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AcordeónMarawi: después de la guerra, el limbo en Filipinas

Marawi: después de la guerra, el limbo en Filipinas

Yuneisa corría con una sola certeza: un paso en falso le podía costar la vida. Corría con las primeras luces de la mañana, bajo el sonido de la metralla y gritos de “Allahu Akbar”. Atravesaba el humo que desprendían los edificios incendiados, sorteaba los cuerpos inertes tirados en las calles y a familias enteras cargando bultos en plena huida. Yuneisa corría decidida a escapar de una pesadilla: su colegio y después su ciudad habían sido secuestrados por miembros del Estado Islámico.

Ese 23 de mayo de 2017, Yuneisa, con 17 años, dejó todo su mundo atrás. Bastaron cinco meses para que Marawi, la que fuera la ciudad de mayoría musulmana más grande de Filipinas, se convirtiera en un campo en ruinas. La batalla se libró entre un grupo de militantes islamistas leales al ISIS (Estados Islámico) y el gobierno de Rodrigo Duterte, que prometió erradicarles sin importar el coste.

Ese coste ha sido desalentador, especialmente para los civiles que ya antes se sentían como una minoría marginada y después se vieron obligados a huir en masa a causa del conflicto. Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones 360.000 personas, casi la totalidad de la población de Marawi, fueron desplazadas. La mayoría se refugió en casas de familiares o en centros comunitarios de las áreas más próximas.

Yuneisa, sus padres, su abuela y tres hermanos pequeños fueron a una mezquita de Masiu, en Lanao del Sur, donde convivieron con otras cuarenta familias separadas por sábanas. “Pasaban los meses y nuestra desesperación iba en aumento” admite su madre. “Nos sentíamos atrapados”.

El pasado 23 de octubre el Gobierno filipino declaró el fin de la guerra. Desde entonces muchos regresaron a sus hogares, pero no todos. La familia de Yuneisa pertenece al casco antiguo, la zona cero de la batalla, que permanece bajo control militar. El director de Palafox Associates, una firma líder en arquitectura y planificación urbana filipina, dice que podría llevar hasta siete décadas rehabilitar la ciudad. El Gobierno baraja otros plazos aunque aún no ha definido cuáles ni cómo los va a llevar a cabo, pues la totalidad de los inmuebles necesitan ser demolidos y la falta de títulos formales está generando disputas sobre la propiedad. Como resultado, más de 60.000 personas permanecen en un limbo.

Las necesidades de la población siguen en aumento, pero la ayuda llega con cuentagotas por problemas de acceso y seguridad. Desde el principio del asedio de la ciudad de Marawi, Duterte impuso la Ley Marcial (y suspendió el recurso de hábeas corpus) en toda la isla de Mindanao. Recientemente ha prolongado su vigencia hasta finales de 2018. Por otra parte, Lanao del Sur es una región conocida por los rido, guerras entre clanes que se suelen saldar con varios muertos al año, además de ser también el hogar y refugio de varios grupos terroristas como Maute o Abu Sayyaf, que juraron lealtad al Estado Islámico y comenzaron el conflicto.

A lo largo de la carretera de Masiu hay un grupo de carpas blancas que conforman el campamento en el que se asentó en enero la familia de Yuneisa. A mediodía casi todos están sentados a la sombra de un árbol. El sol aprieta y los niños juegan con esas esferas mágicas que son los balones de fútbol hechos con bolsas de plástico, ropa vieja y neumáticos usados. Unas mujeres charlan entre ellas y un hombre, el padre de Yuneisa, clava la mirada en la nada y piensa. Tiene la cara surcada de chorretones y la camiseta verde empapada en sudor. Al preguntarle por su nuevo hogar responde: “Al menos aquí no te vienen a matar, aunque la lucha diaria por sobrevivir continúa”.

 

La casa que abandonaron aquel 23 de mayo, cuando empezaron los disparos, tenía camas, televisor, agua corriente y electricidad. Hace un año Yuneisa podría haber acabado el colegio y estar ya en el primer curso de universidad. Le quedan pocas pertenencias de su vida anterior, pero aún conserva su mochila roja. La misma con la que huyó de la ciudad y la misma con la que ahora camina dos horas cada mañana hasta la escuela local para terminar el año escolar que la guerra le arrebató.

 

—¿Cuál es tu sueño?

—Mi sueño es despertarme.

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