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Marcos Canteli, Benito del Pliego y Andrés Fisher: poetas del parpadeo

La lírica contemporánea pretende sacar el máximo provecho a las posibilidades ilimitadas que ofrece un verso enfrentado a la métrica ortodoxa de la academia. Una de las características más interesantes de la vida intelectual española en lo que llevamos siglo es su apertura de límites, lo que favorece la aparición de anomalías como Marcos Canteli (Bimenes, Asturias, 1974), poeta, ensayista crítico, traductor y compañero de poetas y críticos que son en sí mismos y con frecuencia anómalos en virtud de la densidad o excentricidad de sus escritos: entre otros, Benito del Pliego (Madrid, 1970) y Andrés Fisher (Washington D. C., 1963).

 

Los tres combaten la ironía de la suficiencia, el ego y la auto-relación, a base de lírica y pedagogía. Han trasladado al castellano la poesía de Gertrude Stein y Philip Whalen, entre otros: le han devuelto el lugar que merecen en la literatura de nuestro país; siguen los ejemplos de Ezra Pound y William Carlos Williams; para ellos, como para Robert Creely, “la forma no es más que una extensión del contenido”. Alinean, de esta forma, su arte con el de músicos y pintores como Jackson Pollock, para los que “la actividad es donde uno reside” y la obra de arte una “manifestación directa de la energía inherente a los materiales”. Una excitación compartida informa todo lo que escriben.

 

El libro de ensayos de Canteli Del parpadeo (libros de la resistencia, Colección Paralajes 7, 2014), supone una nueva y sustancial visión sobre cuestiones literarias, políticas e históricas. En él se afirma: “El parpadeo es interrupción, interior y exterior al ojo, asume ceguera mas busca luz”. En el ensayo introductorio, ‘En la sutura’, se examina el lugar y la función de la poesía en la cultura occidental “como espacio de exploración de lo abierto, como resistencia a la sutura de la memoria, la mirada y el lenguaje”.

 

No encuentro mejor definición para la prosa y la poesía que practica el propio Canteli, junto a Del Pliego y Fisher. Los tres autores resumen una década de letras lejos de la turbulencia dionisíaca del estilo confesional, a partir del verso de la Nueva Crítica sumida en el sabor prescriptivo de T. S. Eliot. Además de proporcionar respuestas originales a la tradición literaria, subrayan en su producción las “discontinuidades rastreables entre los poetas (…) parpadeos en constelación”. Se diría que para ellos la literatura no es solo una institución cultural, sino una forma de vida, con consecuencias ineludibles en nuestro pensamiento filosófico y ético.

 

 

Dietario

 

Ni siquiera Walt Whitman hubiera soñado con el igualitarismo de la extinción que denuncia el libro de poemas Dietario (Ediciones Amargord, colección Transatlántica-Portbou, 2015, prólogo de Eduardo Milán), donde abundan los discursos nominales, las listas y las letanías, y se prescinde del tiempo sintáctico y sus formalidades. Ahora o nunca, sus poemas se ocupan de lo inmediato, lo que no quiere decir que sean composiciones torrenciales, ni su autor un mero canalizador pasivo de energías psicóticas.

 

Al contrario, el poeta se permite detener en seco al lector justo cuando está a punto de ser arrollado. La primera estrofa de ‘1/24/09’ es corta, la segunda más larga y conversacional: “De mal en pero, de mal en mal, de dolencia en dolencia hasta la maledicción final”. Termina, sin embargo, con un imprevisto cambio de tono (“Y después no hay fusión, hay fosa y confusión”), lo que nos recuerda que Del Pliego, en su registro más grave, aún puede mostrar su lado lúdico.

 

Su talento para el boceto emerge en la serie ‘Orientación del sentido’, que transmite el sabor del lugar con tanto detalle como una novela realista. Se privilegian las visiones terrestres a las celestiales. Las referencias a personas y lugares (arboledas del Esla, National Gallery, Washington D. C., Jasper Johns, Joan Brossa) evocan la persistencia de la identidad en una era de destrucción masiva. Al típico estilo Beat, el poeta exalta a sus amigos y los eleva a la categoría de semidioses. Bajo la lluvia radiactiva del olvido, sus rostros brillan como máscaras griegas.

 

En Dietario, la guerra no es una antagonista teórica. La aniquilación nuclear es una posibilidad (“Fukushima, cherè no-vil, villa qué-herida”), la muerte está “asegurada a cada instante”. La sección ‘Última hora’ denuncia “la hora en la que pagan justos x pecadores”, en la que “morir o matar por un vaso de agua”, en la que “Atenas arde y no es la llama olímpica”. Su cómica implacabilidad agit-prop combina solidaridad y estética. Consciente de que la rebelión se convierte pronto en algo obsoleto, la poesía de Del Pliego no busca liberar al mundo sino al propio Del Pliego.

