Deberíamos saber que una nueva era ha comenzado no cuando una nueva élite ostenta el poder o una nueva constitución aparece, sino cuando la gente corriente empieza a luchar por sus intereses de forma nueva.
CHARLES TILLY, The Contentious French (1986)
Tradicionalmente la representación del territorio ha dependido de instancias ligadas al poder, de tal forma que desde un punto de vista cartográfico el mundo podía dividirse entre los que mapeaban y los que eran mapeados. A partir de la década de los 80 del pasado siglo, la comercialización de los SIG (Sistemas de Información Geográfica) abrió el control y uso de estos datos, pero sólo a ciertas élites profesionales. Hoy, gracias a un mayor acceso a las nuevas tecnologías, describir el entorno está empezando a ser una práctica cotidiana del individuo conectado, que ya no se conforma con consumir información sino que busca también elaborarla y compartirla como ingrediente esencial de una nueva idea de ciudadanía.
Desde un punto de vista social, uno de los grandes logros de Internet y de las comunicaciones móviles es haber propiciado la globalización de una cultura de la participación tradicionalmente reservada al ámbito de las pequeñas comunidades. Narrar y compartir nuestra experiencia sobre lo que nos rodea es una manifestación clara de esa inclinación a colaborar y a producir información útil para los demás.
En enero de 2008 Kenia sufrió una fuerte oleada de violencia tras unas elecciones presidenciales irregulares y muy reñidas. La censura impuesta a los medios de comunicación hacía imposible obtener información fiable de lo que estaba ocurriendo en el país y conocer cual era la distribución geográfica de los graves disturbios. Una abogada de Nairobi, Ory Okolloh, que mantenía por aquél entonces un blog sobre la actualidad política del país, pidió a sus lectores que compartieran cualquier dato que tuvieran sobre la crisis. La respuesta fue tan abrumadora que, ante la imposibilidad de manejar personalmente toda esa información, Okolloh y dos programadores informáticos pusieron en funcionamiento -en tan sólo 72 horas- un sistema para representarla de forma automática e inteligible.
El resultado fue una aplicación llamada Ushahidi –testimonio, en swahili-, que permitía visualizar rápidamente sobre un mapa la información que la gente iba enviando -por SMS, email o web- sobre los incidentes. El éxito del proyecto -con cerca de 45.000 participantes- llevó a sus creadores, cuatro meses más tarde, a compartir el código informático con un grupo sudafricano que lo usó para mapear situaciones de violencia xenófoba. En agosto de 2008, una donación les permitió rehacer el programa desde cero, resolver los fallos y convertir lo que había surgido como una aplicación de urgencia en una nueva plataforma de código abierto mucho más sólida y estable. Desde entonces Ushahidi ha sido utilizado en numerosos proyectos sociales, tanto de carácter crítico -auxilio tras catástrofes- como en general en situaciones donde la monitorización ciudadana era necesaria -elecciones, epidemias, incendios forestales-. En el caso del terremoto de Haití de enero de 2010, los mapas realizados con esta aplicación a través de teléfonos móviles de voluntarios fueron decisivos para las operaciones de rescate, hasta el punto de que muchas de esas cartografías luego se convirtieron en oficiales. En ello tuvo mucho que ver Oscar Salazar, principal enlace de Ushahidi en Latinoamérica y co-fundador de la organización mexicana CitiVox. Afortunadamente, no son casos aislados. Desde octubre de 2009, la Crisis Mappers Net reúne a un amplio y eficaz colectivo de cartógrafos de crisis y expertos en el uso humanitario de las nuevas tecnologías.
La organización californiana Survivors Connect las utiliza para luchar contra el tráfico de seres humanos. En su ideario, del que está sacada la cita que encabeza este artículo, apuestan claramente por el potencial de redes sociales, telefonía móvil y web como herramientas de mejora social. Acaban de poner en marcha el proyecto Freedom Geomap, que utiliza Ushahidi para visualizar el estado actual de la esclavitud en el mundo, permitiendo tanto denunciar situaciones y casos concretos de trata de personas, como informar sobre eventos, propuestas o acciones relacionadas con el tema.
La sociedad civil está descubriendo rápidamente el inmenso valor de las tecnologías móviles como herramienta de organización y lucha por un mundo más justo. Es un fenómeno global e imparable, que se extiende veloz. Clay Shirky lo llama “cultura de la generosidad” y lo asocia a un uso eficaz y solidario del “excedente cognitivo”, que no es sino la capacidad de pensamiento que nos sobra después de trabajar. ¿Sabían que el tiempo que emplean al año los ciudadanos de Estados Unidos en ver televisión serviría para hacer 2.000 Wikipedias?
