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Maná, eterno beso de buenas noches

 

No hará falta que lleves paraguas, no será necesario. Será el maná, caído del cielo. No tendrás que protejerte, tampoco hará falta.

 

 

Este maná se desprenderá de las nubes como gotas invisibles, imperceptibles. No, no lo podrás tocar del mismo modo que tampoco lo podrás ver. El maná todo lo vuelve niebla. Sólo tendrás que sentir cómo recorre tu cuerpo, sólo tendrás que dejarte llevar.

 

Entonces, dejarás que te acaricie la cara, dejarás que, suave, te abrace el alma. Es el viejo maná, aquel que el mundo entero prestó al olvido porque le tiene miedo.

 

Cuando llegue la hora, cuando baje en tu nombre, tendrás que reconocerlo. Cuando llegue el momento, dejarás que el maná atraviese tu frágil cuerpo. Cuando el maná te embriague, deja que su escarcha rellene cicatrices, canas y suspiros.  Sentirás escalofríos. Vértigo. Estertor. Y después, paz, mucha paz. Entonces no tendrás prisas porque perderás la noción del tiempo.

 

Habrá llegado la hora de tu maná, habrá llegado tu día. Este maná te pertenece a ti y a nadie más.

 

Un día, aquel que menos lo esperes, el maná te aguardará y no habrá marcha atrás. Puede que algún recuerdo te sobrecoja, como puede que atisbes a algún familiar perdido. Dicen que el maná hace milagros, dicen que te hará sentir flotar, que te elevarás. Entonces, todo se volverá de color blanco.

 

Será el maná, un dulce maná caído directamente del cielo. El maná vuelve a ti porque tú has de volver irremediablemente a él, como un retorno al origen. Y casi sin darte cuenta, será unión y despedida. Todo en uno.

 

Será el maná, será el eterno beso de buenas noches a la vida.

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