 

El poeta de Índice (2005), Fábula (2007), Muesca (2010) y Dietario es un escritor mundano, en el mejor sentido, que sabe que el camino hacia el cielo empieza en la tierra y no es precisamente un atajo. Su espontaneidad oracular es rara hoy, cuando los poetas se dividen en a favor y en contra, como codificadores de software, y funcionan sin problemas, como nodos en la red. Del Pliego es un fallo del sistema, pero el caos que provoca dispara las alarmas. Su poesía, que aspira al gran Uno mediante sutiles modulaciones, se hace oír, por encima del ruido de la maquinaria.

 

 

Del parpadeo

 

En el ensayo introductorio se examina el lugar y la función de la poesía en la cultura occidental “como espacio de exploración de lo abierto, como resistencia a la sutura de la memoria, la mirada y el lenguaje”. A continuación, Canteli se ocupa del poeta José-Miguel Ullán (Villarino de los Aires, 1944). El modernismo del poeta salmantino se basa en anomalías “que habla[n] también de un ejemplo ético”. Ullán es uno de los primeros en desarrollar el concepto anárquico de la obra modernista como artefacto singular y refractario a cualquier regla, “aceptando sus espacios de luz como los de sombra, en entregar el ojo al corazón de lo mirado hasta disolverse”.

 

La escritura de Carlos Piera (Madrid, 1942) es menos una actividad productiva que un “espacio contradictorio”, una experiencia en la que el sujeto se encuentra con los límites de lo posible, en la curiosa situación de no tener nada que escribir y sentir la necesidad de escribirlo. “Resistencia biográfica, paralelas resistencias (…) grieta que resquebraja lo uniforme y es respiración”, la poesía de Piera es “cesura (…) que se abre entre un lenguaje de imágenes posibles y este otro lenguaje espectral”.

 

Canteli persigue esta cuestión de nuevo en ‘Mimetizar la mímesis’. En su ensayo sobre Pedro Provencio (Alhama de Murcia, 1943), la poesía es “una redefinición del concepto de margen”. En términos espaciales, Provencio permanece en una condición de exterioridad, un exterior que no es lugar sino superficie a través de la cual se mueve de acuerdo con un itinerario nómada. Su escritura “sin servidumbres, no sometida al pensamiento ni al servicio del habla”, como quería Maurice Blanchot (citado por Canteli), pertenece a la insatisfacción del exilio. “La mirada del poema de Provencio es distancia”.

 

El poeta Idelfonso Rodríguez (León, 1952) puede parecer menos un modernista que uno de los “últimos románticos” para quien la poesía (o escribir) no es tanto consecuencia de una crisis existencial sino de una experiencia-límite. “Limadura del imaginario que va paulatinamente desprendiéndose de sus elementos más literarios”, su poesía parece regulada por una pasión subjetiva que no participa de un mundo racionalizado. “El poema es político porque (…) funciona intencionadamente como meditación sobre sus medios”.

 

Por otra parte, la insubordinación es la forma que toma el modernismo en la poesía de Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias, 1950). Su escritura se niega a aceptar las fuerzas de la representación y la inmovilidad, no se contenta con el sueño; busca lo surreal en la medida en que ese dominio le permite reconciliarse. “El parpadeo sería consustancial a su poética (…) la indagación formal de sus poemas suele remitir (…) a una pregunta por la ausencia, la cual a menudo encuentra correlato en la propia construcción sintáctica y semántica”.

 

Por último, la escritura “en la balanza” de Miguel Casado (Valladolid, 1954), es “acto desestabilizador”, crítica de la dialéctica que aniquila la singularidad de las cosas al subsumirlas en conceptos. Heredero de Hӧlderlin, Mallarmé y en general todos aquellos cuya poesía tiene la esencia de la poesía como tema, Casado evoca la maravilla inherente al acto de nombrar. Su palabra, “asimilación de lo temporal a través de un cuidadoso montaje”, da lo que significa, pero primero se suprime. Casado la priva de su realidad de carne y hueso, la hace ausente, la aniquila.

 

 

Castilla

 

“i. La carretera se extiende rectilínea entre las dehesas. / ii. Apenas circulan vehículos en un mediodía de verano. / iii. Solo tres coches en media hora entre las encinas y el polvo del camino comarcal” (LIII). En Castilla y otros poemas (Ediciones Amargord, 2015), Andrés Fisher no inventa: observa. El suyo no es un mundo atenuado, surrealista, abstracto (la aspiración última de la gloriosa era de la modernidad), sino completa, penetrantemente real. Sus poemas, lejos de ser difíciles, son, en realidad, bastante sencillos: tienen más que ver con el golpeteo insistente de la música disco que con el existencialismo torturado.

