“Cualquier frontera real es difusa, cualquier frontera inventada es nítida”.
Jorge Wagensberg
Internet permite el acceso instantáneo a una representación completa de la superficie de la Tierra a través de fotografías tomadas desde satélites. Hay quien cree detectar en ellas lugares borrosos o falseados, que una mano negra nos pretende ocultar. Conspiraciones aparte, herramientas como Google Earth o Live Earth proporcionan, en conjunto, una información visual razonablemente rigurosa y referencial, ante la cual el dibujo geográfico pierde todo sentido como documento objetivo. En esta situación el mapa puede alejarse de su pretendida neutralidad y reinventarse como relato experimental. Ya no se trata tanto de representar como de proponer. No es tanto leer el mundo como volverlo a escribir.
Toda ordenación del mundo lleva implícita la particular mirada de quien la realiza y una distinción jerárquica entre los que describen y los que son descritos. Por eso la cartografía ha sido siempre propicia a las controversias.
A lo largo de la Historia, y sobre todo a partir del siglo XVI, los mapas han sido a menudo albaranes del colonialismo y han servido para ilustrar la puesta en escena de las ideologías imperialistas. De hecho, el mapamundi más utilizado hasta nuestros días data de esa época. Ideado por el cartógrafo alemán Mercator y dibujado por primera vez en 1569, el mapa está centrado en Alemania, con la línea del Ecuador desplazada hacia el Sur y con importantes distorsiones geométricas que hacen aparecer a Latinoamérica, África o la India muchísimo más pequeñas de lo que realmente son. Pero estas deformaciones, más que ser un arma ideológica, obedecían en el siglo XVI a una cuestión operativa: obtener líneas de navegación marítima de rumbo constante.
Los mapas siempre fueron mestizos. Siempre han llevado implícita una mezcla de ciencia e ideología, fantasía y realidad, deseo y poder, certeza y especulación. Cada representación del mundo tiene sus funcionalidades y sus limitaciones, sus preferencias y sus rechazos, sus exactitudes y sus falacias.
Como reacción al masivamente aceptado mapa de Mercator, que sin duda ha legitimado una determinada idea visual del mundo, el también alemán Arno Peters propuso en 1974 un planisferio que, a diferencia de los anteriores, reflejaba con veracidad los tamaños relativos de los distintos continentes, a costa de sacrificar la exactitud de sus contornos. La importancia del mapa de Peters, que desde entonces ha sido origen de encendidos debates, no es cartográfica, sino política y social, porque al revelar las verdaderas relaciones de tamaño entre los territorios, ha colaborado al desarrollo de discursos críticos demográficos y sociales que van más allá del simple anticolonialismo.
Existen muchas otras proyecciones cartográficas que han dado lugar a sus correspondientes planisferios, ninguno perfecto, ninguno incuestionable.
La polémica entre las distintas visiones ofrecidas por mapas como los de Mercator y Peters, ilustra la dificultad de resolver con asepsia ideológica el problema matemático de trasladar un mundo elipsoidal a las dos dimensiones de un plano. Siempre habrá deformaciones e inexactitudes, siempre algo tendrá que aparecer en el centro, algo encima, algo debajo, siempre habrá una excusa para poder leer el resultado en clave jerárquica.
Quizás por eso el mapamundi que aparece en el emblema de Naciones Unidas está centrado en el Polo Norte. A la vez que evita el discurso Norte-Sur, se constituye en símbolo de igualdad y neutralidad.
La historia de la cartografía está necesariamente llena de convenciones gráficas (como la de situar el Norte en la parte superior de los mapas) que nos han acostumbrado a una manera única de visualizar el mundo. Sobre eso quieren llamar la atención los llamados mapas invertidos. Desde que en 1979 el australiano Stuart McArthur, harto de vivir en la “pequeña esquina inferior derecha”, publicara oficialmente un planisferio donde Australia aparecía arriba y centrada, no han dejado de editarse y comercializarse mapas al revés.
Desde un punto de vista gráfico no era algo nuevo: muchos mapas medievales estaban dibujados con el Este o el Sur arriba. Pero, conceptualmente, los modernos mapas invertidos suponen en su simplicidad una propuesta contundente, poética y provocadora, llena de sentido del humor, que nos invita a percibir el mundo de otra manera, y que no hace sino recoger visiones como la del pintor surrealista uruguayo Joaquín Torres García en su dibujo de 1943 América invertida o la del dibujante argentino Quino, en los años 60, cuando hacía que su personaje Mafalda solucionara su inquietud por vivir en la “parte de abajo” dando la vuelta a su querido globo terráqueo.
