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Sociedad del espectáculoLetrasManuel Orestes Nieto: epopeya y crónica de Panamá

Manuel Orestes Nieto: epopeya y crónica de Panamá

 

Panamá, que en lengua indígena significa abundancia de peces y mariposas, no sólo es un paraíso natural sino también, desde hace 500 años, un cruce de civilizaciones y enclave privilegiado de las comunicaciones y el comercio mundial debido a que el país hace de punto de conexión de dos gigantes: el Atlántico y el Pacífico. Estos espacios no sólo han determinado la historia del istmo, sino que éste ha forjado en ellos su paisaje mítico y su identidad. La obra poética de Manuel Orestes Nieto (Ciudad de Panamá, 1951) es espejo, denuncia y crónica de ese proceso. Sólo un hijo de Panamá podía dar testimonio poético de esta tierra, cantar sus selvas y sus océanos y su lucha por un futuro de justicia y libertad.

 

La imagen y el anhelo de la utopía: Panamá entre la realidad y el deseo:

 

 

Nuestra historia está hecha

de esclavitud y libertad,

de idas y vueltas,

de llegadas y partidas,

de adioses y reencuentros;

siempre en la reminiscencia

del agua perpetua

y de la quietud

de sus imponentes lontananzas,

 

dice en su último poemario, El deslumbrante mar que nos hizo, que recientemente ha obtenido el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá en la modalidad de poesía. Nieto, punto de inflexión en la poesía panameña y centroamericana reciente, es el único panameño que ha logrado este galardón cinco veces en cinco décadas distintas. Con El deslumbrante mar que nos hizo, asegura, cierra un ciclo poético de búsqueda y de creación formal que comenzó hace 40 años.

 

 

“Un Panamá multicolor”

 

“Venimos de haber sido un eje principal de España durante tres siglos, después nos plegamos a una dominación bogotana y luego nos convertimos en una colonia directa de Estados Unidos. En total, cinco siglos sin libertad ni autodeterminación. Y es así como el panameño se va formando, en una mezcla profunda de negros, blancos, indígenas, y de otras migraciones que pasaron, de los que llegaron y de los que cruzaron y de los que no volvieron más… y así va surgiendo una nación en medio de un colonialismo muy especial y sostenido por siglos”, explica Nieto.

 

Los poemas de Nieto son un canto a la diversidad de la tierra a la que pertenece, como símbolo no tanto de las tragedias pasadas como de la riqueza de siglos que atesora Panamá. “Mi bisabuela era negra, mi abuelo era blanco y mi abuela tenía mucho de zamba, un hermano mío es muy trigueño. Yo soy blanco con los ojos azules, pero en mí vive la raíz negra… Ése es el Panamá multicolor: la mezcla intensa, las oleadas humanas que dejaron su semilla y con el paso del tiempo un resultado que es la nación multiétnica de Panamá, que viene de esos tres grandes troncos iniciales a los cuales se superponen otros como chinos, italianos, griegos, judíos, hindúes… y todos, en mayor o menor grado, están metidos en la sangre de ese ser panameño y ésa es nuestra identidad plural. ¿Por qué voy a rechazar esa realidad y dar un paso hacia atrás impulsado por la xenofobia? Sería un suicidio, sería como descomponerme en pedazos”, cuenta Nieto en su despacho de la Universidad UDELAS, una institución pública con un claro y decidido enfoque social cuya rectora, Berta de Arosemena, es la hermana de Omar Torrijos. A la UDELAS se incorporó el poeta hace cerca de tres años para poner en marcha en la institución una editorial universitaria, una imprenta y una librería.

 

En Manuel Orestes Nieto la historia del país se mezcla con el relato personal, con la biografía. No se trata de una intuición: es una realidad tan diáfana, tan de carne y hueso como su bisabuela, Baldomera Espinosa. Estamos a finales del siglo XIX. Panamá es una provincia de Colombia. Baldomera vivía junto a su bisabuelo en Cana, en el Darién, en la provincia aislada y selvática, cerca de la actual frontera panameña con el país colombiano. Algunos años más tarde, el marido fallece en el interior de una mina de oro que se inundó.

