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Marc Caellas (y yo)

 

[Preámbulo]

 

La razón para la importancia de este Drogotá (Temas de Hoy, 2017) no es solo que haya yo leído y escrito con verdadero interés sobre las diferentes producciones del director de teatro, escritor y gestor cultural, Marc Caellas. Además del libro mismo, hay una historia personal que me vincula sentimentalmente a él y por la que quizá debiéramos comenzar.

 

1.

 

En 2009 vivía yo en Carcelona y también andaba embriagado por unas de esas relaciones amorosas que, como las del propio Caellas, acaban medio a tortazos y con maletas en la puerta y huidas en mitad de la noche. Sería injusto decir que nada bello había ahí, porque siempre adentro de la tragedia existe algún tipo de verdad que, al tiempo, ilumina y confunde.

 

Estaba, pues, poniéndolo de manera sencilla, confundido.

 

Así que me juré a mí mismo que debía cambiar de rumbo. No sabía muy bien hacia dónde debía marchar, pero surgió la oportunidad de viajar a Colombia.

 

Y ahí, en ese momento, fue cuando conocía a Marc Caellas, en una de las representaciones de Haberos quedado en casa capullos! en las calles de La Macarena ,a la que acudí, precisamente con su amiga Margarita Posada, quien me estaba hospedando en esos días en su casa.

 

Yo estaba muy triste y decepcionado en aquella época, y esa tristeza hizo que viniera a mí la ternura de una hermosa bogotana. Una historia breve y frágil, de posibilidades nulas y, por ello, llena de pasión. Una de esas historias que suceden cuando venimos rebotados de una relación sentimental trágica, atormentada, insana y falaz. Un breve romance que se fundamenta en el cariño, que en su implosión fugaz se torna cósmico y crucial.

 

Digamos que la relación anterior, la dañina, se hallaba quebrada y, en esos días confusos, hallábase en tránsito hacia el sumidero. No obstante, una pequeña chispa, una leve conexión misteriosa persistía. Así, el intervalo bogotano, cumplió dos funciones: la de abrirme un espacio mental hacia el razonable espacio del cariño y el orgullo y, al mismo tiempo, fue la excusa que sirvió para que yo solo me metiera en una cárcel sentimental y volviera a la relación anterior; una relación que finalmente acabaría en los juzgados y que hace muy poco se ha resuelto legalmente. Así las cosas, no es casual que precisamente ahora llegue a mis manos este Drogotá, justo cuando también para mí concluye lo que ahí empezó.

 

Es complejo y quizá azaroso el valorar las razones que me forzaron a que este asilo, este camino, volviera a ser el mío, pero hubo cosas como las que cuenta el propio Caellas en Drogotá (cuando habla del final de todo): hubo un espiar las redes sociales (que, me consta, continua), hubo bastantes mentiras (que recién descubrí); hubo la coacción del miedo y el chantaje de la culpa.

 

Claro que no ha de atribuírsele al enemigo la grandeza de la victoria, sino entender que la rendición solo atañe a razones propias, privadas.

 

Así, no se entienda esto como un descargo sino apenas como un dibujar el contexto de la recepción crítica –a la que necesariamente se le acopla una vertiente biográfica- del libro que ahora nos ocupa.

 

En definitiva, que Drogotá da cuenta de una época y un espacio en el que yo (aunque fuese mínimamente) participé.

 

2.

 

Quizá Carcelona tuviese una intención más político-cívica y Caracaos una más memorialística (con un fuerte impulso autoficcional). En cambio, Drogotá es mucho más acompasada, menos vertiginosa, o acaso de un vértigo no de los abismos, sino de los riachuelos (de esas lluvias omnipresentes de la capital colombiana).

 

Drogotá es un caleidoscopio, un texto más sosegado; menos urgente que Carcelona, menos sentimental que Caracaos. Drogotá es más artefacto literario, un sampleado de voces que contextualizan la experiencia vital de Caellas, o más que de voces, de escrituras ajenas.

 

Hay en él –necesariamente- una visión más precisa sobre el arte contemporáneo y un teorizar desde lo concreto. Si en las obras anteriores se producía una mirada desde la ciudad misma (Carcelona) o desde el dramatismo vital de sus gentes (Caracaos), aquí es el yo autorial el que fija los contornos del texto. Es cierto que había también otras voces antes insertadas en el discurso (Caracaos) y un buscar las razones de la particularidad de las cosas (Carcelona), pero en Drogotá esto adquiere un tono más sosegado, una distancia crítica que no acababa de haber en las dos precedentes, más viscerales y urgentes.

