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Máquinas de coser

Camino por el viejo barrio.

 

La sastrería sigue abierta, con un cartel que dice: «Vendo todas mis máquinas de coser».

 

Nadie va al sastre ya, claro, por lo menos a los sastres de estos barrios, especializados en cortes de andar por casa y en descosidos de patio de colegio.

 

Ahora la ropa se tira para comprar otra barata y a la moda.

 

Es una de las normas del consumo: la ropa ya no tiene arreglo.

 

Las tiendas están abiertas y tristes, jubiladas a las diez de la mañana, con carteles donde se venden sobre todo las herramientas del propio oficio.

 

Paso entristecido por delante de la iglesia de San Lorenzo y me sobresalta una bandera de España que asoma por el hueco de la puerta.

 

Me fijo mejor: es una Virgen de gran tamaño sobre un altar cubierto con los colores patrios. Me asusto pensando en esos viejos tiempos de antesdeayer, cuando la Iglesia y el Estado mantenían un matrimonio hasta la muerte.

 

Entonces caigo en que ha sido 12 de Octubre. 

 

Imagino que el 12 de Octubre es una larga y desordenada tela. Imagino una máquina democrática de coser.

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