 

“Baldomera lo agarró enlodado, y por la cosa mítica de que él tenía que respirar mejor para irse al otro mundo, le sajó la garganta y el pecho y lo enterró en el cementerio de Cana y se fue para siempre”, cuenta Nieto. “Entonces, cogió a su hija, mi abuela, Fulvia, de 15 años, y se viene a Ciudad de Panamá, donde se instalan solas dejando atrás todo: su tierra y su familia”, cuenta Nieto.

 

 

La herida del Canal

 

Baldomera y Fulvia llegaron a Ciudad de Panamá unos años antes de 1903, el año que finalmente Panamá de separa de Colombia y se constituye en república. “De modo que ambas eran colombianas y luego adquieren la nacionalidad del naciente estado: la panameña”, cuenta.

 

“A lo largo de nuestra historia”, abunda, “los intentos de lograr la independencia nunca se materializaban de forma permanente y cuando por fin cuaja en 1903, 15 días después de haber hecho la república ¡15 días sólo! Panamá firma un tratado a perpetuidad que cede la parte más preciada del territorio a Estados Unidos para construir un canal”.

 

Ésa es la herida que está abierta en Panamá cuando Manuel Orestes Nieto nace en el barrio de Santa Ana, en Ciudad de Panamá, en 1951: “Este país fue el epicentro de la colonización española, en una zona de tránsito”, relata. “El canal se construye siguiendo una secuencia histórica de los sucesivos colonialismos que ocupan el centro del país por razón de la ruta interoceánica, de pasar de un mar a otro”.

 

Y esa herida enseguida empieza a sangrar ante sus ojos: en enero de 1964, cuando el poeta cuenta apenas 13 años. A los héroes de enero del 64 está dedicado el primer poema, “Enemigo común”, de Dar la cara, una de sus obras cruciales, que obtuvo el premio Casa de las Américas en 1975. Orestes es el único panameño ganador de este premio en poesía. A los 24 años:

 

 

pero hay noches en que bajas olvidando la poesía

a tu país

y no hay un país  ni una ciudad       ni un bar

ni una mujer

ni un territorio

porque aquí se volvió todo tráfico hasta los sueños

 

y luego vuelves adolorido

y regresas a leer a Paz ya sin paz

 

y piensas seriamente:

 

cómo sería el cielo

y sus ministros          y sus ángeles    y sus arcángeles

y my God en persona

discutiendo sobre un Canal dominado por satanás.

 

Enemigo común”, de Dar la cara

 

 

Panamá era no sólo un país incompleto territorialmente, sin plena soberanía, sino que además estaba cortado por la mitad, “con una cerca en el medio, intervenido militarmente, donde hablamos ahora, la sede de esta universidad, era una base militar norteamericana. Yo vivía entonces en un barrio pobre, Santa Ana, muy cerca de la línea divisoria con la llamada Zona del Canal donde estaba instalado un sistema de bases de Estados Unidos, de modo que desde mi niñez se me mete por los ojos la opresión colonial norteamericana”, asegura. “Por eso un libro como Dar la cara es el testimonio directo de aquello, no invento nada”.

 

Los primeros poemarios de Nieto, de un claro carácter social y contestatario, nacen desencadenados por esta agresiva realidad colonial, mezclada ya en el imaginario poético que nacía de él con Baldomera y Fulvia. Memoria personal entrelazada con la conciencia histórica y la denuncia del presente, como testimonian sus poemarios, cuyos títulos no pueden ser menos elocuentes, pertenecientes a esta primera etapa de su poesía: Poemas al hombre de la calle (1968-1970), Reconstrucción de los hechos (1973), Diminuto país de gigantes crímenes (1976) y Los muertos dolerán de otra manera (1979).

 

 

Poesía de esperanza y utopía

 

El compromiso social en la obra de Orestes no cae en el cinismo vacío sino que está preñado de esperanza, que encuentra su materialización poética en la utopía como un territorio de la imaginación donde lo poético y el deseo se funden de manera íntima. Esta característica libera su poesía de cualquier derrotismo o cualquier tentación de nihilismo.

 

Hay ya algo de esto en Panamá en la memoria de los mares, de 1984 (“esta sangre como la suma de muchas sangres”, “Y tú en la zurcida esperanza / de un pueblo con rostro de muchos pueblos”), pero donde la utopía alcanza la categoría de universo poético personal absoluto es en El mar de los sargazos, de 1997:

 

 

Sin haber conocido a sus ancestros

son capaces

de saber de cada uno de sus días vividos,

como si el presente se conjugara con el pasado en un todo.

