Narrador entre la modernidad y la tradición, Manuel Moyano es uno de los escritores de relatos más destacados de nuestra narrativa actual. Con una sólida trayectoria de títulos como La coartada del Diablo -premio Tristana de Novela Fantástica-; la colección de relatos El amigo de Kafka, premio Tigre Juan a la mejor primera obra narrativa; El imperio de Yegorov, finalista del Premio Herralde; Dietario mágico, un recorrido por la Murcia esotérico–castiza editado por La Fea Burguesía; La agenda negra; El abismo verde, todo un homenaje a los clásicos de la novela de aventuras y de la narrativa fantástica; El Experimento Worlberg; Travesía Americana: de San Francisco a Nueva York por carretera y Los reinos de Otrora, entre otros, Moyano propone rutas misteriosas, sobresaltos y sorpresas como definió Luis Mateo Díez. Asimismo, Luis Alberto de Cuenca dijo de él: «Manuel Moyano es un narrador excepcional. Tiene la magia del chamán que recita los mitos etiológicos de rigor en las largas noches de invierno, al calor de la hoguera primordial». Un autor preciso, tramas bien estructuradas y cuidado estilo.
«Nací en Córdoba unos días después de que le volaran la cabeza a Kennedy. Me crié en Barcelona cuando el catalán no era aún lengua oficial. Regresé a Córdoba para estudiar la carrera y, en 1991, acabé instalándome en Molina de Segura (Murcia) atraído por una mujer (mi mujer). Disfruto, por tanto, de una especie de triple nacionalidad y podría reivindicar la independencia de tres territorios si creyera en ella. Me licencié como ingeniero agrónomo porque me sentía llamado por la naturaleza, pero descubrí que no me gustaba dedicarme a extraer productos del campo, sino sólo a comérmelos o bebérmelos. He jugueteado con la escritura desde que era muy joven y me produce gran satisfacción haber hecho disfrutar con mis libros a algunos lectores: de esa forma devuelvo parte del placer que yo obtuve de otros escritores».
La tensión entre lo clásico y lo contemporáneo; entre lo que la vida nos deja y lo que imaginamos: el deseo de aventura. ¿La realidad no nos conforta lo suficiente?
Puede que ése sea uno de los defectos y, a la vez, una de las grandezas del Homo sapiens. Que la realidad como tal nos parece insuficiente. Quien tiene gatos en su casa se habrá preguntado alguna vez cómo pueden llevar esa existencia anodina sin que ello parezca preocuparles lo más mínimo. Nuestra especie –o muchos de sus miembros– no puede conformarse de la misma manera en que lo hacen los gatos. Necesitamos más, y ése es el origen de todos los logros y de todos los males. Pascal decía que todos los problemas del hombre provenían de su incapacidad para quedarse sentado a solas en una habitación. Sea como fuere, muchos de nosotros no podemos conformarnos con la realidad tal cual y tenemos que modificarla o, incluso, crear otra adicional. Toda la sociedad humana se basa en la creación de mundos ficticios paralelos, superpuestos al mundo físico. Recomiendo a gritos el libro Sapiens. De animales a hombres, de Yuval Noah Harari, una de las visiones más lúcidas del ser humano que he leído en mucho tiempo.
Cuando observa la calle, ve la televisión, lee los periódicos cada día, ¿qué le produce más inquietud?
Lo que me inquieta de verdad es que, en algún momento, las noticias dejen de inquietarnos. Eso querrá decir que habremos llegado a una especie de anestesia moral, causada por la sobreabundancia de información, del mismo modo en que un estudiante de Medicina deja pronto de sentirse impresionado por la visión de los cadáveres.
Se dice que cada vez abundan más las no-novelas.
Cela dijo una vez que novela es todo aquel libro en cuya portada está impresa la palabra novela. Resulta difícil señalar los límites de lo que llamamos novela. Bienvenidos sean todos los experimentos y ensayos que se hagan. Unos fracasarán y otros no. Quizá estén hoy gestándose formas de novela o géneros literarios que aún ni sospechamos. Particularmente, entreveo un género futuro que se plasmará a través de los libros electrónicos, y en el que el autor podrá incorporar imágenes, audios y vídeos a sus textos. Todo lo que se está haciendo ahora parecerá cosa de un pasado remoto.
