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Mar del Plata: incluyanme afuera (tercera parte y final)

 

El Festival de Cine Internacional de Mar del Plata alcanzó su mayoría de edad entre 1958 y 1970 (excepto dos o tres cortes, uno de los cuales se hizo en Buenos Aires). Entonces formaba parte del calendario cinéfilo global. Y llegaron María Callas y Pier Paolo Pasolini a estrenar Medea; Lee Atrasberg, Francois Truffaut, Vittorio Gasman y Alberto Sordi, Jacques Tati y Andrzej Wajda. La versión reactivada en 1996, después de 2003 tuvo algunos picos: Claude Lanzmann, Kim Ki-Duk, Jonas Mekas, Jean-Marie Straub, María de Medeiros, Michael Mann, pero raramente vinieron en persona, y se presentaron películas en su mayoría estrenadas en otros festivales.

 

Mejor que siga viniendo María Creuza, aunque ni La Fusa ni Bossa Nova existan más. Si es cierto que Bobby Fischer tuvo su debet sexual en 1960, la primera vez que estuvo en el balneario (la otra fue en 1971, después de destrozar a Tigran Petrosian en Buenos Aires y quedar a las puertas del título mundial), tres rarezas: Fischer está muerto, Ante Pavelic, asesor del General, está muerto, pero Matías Duville, uno de los plásticos locales de relieve internacional, continúa produciendo, entre París, Nueva York y Buenos Aires, con alguna escapada a esta ciudad, donde durante un año Osvaldo Lamborghini jugó al psicoanalista.

 

Aun así, detrás de las pantallas, Mar del Plata es la ciudad con mayor desocupación de la Argentina. La última medición oficial indicó 11 por ciento. El sueldo promedio es de entre 5 y 6 mil pesos. La mayor parte de los asalariados trabaja en negro. Considerando la «fiabilidad» de esos índices, la vocinglería replica  que ese 11 por ciento se duplica o un poco más. Ese mismo censo arroja una cifra de de 650 mil habitantes, tercera ciudad de la provincia de Buenos Aires, que llega a 2 millones cuando la temporada está en su esplendor, durante quince, veinte días de enero.

 

En treinta años, Mar del Plata pasó de tener una temporada de tres meses a una de un mes y medio, que la embobreció, la hizo más dependiente del gobierno provincial y de la concentración económica que representa, por ejemplo, el empresario Aldrey Iglesias (un ex amigo de Fraga Iribarne, Francisco Franco y Menem), dueño de los diarios La Capital y La Prensa; de los hoteles Hermitage y Provincial; de la firma de alfajores Havanna; de las radios LU6 y LU9; de la mayoría de los locales que se están construyendo en la vieja facultad de ómnbibus; de la compañía de transportes Tony Tur; de la cadena de confiterías La Fuente de Oro. Según lenguas viperinas -acaso por su amistad con Scioli, el precandidato-, y por la presión financiera que siente en la nuca (y los votos) el actual intendente Gustavo Pulti, Aldrey también sería uno de los mecenas del Museo de Arte Contemporáneo (MAR), un armatoste símil frigorífico sin director, sin fondo de obra pero con una magnífica sala de conferencias.

 

Habrá que considerar que excepto viernes y sábado, a las diez de la noche la ciudad es un páramo. La inseguridad es un insumo clave de la cultura del control. Si a mediados de los ochenta, Mar del Plata todavía era un centro de diversas vanguardias experimentales, ahora es un puntal de la pasta base, que llega con el turismo y deja un tendal de arruinados. Si la industria editorial tiene una feria del libro, la poesía, más artesanal, resiste durante un fin de semana en una ciudad donde Jacques Lacan  puede confundirse con una marca de quesos, de esos que están a la venta en los negocios más calificados de la urbe, arteria central del sistema Aldrey.- 

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