 

Tienen la capacidad de saberse incubados

y cómo fue su primer aliento al nacer.

 

Ciertamente no pueden conocer el porvenir,

pero también es verdad que no lo temen.

 

“El deslumbrante mar que nos hizo”, dice Nieto, “cierra un ciclo de búsqueda que empezó hace mucho, en 1972. Yo tenía intuiciones poéticas, sociales, y poco a poco fui ganando en conciencia. Ha dicho un crítico que mi obra está cosida a la búsqueda del pasado de Panamá, a sus raíces formativas, donde la Historia es el principal personaje, y es cierto, así comenzaron a surgir mis poemas. Pero para mí la historia de Panamá es al mismo tiempo la de mi abuela y, por lo tanto, parte de mi historia personal. Se mezclan ambos ámbitos en una misma entidad… Después surgieron libros como Panamá en la memoria de los mares, que yo siento como un primo hermano que precede a El deslumbrante mar que nos hizo, y trabajos mucho más elaborados en términos de ficción como fue El mar de los sargazos. Es una manera de hablar del país marítimo, de un mundo ideal que hay que construir, unas utopías que realizar. El libro tiene una textura oceánica y submarina”, sentencia.

 

Entre 1984 y 1997 ven la luz poemarios como Poeta de utilidad pública (1985), El cristal entre la luz (1988; en 2008 el autor empleó este título para bautizar la recopilación de su obra completa desde 1968 hasta ese año) o Sangre vidriada (de 1991 y que es una crónica de los días terribles de la invasión a Panamá de diciembre de 1989), de tonos más de poesía social trufada de trazos de memoria personal que sirven como homenaje y canto a su historia personal (de nuevo Baldomera, pero también su madre, su padre…) y a la historia de Panamá, a modo de reescritura del pasado para provocar un presente anhelado:

 

 

La poesía te escoge, no la escoges.

 

Te acoge, como un tibio vientre de mujer

en el centro del amor.

Todo lo da en el acto de saber

que todo le debe ser quitado.

No trama, teje para otros. A veces con dolor.

Su principal virtud consiste

en maltratarte lo gratuito.

 

Acosar la turbiedad de tus días, es su oficio.

 

Poema inicial de Poeta de utilidad pública

 

 

La entrega del Canal: una transición poética

 

El siglo XX llega a su fin y el universo poético de Nieto está plenamente elaborado: la memoria personal imbricada a la panameña, la mezcla, el mestizaje, el pasado que hay que reescribir, que homenajear, la utopía que hay que elaborar y desear, la denuncia por la falta de libertad, por la opresión al pueblo panameño, la reivindicación de los panameños por su propio territorio… y, sobre todo, la selva húmeda, tropical y el mar como símbolos de lo eterno, de lo inmenso, de lo infinito, testigos ambos de la historia y del sufrimiento. 

 

“Ahí es donde El mar de los sargazos hace una inflexión de ficción y ya no de poesía social explícita, sino que empieza a manejar una expresión de utopía, de símbolos, pero que gravitan sobre lo mismo”, detalla Nieto. “Esos mares nos hicieron mucho daño, ¡pero nosotros venimos de allí! Así que por qué vamos a negar esa historia… Es más, lo que fue un elemento de nuestra desgracia tiene que convertirse en el factor de nuestra felicidad”. Y esta reflexión se produce en El mar de los sargazos, de 1997, sólo dos años antes de que Estados Unidos entregara definitivamente el Canal de Panamá a los panameños, al mediodía del 31 de diciembre de 1999, en virtud a los tratados Torrijos-Carter de 1977.

 

De modo que, a mediados de los 90, Nieto es consciente de que la cicatrización de la herida del Canal ya tenía fecha: “En esa placenta hago mi propuesta: no quedar estrellado en el muro del agotamiento poético de una fase histórica sino saltar con otro lenguaje a una realidad distinta e incluso deseada, el fin del colonialismo en mi país; y creo que por eso surge El mar de los sargazos”, dice Nieto. “Trato de convertirme casi en otro escritor siendo el mismo… Tuve que reinventarme para poder sobrevivir poéticamente”, abunda, “porque la realidad había cambiado y tuve tiempo de entender y entenderme, porque los tratados no se materializaron de un día para otro, se firmaron y no nos dieron las llaves al día siguiente, fue una transición que duró veintitrés años en los que yo hice también mi transición”.