 

La curva típica de una composición de Castilla es una iluminación temprana, una larga pausa y luego una notable floración tardía. La serie que da título al poemario es un monólogo dramático en boca de un nuevo Machado disfrazado de Descartes, en un páramo refulgente de referencias culturales, más cerca de Dada que de Campos de castilla: “i. Una orla roja en el cielo gris-celeste del ocaso. / ii. El brillo tenue y poderoso de trigo y girasol” (LXIV). El pastiche ‘Aeropuerto’ tiene una belleza más resonante que el carácter obsesivo-compulsivo de su fórmula: “i. Estelas blancas sobre un cielo azul-celeste. / ii. Las de los aviones en una mañana radiante” (XIX).

 

El resto de los poemas de la colección ilustra la creencia declarada de que lo verbal es tanto el abono como la germinación del infinito: “iv. Se desperdigan los libros en las mesas y en el escritorio, irregularmente agrupados en pilas regulares” (‘Libros’). Locura y sufrimiento apenas se comunican, pero se retuercen en su propio aislamiento. Un Dios desafiante, como del Antiguo Testamento, parece dar voz a la inescrutable “Poesía (como digresión)”: “El error es el hombre. El insecticida del yo viene en ese remitente. El yo porque sí no vale”. Vate decepcionado, es como si intentara capturar la sensación de inutilidad y el odio a sí mismo, sin recurrir a “la orgasmia, la narcosia, la mortuoria. La lisergia”.

 

Recomiendo leer estos poemas de forma tridimensional: es decir, leerlos tres veces hasta que la variedad de facetas de cada poema nos dé placer, aunque no siempre tendrán sentido: “”. No hay duda de que el poeta, como John Ashbery en Norteamérica, responde en ellos al carácter esquivo, centelleante y collage de la poesía francesa moderna, como su trabajo de profesor en los departamentos de Literatura Extranjera y Sociología de Appalachian State University, en Carolina del Norte, o sus traducciones de Haroldo de Campos o Gertrude Stein (junto a Del Pliego) y Philip Whalen (junto a Del Pliego y Canteli), demuestran.

 

 

Poetas del parpadeo

 

En la poesía y los ensayos de Canteli, Del Pliego y Fisher, la escritura es interminable, incesante. En el último ensayo de Del parpadeo, dedicado a la poética “del afuera”, no solo se aborda la teoría (y la práctica) de la escritura fragmentaria, sino que se señala el camino a seguir, “una voluntad de apertura de espacios, de tránsito hacia lo fronterizo, como territorio de expansión y crecimiento”. Su escritura no es dialéctica, con elementos dispares que se reúnen en una totalidad; es más bien como la consideraba Gilles Deleuze, un evento que rompe la cronología en dimensiones que se separan el uno del otro en vez de juntos en cualquier tipo de unidad, la totalidad, o la resolución. 

 

Los poemas y ensayos de los autores que hemos abordado son en realidad fragmentos escritos como separaciones sin terminar. Su pase incompleto, su insuficiencia, es deriva sin rumbo, la indicación de que, ni unificables ni coherentes, que se adaptan a una determinada ausencia de totalidad. Su poética pretende, en palabras de Canteli, “interrumpir el flujo de lo esperado y devenir otro, flujo que es reflujo, siempre en proceso de reconsideración: tránsitos”. Su literatura es “sutura, un afuera, desde el que pensar un lenguaje en tensión”.

 

Sus composiciones pretenden derribar el muro que nos separa del subsuelo inquieto, a través de encabalgamientos vacilantes determinados por el aliento y saltos del sentido inspirados en la música dodecafónica. La postura del orador es amoral y pasiva. Las frases son tersas y elípticas, (aparentemente) carentes de argumento o caracterización; cada obra es un punto de presión que se detalla, un concepto minuciosamente puesto en movimiento.

 

Talsi, Letonia, 2017

 

 

 

 

José de María Romero Barea (Córdoba, España, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Autor de poemarios como Resurrecciones (Asociación Cultura y Progreso, 2011), su última novela se titula Mitze Katze (Ediciones Amargord, 2016). En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, John Berger: la mirada, el exilio, la diferencia. La mirada intersubjetivaGiorgio Agamben: el espíritu que viveRicardo Piglia: una vida no bastaPaul Celan e Ingeborg Bachman: la negación, el olvido. En Twitter: @JdMRomeroBarea

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