de atribulada aparición El cura y los mandarines, de Gregorio Morán, quien en nota preliminar asegura haberlo elaborado en diez años largos. Se trata de una obra necesaria y por eso creo que debería ser inmediatamente corregida, pues abunda la información de tercera mano, no contrastada. Morán, que no deja títere con cabeza, dice que en la casa de Alberto Oliart se gestó el esbozo del documento de apoyo a la entrada de España en la OTAN y entre los comensales del almuerzo cita a Narcís Serra y señora. Al habla con el anfitrión –hay que recurrir a las fuentes–, éste lo desmiente categórico. La primera obra de Juan Benet, Nunca llegarás a nada, no es una novela, como escribe Morán, sino un libro de cuentos. El ingeniero-escritor tampoco acompañó a Dionisio Ridruejo a Estoril para visitar a don Juan de Borbón; Benet viajó en su automóvil con otras tres personas, delegado por Ridruejo, sí. A la vuelta despachó con Dionisio. La primera esposa de Juan Benet no es Nuria Fontana sino Nuria Jordana, con quien contrae matrimonio el 15 de abril de 1955 y su primer hijo, Ramón, nace el 14 de febrero de 1956, por tanto no se casó embarazada, como afirma Morán. Tampoco era huérfana ni nieta de exiliados en Chile, sino hija de exiliados. Su padre era el escritor catalán César Augusto Jordana. El suicidio de Nuria no fue presenciado por su vástago Eugenio, de once años. Éste presenció y evitó una intentona. El aciago día (4 marzo de 1974) el viudo Benet no aprovechó para comer con Blanca Andreu como se asevera en El cura y los mandarines. La futura poeta entonces tiene quince años y no conocerá al autor de Volverás a Región hasta finales de 1982. Decir que Luis Martín-Santos, Juan Benet y Carlos Castilla del Pino “lograron retirar a sus esposas de sus vidas por similar procedimiento” es, cuando menos, una ligereza. Abundo en los datos sobre Juan Benet porque es sobre quien trabajo en la actualidad. Pero hay más. Antonio Gala no es andaluz de Córdoba sino manchego de Brazatortas (Ciudad Real); tampoco Rafael Sánchez Mazas “consumía sus últimos días en el Hotel Velázquez”. El relevante prosista de Falange Española murió en un apartamento de la calle del Doctor Fleming que alquiló su esposa, Liliana Ferlosio. Y su nieta Marta Sánchez Martín tampoco fue el alma de la editorial Nostromo, según Morán, fundada por los jóvenes Diego Lara, Juan Antonio Molina Foix y Mauricio d’Ors (no Mauricio Pla, como aparece en la obra comentada). En aquella pequeña empresa Marta fue “secretaria-chica-para-todo”, en expresión de su madre.

 

El rigor y la indolencia acostumbran a caminar por separado. Hay datos que cuesta muy poco comprobar; levantarse a la estantería y consultar el volumen conveniente, una visita a la Red (Gregorio Morán en una ocasión remite a la Wikipedia, de escasa fiabilidad), una solicitud al Registro Civil para saber de fechas de nacimientos, casamientos o defunciones. Quienes trabajan con material memorialístico, forzosamente, han de dejar la estela de onerosos, pues forma parte de su labor. Repito: urge una revisión del libro de Morán, porque de no ser así, ahí quedará en letra de molde para generaciones venideras, que volverán a reproducir algunas informaciones no veraces, ciertos datos erróneos. Y así sucesivamente. “Rigor, mucho rigor”, que a modo de sentencia titulara Juan Benet uno de sus numerosos artículos.

 

 

 

El cura y los mandarines (Historia no oficial del bosque de los letrados). Cultura y política en España, 1962-1996, de Gregorio Morán. Editorial Akal.

 

 

 

 

J. Benito Fernández (Tomiño, Pontevedra, 1956), entregado a la escritura de biografías, se dio a conocer con la muy celebrada El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero (Tusquets, 1999). Con Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído (Anagrama, 2005) quedó finalista del XXXIII Premio Anagrama de Ensayo. También en la estela biográfica publicó Gide/Barthes. Cuaderno de niebla (Montesinos, 2011).

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