Desde el pasado siglo XX, el arte se ha sentido fascinado por las posibilidades expresivas de los mapas. En su ensayo Contra el mapa (Siruela, 2008), Estrella de Diego dibuja una serie de pistas que nos ayudan a entender la implicación de los artistas en la evolución de las cartografías codificadas hacia lo que hoy podríamos llamar “geografías combativas”. Desde los mapas alterados de los surrealistas o las representaciones de la psicogeografía situacionista, asociadas a una lectura fenomenológica de la ciudad, hasta propuestas más recientes de creadores como Melanie Smith, Gonzalo Puch, Adriana Varejäo o Alfredo Jaar, el texto de De Diego recorre históricamente el uso combativo de los mapas contra los discursos impuestos.
En literatura podemos encontrar numerosos ejemplos de uso poético de los mapas geográficos. Recordemos dos de ellos que, aunque opuestos en su concepto, coinciden en sugerir la inutilidad de lo neutral desde la más hermosa radicalidad. De un lado el inmaculado mapa en blanco del océano que Lewis Carroll imaginó en La caza del Snark (1874), perfecto porque “era un mapa que toda la tripulación entendía”, y de otro el descrito por Borges en su brevísimo Del rigor en la ciencia (1946), un mapa que tenía el tamaño exacto del territorio representado y coincidía puntualmente con él. En ambos relatos el mapa acabó resultando inútil: en el caso de Carroll, ignorado, en el relato de Borges condenado al abandono y la ruina.
Llevando al límite la idea del mapa como narración subjetiva, la italiana Sara Fanelli cartografía la mente de un niño en su bellísimo libro de dibujos My map book (1995). Más allá de los meros lugares, Fanelli traza las coordenadas de los afectos, temores y deseos infantiles: mapa de mi día, mapa de mi familia, mapa de mi barriga, mapa de mi perro.
El cineasta David Lynch presenta actualmente en internet Interview Project, un trabajo que traza una suerte de mapa humano de Estados Unidos a través de la filmación de 121 entrevistas con ciudadanos anónimos realizadas durante un viaje de 70 días a lo largo de 32.000 kilómetros. Desde el pasado 1 de junio, cada tres días es publicado un episodio nuevo, a la vez que se va revelando el itinerario seguido. Lo que a Lynch realmente le interesa no es el lugar en sí mismo, sino su implicación en los anhelos y frustraciones de quien lo habita, las conexiones entre territorio y paisaje interior, la importancia de sentirse localizado dentro de cada geografía personal, la innata necesidad de imaginar o destruir fronteras vitales.
Todo es cartografiable. Todo puede ser mundo y mapa a la vez. La acción implica y contiene a su huella. Construye un mapa quien escribe un libro. El lector que lo subraya traza su itinerario dentro de él. Para el forense, el cadáver es el mapa de la muerte.
En el relato de Kafka La colonia penitenciaria (1914), las púas de la máquina de tortura perforan una y otra vez la espalda del reo, trazando reiteradamente sobre ella el mapa de su delito, un extraño dibujo incomprensible a la vista, que el condenado sólo podrá descifrar, poco antes de morir, a través del dolor delineado obsesivamente en su cuerpo.
¿Qué es un mapa? ¿Por medio de qué estrategias se revela su significado? ¿Qué mecanismos pueden intervenir en su interpretación?
¿De qué materiales estarán construidos los mapas del futuro?
Visualizar y más
En La precisión de los simulacros (1978), Jean Baudrillard citó el texto de Borges arriba mencionado para denunciar la suplantación de lo real por sus signos, una situación propia del mundo moderno en la cual “el territorio ya no precede al mapa ni le sobrevive”, sino que “en adelante será el mapa el que preceda al territorio y el que lo engendre”.
