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Acordeón¿Qué hacer?Manu Leguineche tuvo un sueño. Persigámoslo, y convirtamos la soledad en una...

Manu Leguineche tuvo un sueño. Persigámoslo, y convirtamos la soledad en una llama

Agradecimientos

 

En primer lugar, quisiera mostrar mi agradecimiento a Manu Leguineche por haberme guiado con su saber profesional y actitud personal por tan difícil camino. Desgraciadamente no hemos tenido ocasión de coincidir en algunos escenarios internacionales a los que ambos fuimos como enviados especiales. Con mi agradecimiento también incluyo un fuerte abrazo a su familia y amigos, algunos de los cuales tuve el honor de conocer ayer. A la Diputación de Guadalajara, representada por su presidente, José Manuel Latre, a quien pido disculpas por no haberle podido responder adecuadamente debido a la emoción que sentí en el momento en que me comunicó el premio. A la Universidad de Alcalá, Carmelo García, y con él a todo el equipo del Rectorado. A la Fundación General de la Universidad, a María Teresa del Val, por sus atenciones. Mi agradecimiento también al Ayuntamiento de Brihuega y su alcalde, Luis Viejo, por su amabilidad al mostrarnos parte de este ya querido pueblo. A los compañeros de la FAPE, y dentro de ella especialmente a la Asociación de la Prensa de Valladolid por presentar mi candidatura, candidatura que ha ejecutado con trabajo y paciencia uno de los miembros de la directiva, Fernando Sanz. A Tamara, mi mujer y también periodista, que llegó a creer en algún momento que “me parecía a Manu” (y esto va entrecomillado). A mi familia por su apoyo a lo largo de mi vida y a la familia de Tamara también por su cariño. Dicho todo esto, debo añadir que yo no estaría aquí si no hubiera sido por un puñado de compañeros que han compartido conmigo muchos momentos difíciles. Me gustaría que supieran que este premio profesional también tiene un trocito para cada uno de ellos. Un recuerdo especial para Julio Flor y Amaia Goikoetxea, a los que envío fuerza y ánimo en estos momentos difíciles

 

 

Discurso

 

Es muy probable que el ejercicio del periodismo a lo largo de muchos años me haya dañado el alma. Tanto es así que ya no busco saber quién soy ni cómo es el mundo en el que habito a través de los medios de comunicación, sino en aquellos libros que han ido pasándose de mano en mano a lo largo de los tiempos.

 

Mucha gente nos dice hacia dónde vamos y cuál va a ser el futuro. Se basan, generalmente, en análisis teóricos sobre contenidos de pantallas de plasma colocadas en despachos con aire acondicionado. Yo, después de pisar muchos lugares del mundo, no sé hacia dónde vamos… Lo que sí creo saber es hacia dónde no lo hacemos. No vamos hacia la solidaridad. No vamos a buscar la respuesta definitiva sobre qué es el hombre, un hombre indefenso ante el mundo que ha creado y que parece escapar a su control. No vamos a abrazar a la naturaleza. No nos van a dejar pensar en pasado, quizás por creer que es un ejercicio inútil. No tendremos tiempo para pensar en presente y pensar en futuro será desaconsejable. No vamos a mirar a los ojos a la gente y cada vez menos vamos a intercambiar su voz con la nuestra.

 

Algunos analistas tres punto cero piden al periodismo que cabalgue al mismo ritmo que esos algoritmos desbocados dentro de una nube que nadie sabe dónde está. Tratan de confundirnos al querer primar el soporte sobre el mensaje, el continente sobre el contenido. Ante todo ello sólo hay un camino.

 

Devolvamos la filosofía y la poesía al periodismo. Naveguemos junto a Joseph Conrad por África en busca del alma humana de aquellos que huyen hacia un mundo mejor. Entremos con Goethe en el campo de exterminio de Dachau para analizar las guerras de nuestra existencia con esperanza. Miremos a la naturaleza como a nuestra primera madre. Volemos con Saint-Exupéry sobre sus alas de papel para desvelar con ironía sutil el mensaje, y expliquemos, de esta manera, que el ruido y la furia no es de Donald Trump sino de William Faulkner.

 

Caminemos los periodistas llenos de vida con el espíritu de Manu y dejemos de ser sombras errantes en la barca de Caronte. Recuperemos los valores que sirvieron al mundo para salir de las crisis. No hay futuro para nadie sino hay confianza para todos.

 

El periodismo no debería seguir (sólo) a una élite que nos lleva al mito de Casandra, de quienes nos dicen que no podemos evitar un futuro ya decidido de antemano.

 

De entre mi documentación personal, hecha a lo largo de casi 30 años, saco para este momento un par de declaraciones de dos personas relevantes en la historia del Periodismo. Empiezo por unas palabras de Manu Leguineche que fueron publicadas hace ahora 17 años, a modo de entrevista, por un diario vasco en el mes de noviembre de 1999:

 

“Echo de menos el romanticismo, la pasión, la energía de otros tiempos en los que había menos tecnología y en los que, aunque hablábamos peor los idiomas, había una entrega muchísimo más apasionada a la profesión. Hoy día todo son declaraciones y ruedas de prensa, (…) así que me da la impresión de que se me ha pasado el tiempo para escribir crónicas desde el terreno y urgentes”.

 

Creo que en la misma línea pero en 1996 –tres años antes– un diario español de difusión nacional recogía un artículo de Gabriel García Márquez titulado El mejor oficio del mundo, que en realidad era el discurso que había leído anteriormente en Los Ángeles durante la quincuagésima segunda Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa. El Nobel destacó lo siguiente (estamos hablando de hace veinte años):

 

           “En el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma manera que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacía el futuro”.

 

Pero yo creo que nos queda una oportunidad: ser la vanguardia de quienes se van quedando atrás. Los podremos reconocer muy fácilmente si hacemos caso a James Squires, director del Chicago Tribune, que bajo su dirección consiguió siete premios Pulitzer, y que en uno de sus libros dice:

 

          “Los periódicos nacen cuando sus propietarios son pobres y se ponen al lado de la gente. Consiguen así grandes tiradas y, como resultado mucha publicidad. Eso les hace ricos y, como es natural, empiezan a relacionarse con otros hombres ricos: juegan al golf con uno, beben whisky con el otro y su hijo se casa con la hija del de más allá. Entonces se olvidan de la gente, y las tiradas disminuyen. Más tarde, desciende la publicidad, y sus periódicos entran en decadencia”.

Puede ser que por otro camino no haya nada por lo que un periodista pueda dejar su ilusión, su esfuerzo, sus lágrimas y hasta su sangre. Sería terrible haber muerto de sed al lado la fuente.

 

Voy a terminar con un deseo:

 

Manu tuvo un sueño, persigámoslo, y convirtamos la soledad en una llama.

 

Muchas gracias.

 

 

 

 

Este texto fue leído por el autor el pasado 24 de noviembre en la localidad de Brihuega, Guadalajara, con motivo de la concesión del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Cátedra Manu Leguineche’.

 

 

 

Fidel Raso Fidel es fotoperiodista. En FronteraD se ha publicado un portafolio dedicado a su trabajo, además de Al pie de nuestro muro derrumbado. Recuerdos de BerlínFotografía y periodismo en los ‘años del plomo’ en el País Vasco y La ciudad envuelta. Y con Tamara Crespo, Equipaje de inmigrante: qué llevarse a un viaje entre África y Europa, Carmina Maceín vende riad en Tánger… con algún Picasso y Miró y Rústico flamígero en Tierra de Campos.

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