“Estaba en la mesa de operaciones. Un tiro en la cabeza, con la belleza no destrozada, descompuesta. Su mano estaba caliente, latía su pulso. Sangre a borbotones, la frente vendada en gasa. Una mirada ancha dilatada, salida, pero ¿sin ver?”, se preguntaba Juan Ramón Jiménez. Cuando él y su mujer, Zenobia Camprubí, llegaron a las 21.30 del 28 de julio de 1932 a una clínica de Las Rozas, Marga Gil Roësset todavía vivía, pero por poco tiempo. Horas antes se había pegado un tiro. Tenía 24 años.
“Marga descuidaba sus muchos buenos atributos. La ropa le colgaba algo, llevaba el pelo corto y echado hacia atrás, como para quitarlo del medio”, escribió Zenobia. “Morena pálida, de verdoso alabastro, con ojos hermosos grises, y pelo liso castaño. Sentada tenía una actitud de enerjía, brazos musculosos, morenos, heridos siempre de su oficio duro. Y al mismo tiempo ¡tan frájil! Llevaba el alma fuera, el cuerpo dentro”, la describió Juan Ramón. “Era un ejemplo de vitalidad exaltada, de voluntad constante, de capricho enérjico. Trabajaba, hora tras hora, sin descanso, de pie, con dolor físico. Se iba ya de noche, corriendo. Siempre corriendo”, escribió el poeta.
Marga fue “una niña precoz, una artista de una fuerza y un talento extraordinarios, autodidacta y transgresora”, nos cuenta su sobrina Marga Clark. Con 9 años Marga y su hermana Consuelo visitaron furtivamente la casa de Juan Ramón. Dejaron al conserje un libro de cuentos para Zenobia escrito por Consuelo –13 años– e ilustrado por Marga. Con 7 años ya le había regalado a su madre La niña curiosa, cuento escrito e ilustrado por ella. Con 15 años hacía escultura. A propósito de una exposición, dijo de su trabajo: “Yo intento siempre operar sobre mis esculturas de dentro afuera. Es decir, trato de esculpir más las ideas que las personas”.
Meses antes de su muerte y muchos años después de aquella visita al portal del matrimonio, la pareja fue a casa de Marga a conocer su obra. De ella “se desprendía el mismo sentimiento de tristeza morbosa y sofocante que en los dibujos infantiles” que había visto tiempo atrás, escribió Zenobia. Poco después, la escultora se ofreció a esculpir un busto de cada uno de ellos, siendo Zenobia la primera en posar para la joven. Marga se convirtió entonces en una habitual de la casa, entablando una gran amistad con Zenobia y enamorándose de Juan Ramón.
En la línea de lo dicho por Zenobia, hoy su sobrina Marga Clark remarca “toda la emoción y el dolor que emanaba de su obra”. Parece que el sentimiento trágico acompañó desde pequeña a su trabajo y persona. Antes de conocer a su venerado Juan Ramón, su sobrina resalta que, en una entrevista concedida en 1930, ante la pregunta de si pensaba casarse, respondió: “No, no creo en el amor simultáneo de dos corazones, pienso que en el amor siempre hay un sacrificado”. Para su sobrina parece como si “ella ya tuviera su camino hecho”, por lo que la aparición de Juan Ramón en su vida resulta el detonante de su destino fatal y no una causa única.
El día de su muerte fue a casa del matrimonio y dejó al poeta una carpeta amarilla con la siguiente orden: “No lo leas ahora”. Y así fue, solo después de que Marga se suicidara, Juan Ramón leyó el diario que le había dejado, un canto a su amor no correspondido. “Que sé yo por qué te quiero tanto (…) querría no quererte tanto… aunque mi única razón de ser… es esa… y también mi única razón de no ser…”, escribió. Su entrega al poeta era total, cada día lo agasajaba, y a Zenobia, con regalos de todo tipo, como libros que sabía que Juan Ramón quería y que robó para él. En su diario da pautas al poeta sobre las obras que tendría que devolver a sus dueños, como Arias tristes al doctor Gregorio Marañón.
“Aunque siento la vida hermosa y bella, y creo que hay mil cosas que cada una sola podría llenar… ¡muchas vidas! (…) como yo, ya he encontrado, lo mejor… porque lo mejor no puede ser… todo me importa nada…”. Y la única solución que encontró: “… lo mejor es morirme… … y para morirse cuando aún se es joven… pues… hay que matarse…”.
Del rechazo amoroso sabemos por la carta que dejó a Zenobia. Junto al cuerpo de Marga había una carta para sus padres, otra para su hermana –en las que se despedía y pedía perdón por el sufrimiento causado– y una para Zenobia. En ella Marga afirmaba que le había dicho a Juan Ramón que le quería y le había pedido matrimonio, pero la había rechazado. Marga se despide de su amiga: “Perdóname Azulita… por lo que si él quisiera yo habría hecho”.
Estrella Martínez Hernández es periodista. Trabaja en el periódico de educación Magisterio y ha colaborado con L’Officiel, Vice e Infoshakers. Dice que tiene un pasado cinematográfico.y que su “deber son los temas sociales –pobreza, desigualdad, inmigración, discriminación, género–, que no tienen hueco en muchos medios”. En FronteraD ha publicado Cuando las personas con un diagnóstico de enfermedad mental se unen para cambiar las cosas.