Sin bien parece exagerado aceptar sin reservas esta distópica condición hiperreal, es cierto que vivimos en un mundo absolutamente ocularcentrista y conectado. Lo interesante es que, al mismo tiempo, la percepción de sus contornos es cada vez más borrosa e inestable. Sobre el territorio físico se superponen, en el espacio y en el tiempo, numerosas capas de significados hechas de relaciones de poder procedentes de la economía, la política y la religión. Relaciones y dependencias que amplían, pervierten y, en muchos casos, niegan lo geográfico. Complejas redes de datos e intereses, tan densos como escurridizos, que condicionan la manera en la que habitamos y cuyo estudio reclama herramientas de seguimiento y codificación visual mucho más dinámicas y flexibles.
Por ello, la representación del mundo pasa hoy en día por la llamada visualización de datos, una nueva disciplina transversal que está permitiendo estimulantes acercamientos entre científicos, diseñadores y artistas, y que ha relegado a metáfora la palabra cartografiar. Asumida la incertidumbre, y por tanto la conjetura como única narración posible, se trata de hacer visible la complejidad para entenderla y comunicarla mejor.
La magnífica web Visual Complexity, dirigida por el portugués Manuel Lima, es quizás el más completo y exhaustivo repositorio de proyectos relacionados con la visualización de lo complejo. A lo largo de más de 600 ejemplos, pertenecientes a muy distintos campos y perfectamente descritos, se ilustra una nueva actitud a la hora de representar. Una actitud dinámica e interactiva que se mueve cómodamente en las lindes entre ciencia y arte. Un territorio híbrido y fronterizo en el que se ubican tanto programas institucionales y académicos (por ejemplo el Medialab-Prado de Madrid, una referencia internacional), como empresas privadas. Entre estas últimas se encuentra Stamen Design, en San Francisco, con una interminable lista de clientes y trabajos, como el mapa de delitos de San Francisco, un mapa de estímulos financieros de California, un complejísimo mapa histórico de huracanes o la visualización de las posiciones de los taxis de a lo largo del Bay Area.
Estos cuatro proyectos recogen datos oficiales suministrados por autoridades y empresas, y los convierten en material visual dinámico e interactivo, fácilmente accesible desde muy distintos criterios. En el caso de los delitos, éstos se encuentran perfectamente clasificados en 13 tipos según las categorías establecidas por la policía, cada uno con su símbolo y color. Localizados sobre el plano, la distribución de los distintos símbolos dibuja las tendencias delictivas de la ciudad por zona, fecha y momento del día. Esta información visual puede ser analizada desde múltiples puntos de vista en orden a revelar dinámicas urbanas invisibles pero activas. No se trata de buscar lo que ya sabemos sino de averiguar qué nuevas preguntas podemos hacernos sobre lo que está ocurriendo.
En la misma línea que Stamen Design, pero quizás con mucho mayor interés experimental, se sitúa Bestiario, una empresa barcelonesa cuyos fundadores se definen como “dedicados a la representación dinámica de datos y a la creación de espacios digitales para la generación colectiva de conocimiento (…). Combinamos arte y ciencia para diseñar espacios interactivos de información”. Su lista de trabajos es atractiva y extensa. No es necesario citar ninguno en particular, basta con visitar su deslumbrante web.
Más allá de la simple mirada, que tiende a ser pasiva, la acción de visualizar supone primero imaginar y luego tomar postura. En ese sentido las cartografías actuales están mucho más cerca de los mapas medievales, donde imaginación y realidad se mezclaban para proponer su visión de un mundo que no se conocía aún en su totalidad.
Los habitantes de la realidad conectada vivimos absolutamente rodeados de imágenes, no sólo disponibles sino en muchos casos impuestas, que marcan nuestra forma de comprender y valorar el mundo. Es indudable que estamos en pleno apogeo del Visual Thinking. Para lo bueno y lo malo. Del mismo modo que la mayor parte de la humanidad es capaz de entender, sin una sola palabra, los dibujos de montaje de un mueble de IKEA, el bombardeo constante de imágenes homogeniza y reduce nuestra respuesta emocional ante las mismas, cubre nuestra percepción visual con un peligroso manto de indiferencia y condiciona nuestra relación con los demás sentidos.
A excepción de algunos experimentos en mapas táctiles, más enfocados a la población invidente, el desarrollo de cartografías multisensoriales que superen lo puramente visual se ha centrado casi exclusivamente en la incorporación de sonidos a los mapas de internet. El caso más frecuente es el de registrar el paisaje sonoro de un lugar y hacerlo disponible desde una web. Existen ya multitud de territorios, sobre todo ciudades, con mapas sonoros disponibles. En muchos casos estos sonidos, que pueden ser tanto sonidos ambientales como comentarios hablados sobre el lugar, son obtenidos y enviados por usuarios.