 

Antes hubo diálogo, civismo (Carcelona), voluntad de estilo y ganas de conquistar un felicidad futurible, ilusión y caos (Caracaos), aquí ahora hay razón, ensayo, pensamiento, reflexión y debate (Drogotá).

 

Drogotá es un texto mucho más cortés, agradecido y pulcro. Es más sobre ser uno mismo. Un cuaderno de autoconocimiento. Carcelona traía contrariedad y descontento; de otro lado era el aprendizaje corporal el que guiaba la narración de Caracaos y aquí, como hemos dicho, se deja llevar Caellas por una corriente de introspección muy fuerte, muy sincera ; no autocompasiva sino empática.

 

Drogotá camina a cuatro kilómetros por hora.

 

3.

 

Escribe Caellas “pienso que hablar mal de las ex es, en realidad, hablar mal de uno mismo”. Y tiene razón, pero no es menos cierto, sin embargo, que hay una legitimidad en hacerlo. En el sentido de que es necesario hablar mal del yo pasado, cuestionarlo, re-considerarlo. Porque el futuro debería ser un espacio para la mejora, para el crecimiento. Y claro que fuimos tontos (y bastante) en nuestro yoes pasado; no podría –ni debería- ser de otra manera.

 

Si hablo sobre mí mismo, sobre mi yo de aquella época, debo reconocer en él un cóctel peligrosísimo de inexperiencia, candidez y buena fe. Y enamoramiento, claro. Un fuerte enamoramiento, pero no de la persona amada sino del propio amor idealizado, muy à-la-Unamuno.

 

También se autocuestiona aquí Caellas, o mejor dicho, se deja reconocer en los otros, lo que dicen los otros, en particular las observaciones que le hace su novia, “la mujer que canta”, sobre su conducta, personalidad y aptitudes. Y es un honroso ejercicio el reconocerlo y ponerlo negro sobre blanco.

 

4.

 

Carcelona es el yo público.

Caracaos es el yo privado.

Drogotá es la conciencia del yo.

 

 

5.

 

En Drogotá hay un intento no tanto por teorizar sobre las drogas como por racionalizar el placer, reconducir el hábito, por aceptarse a uno mismo en las costumbres, en las excentricidades. Y también se sigue una búsqueda de las posibilidades del amor en el contexto de una sociedad drogada, demagógica, pero mogijata; excesiva e irreal al mismo tiempo.

 

 

Escribe Caellas: “se trata de acercarse al consumo de drogas desde el placer y no desde la desesperación”.

 

6.

 

También en Drogotá vida y obra se confunden.

 

En este caso: vida y teatro.

 

Sin embargo,  aquí el azar y el nomadismo se perciben con más fuerza que en las 2 obras anteriores de Caellas. Y no ya como algo nuevo, sino como parte irreemplazable del decorado.

 

Irónicamente, y tomada desde un punto de vista cronológico, Drogotá sería la obra que habita en el medio de Caracaos y Carcelona. Quizá por ello se la perciba con tanto balance: tan narcotizada.

 

7.

 

Drogotá es, finalmente –y según me parece percibir-, un texto escrito en medio del (re)enamoramiento. En un extraño estado de euforia tranquila, de placidez extasiada; Drogotá es un intento por reinaugurar a través de la soledad de las palabras, un espacio sentimental irremisiblemente perdido.

 

8.

 

Drogotá es un (parduzco) sueño, un espacio inventado, en el que se persigue lo inalcanzable a través del lenguaje.

 

Porque los comienzos lo condicionan todo.

 

Lo recoge Caellas en el proemio del libro, prestándose la voz de Burroughs, quien les escribe a Ginsberg desde Bogotá en estos términos: “Bogotá está muy alta, y es fría y lluviosa; un frío húmedo que se te mete dentro como la destemplanza interior de la abstinencia”:

 

Drogotá es, sí: un texto destemplado, como ese vahído que nos da un segundo después de haberse producido una extraña conexión cósmica con nuestro yo del pasado.

 

Es volver a estar ahí y, aun con todo, alegrarse profundamente de haber estado. Pero también sentir pena porque sabemos que no volverá a repetirse.

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