 

Manuel Orestes Nieto sintió muy de cerca este hito de la entrega del Canal, que marcó un antes y un después para la historia de Panamá. Con poco más de 20 años, a su regreso de estudiar en Barcelona, el poeta se incorporó primero a la Universidad y más tarde, en 1978, en los años finales de la negociación por el Canal, pasó a integrar un equipo de trabajo y asistencia personal de Omar Torrijos. “Hasta su muerte yo trabajé en ese equipo cívico-militar. Éramos un equipo que tenía al menos dos poetas, José de Jesús Martínez (Chuchú Martínez) y yo. Él falleció poco después de la invasión, triste, abatido por el dolor. Era el secretario de Torrijos, su amigo y la persona que andaba con él día y noche, uno de los más grandes e inteligentes poetas que ha producido Panamá, inmigrante también, nacido en Nicaragua pero vivió toda su vida en esta tierra, un personaje increíble”, recuerda ahora Nieto.

 

 

Un punto de inflexión hacia la poesía híbrida

 

El mar de los sargazos pone de manifiesto otra dimensión técnica y de lenguaje en  Manuel Orestes Nieto: “Tras publicar esa obra me di cuenta de que la forma de versificación, por muy libre que hubiera sido hasta ese momento, había llegado a un momento en que se me cruzaba con lo narrativo. Esto ha sido así hasta este último poemario, El deslumbrante mar que nos hizo. La conclusión a la que he llegado es que a partir de ahora necesito la prosa poética. Necesito narrar con turbinas poéticas, claro está, pero puede haber resultados textuales hijos del diálogo teatral, de la narración de la novela y de la lírica de la poesía, y son propuestas de lenguaje y de comunicación creativa literaria. Y no es una intuición sino un hecho en la literatura de América Latina desde hace tiempo”, puntualiza el poeta.

 

Y cita dos nombres: Eduardo Galeano y Mario Benedetti. “Con el primero tú no sabes ante qué genero estás: si historia, ensayo, novela, poética… son resultados textuales que no se pueden clasificar dentro de los géneros tradicionales; en cuanto a Benedetti, mira su El cumpleaños de Juan Ángel, que es una historia de los tupamaros del Uruguay de los sesenta, y cuando tú lo lees está en verso, pero como contenido es una novela, es una propuesta muy temprana, de 1971, y esto se ha ido repitiendo como una propuesta nacida en América Latina. ¡La literatura también se volvió plural y diversificada! Y está siendo una propuesta de ruptura genérica para poder expresar nuevas realidades”, zanja Nieto.

 

El camino hasta este punto no ha sido recto, ni mucho menos. Hay que remontarse hasta los años 70. “La influencia era Pablo Neruda, sobre todo, o autores como César Vallejo”, recuerda. “Pero yo necesitaba otra cosa, yo sentía mi poesía más cerca del periodismo, de la fotografía incluso. Y escribía así, haciendo crónicas, reportajes, pero todo con poesía, y propongo un lenguaje desde ahí, un lenguaje si bien basado en el verso libre, su recurso principal es la fuerza descriptiva, la pintura poética, en estructuras narrativas híbridas mezcladas con tonos líricos… todo eso lo puse encima de la mesa para poder separarme de cómo venía la poesía panameña andando”.

 

Cuando Nieto habla de la herencia de la poesía de Panamá siempre cita una personalidad excepcional: Rogelio Sinán, el poeta que introdujo las corrientes poéticas vanguardistas en Panamá sobre todo con la publicación de Onda en 1929. “Él ve las novedades del lenguaje de entonces y las trae a Panamá y empieza a poner en unos versos los mangos, los trópicos… temas que eran tabú para los románticos y los modernistas. Sinán es nuestra vanguardia. Entre él y yo había muchos años, pero la intimidad mía con Rogelio fue muy determinante en mi literatura. Fuimos muy grandes amigos. Y eso que yo era un muchachito [había 49 años de diferencia entre ambos], pero él me dio una enorme confianza, en él yo tenía un maestro y amigo mayor”, asegura Nieto.