El mapa se hace al andar. Tecnologías ubicuas y realidad aumentada
A la vez que internet, los dispositivos móviles de ubicación (GPS) se están usando creativamente para enriquecer nuestra percepción in situ del territorio. De la mano de artistas y programadores, estos interfaces de localización trascienden sus funcionalidades comerciales y añaden nuevas posibilidades de conocimiento e interacción con lo real. Esta idea de ampliar nuestra experiencia física de un lugar mediante capas de información multimedia que dependen de él, es decir, mediante la superposición de bits y átomos, de lo virtual sobre lo real, define el concepto de realidad aumentada, una nueva realidad constituida por la hibridación del lugar con la información que éste genera.
Frente a la idea de lo virtual como algo paralelo, independiente y aislado de lo físico, el concepto de realidad aumentada integra ambos mundos mediante la incrustación en el lugar de contenidos digitales que enriquecen su percepción. En este escenario el mapa deja de ser representación para convertirse en complemento. Ya no describe el mundo físico sino que lo amplía. Un concepto que necesita de tácticas híbridas.
El Senseable City Lab del MIT, dirigido por Carlo Ratti, investiga desde 2004 la forma en que las nuevas tecnologías inalámbricas pueden ayudarnos a comprender y describir mejor las ciudades, colaborando de esta forma en la sostenibilidad de su gestión y desarrollo. Su trabajo más influyente quizás haya sido Real Time Rome, un proyecto de 2006 patrocinado por Telecom Italia, que procesaba datos suministrados anónimamente por teléfonos móviles y dispositivos GPS y los usaba para visualizar en tiempo real patrones de comportamiento de los ciudadanos romanos en distintos campos de la vida diaria: aglomeraciones, tráfico, transporte público, celebraciones o turismo.
Concebida por Ratti como una “nueva forma de hacer mapas”, la propuesta se revistió de un marcado carácter operativo en cuanto servía a la vez al individuo y a las instituciones, permitiendo a ambos una toma de decisiones mejor informada en el uso y gestión de la ciudad. Al mismo tiempo también fue presentada como proyecto de arte contemporáneo en la Bienal de Venecia de ese año junto con otros trabajos del Laboratorio, reflejando las cada vez más numerosas hibridaciones de ciencia y arte movilizadas en este campo.
HP Labs, el grupo de investigación de Hewlett-Packard, ha desarrollado mscape, una tecnología destinada a la creación y disfrute de los llamados mediascapes, experiencias audiovisuales asociadas a lugares físicos y accesibles a través de dispositivos móviles GPS. El funcionamiento es sencillo: una vez localizadas las coordenadas del usuario, su desplazamiento por el territorio va activando diferentes contenidos (texto, imagen, audio, video, narración, juegos) ligados a la posición, que amplían in situ la experiencia de lo real. Paisajes mediáticos superpuestos al paisaje físico. El mapa se va generando al andar y se construye mediante la mezcla de medios digitales interactuando en tiempo real con el lugar. Cualquier usuario de un dispositivo GPS puede, mediante un software gratuito, crear y experimentar mediascapes y ponerlos a disposición de otros. Una tecnología con una marcada orientación lúdica, que sus creadores promocionan en su web con textos tan elocuentes como estos:
“Cuando estés allí, en lugar de oír ‘Gire a la derecha’ o ‘Gire a la izquierda’, descubrirás una nueva dimensión de la realidad.”
“Descubre lo inesperado – juegos, guías, historias activadas por tu localización GPS. Interactúa con el mundo de una forma totalmente nueva. Experimenta sonidos e imágenes vinculadas al paisaje. Descubre un torrente de información en cuanto doblas la esquina, un desafío esperándote a tu llegada. Imagina los juegos que puedes construir, las historias que puedes compartir. Sólo es el principio.”
En una línea tecnológica similar, pero con mayor compromiso conceptual, trabaja Proboscis, un colectivo londinense de artistas, diseñadores y científicos que ha investigado a través de sus proyectos Urban Tapestries y Social Tapestries cómo el usuario de tecnologías inalámbricas puede crear e intercambiar, en tiempo real, información sobre el entorno que le rodea a efectos de construir mapas que creen vínculos entre personas, comunidades y lugares. Es el llamado public authoring. Con un claro componente social, estos proyectos intencionadamente recogen y actualizan el espíritu del Mass Observation, una organización inglesa que entre los años 30 y 50 del siglo pasado quería crear una suerte de “antropología de nosotros mismos”, a través del estudio y descripción objetiva de la vida cotidiana por medio de observadores y escritores voluntarios.
