Señales citadinas: socialismo, masonería, vecinalismo, antiperonismo, al punto que jamás hubo un intendente peronista, a pesar de que el propio Juan Domingo Perón inauguró, en 1954, el Festival Internacional de Cine, junto a Gina Lollobrigida y Errol Flynn –de quien se recuerdan primorosas anécdotas sobre su pasión por el whisky y por el piano, o por el piano y por el pene.
Dijo Perón en la apertura: «Hace diez años visité Mar del Plata y en ese entonces era un lugar de privilegio, donde los pudientes del país venían a descansar los ocios de toda la vida y de todo el año. Han pasado diez años. Durante ellos esta maravillosa síntesis de toda nuestra patria, aglutina en sus maravillosas playas y lugares de descanso al pueblo argentino y en especial a sus hombres de trabajo, que necesitan descansar de sus sacrificios. Nuestro lema fue cumplir también acá. Nosotros no quisimos una Argentina disfrutada por un grupo de privilegiados, sino una Argentina para el pueblo argentino. En cuanto a la situación social bastaría decir que aquí el noventa por ciento de los que veranean en esta ciudad de maravilla son obreros y empleados de toda la patria».
Es decir, antes de la llegada del peronismo al poder, Mar del Plata era un balneario de elite. Después, con el peronismo, de masas. Pero la cosa parece haber sido más compleja. A partir de la llegada del ferrocarril, en 1914, Mar del Plata recibe, desde principios de diciembre, 28.300 pasajeros. En la temporada 1926-27, 60 mil. Y diez años después, 200 mil. Aunque la elite ya convivía con las masas, no gozaba de las comodidades del turismo sindical y otros beneficios que los trabajadores alcanzan con el justicialismo.
Lo cierto es que las urnas siempre le dieron la espalda al sueño peronista de verano. «¿Cómo puede ser, perdimos otra vez Mar del Plata?», dicen que preguntó el General después de arrasar en las elecciones de 1973. En efecto, la única comuna socialista del país volvía a ser La Perla del Atlántico, inalcanzable –aun hoy– para el peronismo, a pesar de que el actual vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, y el titular del cobro de impuestos, Ricardo Echegaray, hayan nacido en esta ciudad, hayan sido militantes del partido del capitán ingeniero Alvaro Alsogaray y se hayan vuelto peronistas, y que el vecinalismo de Acción Marplatense, sea ahora un apéndice administrativo del gobernador de la provincia de Buenos Aires (y casi seguro futuro presidente de la Nación), el motonauta Daniel Scioli, y del empresario Florencio Aldrey Iglesias. Se espera que el próximo intendente de la ciudad sea un conservador de apellido Arroyo, un viejo colaborador de los colaboradores de los militares que vaciaron la Nación entre 1976 y 1983: una garantía de nada.
La Mar del Plata de las elites tuvo, luego de su fundación oficial en 1874, un Jockey Club, servicios de télex y accesos por ferrocarril. A mediados del siglo pasado, un Banco Hipotecario, una de las primeras rutas asfaltadas del país: estafetas, hotelería y comercios de alto nivel, ramblas, bañadores y salones de té: era un espacio que se quería conservador pero para la construcción y los aserraderos se necesitaban trabajadores, muchos de los cuales, la mayoría, llegó de la mano de Pedro Luro, un vasco, oriundo de San Sebastián por cuyas venas corría sangre ácrata.
En Mar del Plata hubo una población anarquista muy grande hasta la última dictadura cívico-militar. La sede operacional siempre fue la Biblioteca Juventud Moderna, en la actualidad patria chica de una sociedad de ateos. El anarquismo –que jamás votó– no impidió que se difundiera el marxismo en su versión leninista y mucho menos el socialismo de Juan B. Justo, encarnado en la figura de Teodoro Bronzini, elegido concejal en 1917, fundador del diario El Trabajo, masón de grado, protagonista cuando el ejército tomó Mar del Plata durante la llamada semana trágica, en pleno verano. La huelga se cumplió, contra la opinión de la mayoría de los veraneantes, privados de bienes y servicios. Perón, entonces agente militar, participó de la represión ordenada en el balneario por el presidente radical Hipólito Yrigoyen. Bronzini fue elegido intendente por primera vez en noviembre de 1919.
«El poder político municipal presentaba rasgos de mayor autonomía y es allí cuando se abordan los primeros proyectos que proponen abrir el veraneo a otros sectores sociales», escribe la historiadora Elisa Pastoriza en «La conquista de las vacaciones». Ese es el discurso que el peronismo hará suyo más tarde, cuando el manejo del aparato del estado permita extender beneficios a los trabajadores, sometiendo al sindicalismo y convirtiendo al turismo en turismo de masas. Bronzini, su versión del socialismo democrático, jamás tuvo buena relación con Alfredo Palacios, primer diputado socialista de América, y mucho menos con Américo Ghioldi, el profesorete, que llegó a ser embajador del dictador Jorge Rafal Videla en Europa. Bronzini fue intendente las veces quese lo propuso, y lo heredó, en 1963, Jorge Lombardo, quizá la mejor gestión municipal de la historia marplatense, interrumpida por los militares de Onganía.
En 1971 cae asesinada la estudiante de arquitectura Silvia Filler, primera víctima de la banda de ultraderecha (peronista) Concentración Nacional Universitaria (CNU). Aliados del titular de la CGT, José Ignacio Rucci, las cosas se precipitan. En 1975, no está claro si los montoneros o una patota del sindicalismo metalúrgico, la UOM, se carga al jefe de la CNU local, Ernesto Piantoni, íntimo de quien a posteriori, en 1983, fuera candidato a intendente por el peronismo en la ciudad, Gustavo Demarchi, hoy juzgado por crímenes de lesa humanidad. Pero entonces, la venganza fue terrible: cinco letrados filomontoneros asesinados en el lapso de uas horas, la misma noche del asesinato de Piantoni. En marzo de 1976, todo esto era un lejano recuerdo.
Mar del Plata vivió unos años más de relieve, los socialistas desaparecieron, por inercia o porque nadie estuvo a la altura de Bronzini, Rufino Inda o Lombardo, o por confianza en los radicales, que hicieron (y hacen) lo que pueden, como siempre. El peronismo se abroqueló en el puerto y el vecinalismo. El sistema de comunicaciones hizo el resto. Se mir{o para otro lado mientras se depredaba la fauna marítima, los fábricas textiles cerraron. La ciudad, con Menem en el poder, practicaba un peronismo sin Perón. El capitalismo financiero es la economía criminal que junto al dispositivo tecnocientífico, destruye lazos familiares, sociales y cooperativos, máquinas obsoletas que se cambian en el mercado de las identidades, las ideas y las figuras públicas. Esta ciudad no es la excepción a esa regla.