 

En esa evolución, Nieto tuvo “la dicha” de conocer al poeta mexicano Efraín Huerta, quien le presentó “una alternativa literaria” a la tradición nerudiana. Huerta le presentó a la poesía mexicana, a Carlos Pellicer, José Emilio Pacheco, Rosario Castellanos, Homero Aridjis… “Yo los veía a ellos como herederos de un país enorme, azteca, que sí tenía resuelto su problema de nación aunque les habían quitado un pedazo enorme de su territorio. Y luego Efraín me mandaba libros casi todos los meses desde México, libros que no se conseguían en Panamá”, dice Nieto.

 

“Pero como mi padre era cubano, yo siempre andaba mirando a la isla”, añade Nieto. “Y de esta manera conozco la poesía coloquial de los años 70 cubana. Entonces gano el premio Casa de las Américas, visito Cuba y allí conozco a Nicolás Guillén, Roberto Fernández Retamar, Cintio Vitier, Fina García, Lezama y a la generación más o menos cerca de la mía, donde había escritores de mucha calidad: César López, Waldo Leyva y los jóvenes, por supuesto… Entonces, aunque parezca raro, yo no miré hacia el sur, ni me atrapó ese avasallante lenguaje de Neruda ni de Vallejo, yo busqué la ventana de formas poéticas distintas y esa me las ofrecieron Cuba y México”, sentencia el autor de El mar de los sargazos.

 

 

 

Poesía para un presente imperfecto

 

“¿Y de qué escribir si la situación colonial se está extinguiendo?, me pregunto cuando Estados Unidos le entrega el Canal a Panamá”, confiesa Nieto. “Pero en Panamá quedaron muchas cosas inconclusas, un asunto fue recuperar el Canal, integrar el territorio y evacuar la invasión militar de Estados Unidos, y otra muy distinta era el problema social, y éste es el que quedó y aún queda pendiente: el hambre ha seguido, la falta de educación…”. Manuel Orestes Nieto quiere ser muy consciente de eso porque no quiere correr el riesgo de que “el lenguaje se vuelva el tema, de no anclar la poesía en la realidad”.

 

Ahora, doce años después de la entrega del Canal, “el país está ante algo nuevo: un Panamá independiente, sin ocupación, soberano, al que hay que darle tiempo, a sus instituciones y a la democracia, pero también hay que ser conscientes de los peligros, que son los mismos de siempre: ¿queremos un país que se lo van a robar o un país que tiene una cita con la posibilidad de destruir los males sociales, de construir una nación justa, educada, culta, equitativa, donde se reparta la riqueza que es capaz de producir, porque no hay razón para que en un país con menos de 4 millones de habitantes, un territorio de 75.000 kilómetros cuadrados y que el gobierno tiene un presupuesto que sobrepasa los 15.000 millones de dólares y en poco años estará por encima de 20.000 millones de dólares por el Canal ampliado, haya un solo pobre en Panamá, eso no tiene sentido”.

 

Pero acaso por esta nueva realidad, la poesía reciente de Nieto está henchida de una renovada esperanza y también de homenaje y gratitud por el pasado (otra vez Baldomera), en tanto que tanta sangre vertida y tanto dolor han servido para cuajar el Panamá libre anhelado.

 

Es el canto a un sufrimiento que no ha sido en vano:

 

Naufragará el barco de papel

que hice de niño y perdí;

pero no lloraré como entonces,

seguiré trotando

junto con los caballos de mar

en los jardines del agua,

como la segunda infancia,

como repasar los años

y recoger las sueltas alegrías

de la inocencia.

 

Llegarán otros hijos,

vendrán las madres de otras madres,

y ésta será también su patria sagrada.

 

         “Aquí nací y moriré”, de El deslumbrante mar que nos hizo

 

 

 

Manuel Ruiz Rico es periodista. Ha sido corresponsal en Etiopía y Panamá. Es doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla y ha publicado el libro Antonio Muñoz Molina. El Robinson en Nueva York. En FronteraD ha publicado Gauguin y el sueño (frustrado) de Panamá y El otro Rimbaud, el Rimbaud africano

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