El primer paso en la solución de un problema es hacerlo visible. Para asegurar el acceso de todos los habitantes de Africa a las medicinas básicas, una serie de ONGs y colectivos independientes lanzó el pasado 2009 la campaña Stop Stock-outs, con la idea de localizar las roturas de stock de medicamentos esenciales. El mapa resultante muestra información, generalmente enviada por las clínicas, sobre el tipo de medicina que ha dejado de estar disponible y el lugar donde ha ocurrido. Los datos, que suelen ser transmitidos a través de mensajes de textos, se mapean sobre Google Maps usando, aparte de Ushahidi, FrontlineSMS, otro programa gratuito y de código abierto que permite organizar comunicaciones por SMS a gran escala. Detrás de esta aplicación se encuentra Kiwanja.net, una organización fundada en 2003 con el fin de implementar en los países más desfavorecidos el uso de tecnologías móviles para proyectos relacionados con el desarrollo económico, los derechos humanos, el alivio de la pobreza, la conservación medioambiental o la educación.
La mayoría de los proyectos de mapeado colaborativo se basan en mashups, es decir en aplicaciones que sitúan la información sobre mapas de terceros, como Google o Microsoft. Para evitar posibles situaciones de restricciones de uso, cobro de derechos o censura asociadas a las dinámicas de estas grandes corporaciones, se fundó en 2004 OpenStreetMap, un proyecto que pretendía llevar la filosofía wiki a la elaboración, desde cero, de mapas abiertos y editables, generados a partir de fuentes libres. En 2006 se convirtió en fundación y hoy tiene más de 400.000 usuarios registrados, cantidad que según Wikipedia se duplica cada cinco meses y permite que 25.000 kms de carreteras y viales sean añadidos cada día. OpenStreetMap cuenta hoy con muchos apoyos de empresas, universidades e instituciones públicas de todo el mundo, pero al principio los mapas los iban construyendo desde cero grupos de voluntarios armados de dispositivos GPS, ordenadores portátiles y grabadoras de voz.
Ese voluntariado de base es la clave de Grassroots Mapping, el movimiento que Jeffrey Warren, un investigador del MIT, inició el pasado enero de 2010 y que engloba proyectos cartográficos participativos realizados con herramientas domésticas, colocando cámaras digitales baratas en globos, cometas y aviones de aeromodelismo. Las imágenes obtenidas son de dominio público y en muchos casos consiguen, a bajo coste, resoluciones hasta 100 veces superiores a las ofrecidas por Google en algunas zonas del planeta. Es precisamente en estos lugares discriminados por los satélites de las corporaciones, donde cobran especial sentido las acciones de Grassroots Mapping, que han servido muchas veces como prueba legal en casos de disputas de tierras o explotaciones ilegales. Así ha ocurrido en pequeñas comunidades de Perú, El Salvador o Belice. La web de Grassroots Mapping está llena de información sobre la fabricación de las herramientas necesarias para estos mapeados y sus activos expertos dan talleres por todo el mundo sobre cómo hacerlo.
Los casos aquí expuestos son tan sólo una pequeña muestra de un amplio movimiento global que empieza a entender la Red como inteligencia colectiva al servicio de la humanidad. Una inteligencia que está transformando el concepto y los límites de la cartografía. Los mapas están abandonando su condición de verdad oficial sobre la que poder diseñar estrategias hegemónicas, para convertirse en instrumentos de empoderamiento solidario de la sociedad civil. Las anotaciones individuales sobre lo cotidiano o sobre la subjetividad de los lugares -impensables en cartografías monopolizadas por la ciencia-, añaden hoy nuevas capas de significado al territorio en cuanto escenario del habitar. De esta forma las narraciones dinámicas de los nuevos mapas adquieren un enorme poder de construcción social. El mapa ya no sólo representa la realidad sino que al mismo tiempo la construye, dejando de ser un documento terminado para transformarse en proceso abierto.
La próxima década va a ser clave para terminar de definir un nuevo espacio de relaciones -que ya estamos empezando a adivinar- entre los hombres y la tecnología. Una nueva forma de estar juntos -como diría Maffesoli-, a la vez globalizada y ultra-local. Un futuro postdigital donde la tecnología -ubicua, global y transparente- nos dará la oportunidad de sentirnos más cercanos y solidarios que nunca.
Durante estos días pre-navideños, una famosa marca de teléfonos móviles está publicitando su último modelo con la frase Lo importante no es la tecnología sino lo que hacemos con ella. Totalmente de acuerdo. Cultivemos la generosidad.
Madrid, 6 de diciembre de 2010