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Mientras tantoMarianus marianensis

Marianus marianensis


 

Qué Rajoy sacara la lengua en la última reunión de la OTAN debe de tener que ver con que siempre es capaz de sacar en su beneficio lo mejor de las cosas de este mundo. En este caso es el modo de refrigeración perruno. En vez de fruncir el gesto como los demás, don Mariano saca la lengua. Me imagino a Macron oyendo y sintiendo el extraño y ligero jadeo rítmico a sus espaldas sin acertar a comprender. Menudo estreno de Emmanuel. Para que le aprueben los Presupuestos, en cambio, Rajoy no saca la lengua sino la cartera igual que un padre. Don Mariano va cogiendo forma de padre, incluso de abuelo, de patriarca de aparentes usos y costumbres antiguos que en realidad son aún más antiguos. Rajoy puede convertirse en lo que quiera, que es justo lo que nadie había imaginado. Don Mariano (Marianus marianensis) es una especie que subsiste a las épocas, adaptándose a los tiempos mientras a su alrededor todo cambia menos él, lo cual no es del todo verdad, sólo para el ojo humano. Don Mariano no demarra nunca pero sí aumenta o disminuye el ritmo casi imperceptiblemente. Es un Induráin de la política. A los electores más contrarios les parece que votarle es hacerlo por un señor de la Restauración (sin saber, por supuesto, qué es la Restauración), hasta que se dan cuenta de que todo eso sólo es lo que parece; que es cuando se va revelando la verdad que enseguida vuelve a ocultarse. El Rajoy del Congreso, por ejemplo, es un Rajoy de Cortes de principios del siglo XX, el último de todos ellos, que nadie en su sano escaño conoce. Allí se eterniza y se gusta y permanece e incluso se diría que en lugar de gafas lleva monóculo, impresión por la cual en el hemiciclo se le debe de temer como a un cíclope con su rebaño dentro de la cueva y todo, o el diablo viejo cuya sombra se cierne, insuperable, sobre Iglesias, el diablo joven que ahora, tras el regreso de Snchz (uno de esos secundarios cómicos pero importantes de las obras de Shakespeare), parece que tiene que volver a cruzar el puente de la transversalidad (donde se esconde el secreto de la inmortalidad) por el que Mariano, sin que se note o sin que se haya notado, se mueve como nadie desde hace siglos.

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