Propongo a Manuel Moyano un juego con el lenguaje para así hacer un recorrido a través de su personalidad, inquietudes, aficiones y realidades varias. Agitamos como una coctelera el diccionario y de las letras que surgieron el autor escogió las siguientes palabras dejando sobre ellas su particular definición.
Amor. No podemos vivir sin ser queridos. Las mayores tragedias han sido provocadas, seguramente, por personas que no se sentían amadas por sus semejantes. Y quizá también las mayores obras de arte.
Caminar. Hay algo en caminar –y particularmente en caminar solo y durante un largo recorrido– que va mucho más allá del ejercicio físico, del deporte. Es algo que tiene que ver con el sentimiento de libertad, con la entrada en juego del azar, con la proximidad de la naturaleza (incluyo en ella nuestro propio organismo). Son tus propios pies los que te van llevando de unos paisajes a otros. Y hay algo místico en todo eso.
Cerveza. Un buen vehículo para alcanzar el nirvana. Acompañado de amigos, hace una combinación perfecta.
Ciencia. La búsqueda del conocimiento, intentar desentrañar el mecanismo de este ente que nos comprende y al que llamamos universo, quizá sea una de las pocas cosas que puede justificar nuestra existencia.
Córdoba. La tierra natal, los estíos salvajes, los mediodías de la infancia en que salíamos a buscar fósiles o higos al campo mientras el aire hervía de chicharras y los adultos dormían la siesta refugiados en la penumbra de sus casas.
Dylan. Cualquier persona normal ya se habría aburrido de oírlo; yo, no.
Ego. Es lo que mueve el mundo. La historia se paralizó durante la Edad Media, cuando los artistas y los científicos dejaron de firmar sus obras; no volvió a ponerse en marcha hasta el Renacimiento, cuando los egos volvieron a tener rienda suelta para manifestarse.
Escritores. Hay ciertos autores –Borges, Bukowski, Cioran, Lovecraft, Cunqueiro, Bioy Casares y otros– que, al margen de su posición dentro del canon, son para mí mucho más que fabricantes de textos. Los considero, de algún modo, mis amigos y pienso en ellos como si los hubiera conocido personalmente (cosa que, por supuesto, jamás ha ocurrido).
Felicidad. La superstición moderna nos ha condenado a encontrarla o, cuanto menos, a simular que la hemos encontrado.
Internet. El último prodigio de la especie, el no–lugar donde confluyen toda la sabiduría y toda la estupidez humanas, el sumidero que acoge todo lo honorable y todo lo canallesco que podemos dar de nosotros, el Aleph soñado por Borges.
Juventud. Con la edad, uno se va aproximando más a quien quería ser. Disfruto más de la vida ya iniciada la cincuentena, y eso a pesar de ser más consciente ahora de mi caducidad que cuando era joven.
Literatura. La vida no es suficiente, de ahí la necesidad de intensificarla a través de la creación.
Meteorología. Si uno ha vivido durante un cierto tiempo en (pongamos) Cleveland, se pasa el resto de su vida fijándose en qué tiempo hace en Cleveland en los partes meteorológicos.
Motivación. Cuando veo a alguien hacer determinada cosa, o aspirar a conseguir algo, lo primero que me pregunto es el porqué: qué motivos hay detrás de cada uno de nuestros actos, qué nos lleva a hacer una determinada cosa y no otra.
Muerte. Todo el mundo muere alguna vez.
Ocio. Decía el filósofo Ortega y Gasset que es la única ocupación digna del hombre.
Patria. Me interesa poco el deporte y, sin embargo, no puedo evitar emocionarme cuando los españoles entran en liza en los grandes eventos deportivos internacionales: en eso debe de consistir el sentimiento patriótico.
Playa. Durante miles de años, la humanidad había vivido al margen de las playas si no era para recolectar mariscos o algas. De repente, hacia la mitad del siglo XX, alguien hizo creer a todo el mundo que era muy divertido pasar largas horas al sol embadurnado de arena y de sal.
Política. Quizá no merezca que pasemos tanto tiempo hablando de ella.
Testículos. Esos patéticos saquitos colgantes en la entrepierna… La naturaleza podría haber inventado otra cosa menos humillante para la procreación.
Universo. Es inverosímil y, sin embargo, existe.
Viajar. No he leído ningún estudio psicológico o neurológico donde se explique por qué el hecho de viajar nos produce un placer tan intenso. Para mí sigue siendo un enigma, pero a veces uno puede sentir ese misterioso pálpito con sólo alejarse unos kilómetros de casa.