El vertiginoso desarrollo de las tecnologías inalámbricas personales está dando lugar al uso generalizado de conceptos como locative media, pervasive and ubiquitous computing, user-centric media, o el ya citado public authoring, que definen nuevas formas individuales de experimentar y describir el territorio y nos llaman la atención sobre un neonomadismo social que necesita generar, acumular y compartir información sobre el mundo para sentirse a gusto en él.
Cartografías colaborativas, ¿nuevo colectivismo online?
Una de las conquistas del mundo actual es el uso social de las tecnologías de la información y el consiguiente desarrollo de geografías asociativas y de relación, que se superponen e influyen sobre la geografía física. Este escenario promueve una idea colectiva, anónima y abierta del mapa.
Volviendo a internet, la clave del concepto Web 2.0 es su carácter colaborativo. Se trata de que los usuarios intercambien información y fomenten que ésta se actualice. Redes sociales, blogs y wikis son buenas muestras de ello. Y también los llamados mashups, webs híbridas que mezclan datos procedentes de varias fuentes para crear, sobre la base de ellos, servicios y contenidos nuevos.
Un ejemplo muy extendido es el de aquellas aplicaciones que permiten a los usuarios añadir sobre los mapas de Google información nueva, que queda así geolocalizada y que pretende ampliar la descripción del lugar, etiquetándolo y permitiendo su registro ordenado de información, su indexación social. La lista de temas es interminable: desde fotos, sonidos y comentarios sobre lugares, servicios inmobiliarios o guías para consumidores, hasta seguimiento de pandemias o localizaciones de escenarios para películas. Sobre la representación cartográfica, precisa y estable, se superponen capas subjetivas hechas de experiencias y valoraciones personales, que pretenden completar a pie de calle la visión distante y perpendicular del satélite. En estas descripciones colaborativas y dinámicas, basadas en folcsonomías, el territorio es la suma de todos los comentarios y su comprensión necesita no sólo de estrategias de lectura multifocales y discriminatorias, sino también de una dosis importante de credulidad.
En su brillante y polémico ensayo para EDGE de 2006, Digital Maoism: The Hazards of the New Online Collectivism, el artista, científico y visionario Jaron Lanier, inventor del término realidad virtual, alertaba en internet del riesgo de elevar los contenidos generados por usuarios a la categoría de alta producción cultural, y de confiar ciegamente en la inteligencia artificial colectiva asociada a Internet. (Precisamente ese mismo año 2006 la revista Time decidió otorgar su premio Person of the Year a You, un homenaje al anónimo individuo creador de contenidos en la Web 2.0.).
El texto originó encendidas reacciones, pero adelantaba cuestiones que hoy están plenamente vigentes en la Red. Al cuestionar la dudosa autoridad intelectual de los colectivos anónimos y descontextualizados, y reclamar una actitud discriminatoria en nuestra relación con la información, Lanier intuía que podría llegar un momento en que el mundo quedara sustituido por sus comentarios y el laberinto de la Red convertido en una tertulia infinita y vacía.
Un mundo en capas.
Los mapas de las nuevas geografías son híbridos, dinámicos, interactivos y efímeros y, al igual que el mundo que describen, están hechos de múltiples capas de información superpuestas. Cada una de ellas aporta nuevos significados e influyen sobre las otras. No todas son interesantes ni fiables, muchas estarán generadas por usuarios anónimos, otras por cualificados expertos; algunas serán propuestas artísticas y otras visualizarán complejos argumentos científicos; las habrá vacías. Cada instante en cada lugar físico dará lugar a textos, gráficos, fotografías, dibujos, preguntas, respuestas, sonidos, poemas, insultos, comentarios…, verdades y mentiras hipermedia que a su vez construirán en el usuario tantos lugares mentales como accesos. La única brújula para orientarnos en la exploración de este universo de bases de datos multicapa será nuestra capacidad crítica, nuestra habilidad para filtrar y discernir, algo que sin duda hemos de haber aprendido y ejercitado antes de entrar en el laberinto.
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