Marinaleda no es un pueblo corriente. Se trata de una de las mayores curiosidades políticas de España. Juan Manuel Sánchez Gordillo está al frente del ayuntamiento desde 1979, cuando se celebraron las primeras elecciones municipales democráticas tras la guerra civil. Ganó por mayoría absoluta y desde entonces se mantiene en la alcaldía, siempre con 9 concejales de su partido frente a dos de una sorprendente coalición entre los conservadores del Partido Popular y los socialdemócratas del Partido Socialista Obrero Español, que intentan restarle algo de protagonismo.
La llegada al poder de Sánchez Gordillo y su forma de gobernar son atípicas. Un año después de su primera victoria, varios cientos de vecinos (casi todos jornaleros que cobraban poco por su trabajo o que no tenían ninguno), con el alcalde a la cabeza, se manifestaron contra el duque del Infantado, propietario de la mayoría de los terrenos agrícolas que rodean el pueblo: más de 17.000 hectáreas, en gran parte apenas explotadas. Una finca inmensa que en Marinaleda era conocida como El humoso. Los manifestantes pretendían que se les permitiera explotar las tierras del Duque, cobrar más por su trabajo y cambiar la ley del antiguo empleo comunitario (en el que comparten sus explotaciones y reparten los beneficios a partes iguales, en forma de cooperativa agraria). La campaña de los jornaleros incluyó una huelga de hambre de trece días en la que participaron setecientos vecinos. Después comenzó una serie de ocupaciones de las fincas del Duque. Tras varios enfrentamientos contra la Guardia Civil, el terrateniente llegó a un acuerdo con la Junta de Andalucía y concedió a los habitantes de Marinaleda la explotación de 1.200 hectáreas de sus terrenos. Sánchez Gordillo se alzó como el líder de aquella revolución que se desarrolló bajo el lema “Una utopía por la paz”. La promovió el Colectivo de Unidad de los Trabajadores (CUT), partido político fundado en 1979 y situado a la “izquierda de Izquierda Unida”, según lo define el propio alcalde.
Adquiridas las tierras, Sánchez Gordillo propuso a sus vecinos un nuevo sistema de gobierno basado en la democracia popular. Esta se asentaría sobre dos pilares básicos: el económico y el social. El primero se afianzó gracias a que las tierras arrebatadas al duque se colectivizaron. Fueron convertidas en ocho cooperativas agrícolas de primer grado y tres de segundo. Todos los productos que se obtuvieran de ellas serían comercializados en toda España y vendidos, tanto a los propios cooperativistas como a los vecinos de Marinaleda, al mismo precio. Hoy, cada trabajador de la cooperativa gana 47 euros diarios por su trabajo, sea en el campo o en una oficina. “Así hemos conseguido que en el pueblo haya prácticamente pleno empleo”, asegura el alcalde. Ante la pregunta de cuál es el porcentaje real de desempleo en la localidad responde:
-Mu poco.
-Pero muy poco, ¿cuánto es?
-Pues mu poquito.
-Pero en tanto por ciento, ¿cuánto exactamente?
-Pues no sé, de un 5% o 6 % más o menos- responde el alcalde.
En la localidad hay 2.724 habitantes censados y, según Sánchez Gordillo, las cooperativas dan trabajo a 2.000 personas.
En cuanto al aspecto social, se pretendía que todo marinaleño pueda acceder a una vivienda de forma casi gratuita. Esta aspiración ha sido posible gracias al sistema de viviendas de autoconstrucción: el ayuntamiento cede un número definido de metros cuadrados cada cierto tiempo para la construcción de casas, y con la Junta de Andalucía se negocia una subvención que sufraga los gastos de los materiales necesarios para la obra. Además del suelo, el ayuntamiento financia el trabajo de un arquitecto y tres albañiles. El resto de la mano de obra la aportan los futuros dueños: ellos mismos -o un albañil al que pagan- construyen sus propias casas con las directrices de esos técnicos. Ninguno sabe cuál va a ser su casa hasta el final de la obra. Con este sistema se consigue que todos trabajen con el mismo ahínco. Por cada casa acabada, la familia que la ocupa debe pagar 15 euros mensuales para cubrir los gastos de personal del ayuntamiento. Ahora existen en el pueblo 350 casas de este tipo, y hay otras 25 proyectadas para construir a lo largo de 2011.
Los habitantes del pueblo disfrutan, además, de otras ventajas: son ellos mismos quienes deciden cuántos impuestos deben pagar cada año. La piscina municipal cuesta 3 euros anuales. La guardería, en la que los niños también pueden quedarse a comer, 2 euros mensuales.
La clave de este sistema popular está en la participación. Todas las decisiones relevantes las votan los vecinos a mano alzada en asambleas que se celebran en el ayuntamiento.
Casados contra mocitos
Sentado en su mesa semicircular de la sala de juntas, Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda, apunta a lápiz algunos nombres en una libreta de hojas cuadriculadas. Frente a él, unos cincuenta vecinos le van dictando nombres y apellidos. Se están repartiendo viviendas. «Mi Adrián sigue apuntado, ¿eh?», insiste una señora. «Ya, ya sé», dice el alcalde. Y añade: «Apunto también ar Bubu, que el otro día por la calle me dijo que le pusiera».
Las viviendas que se reparten son veinticinco casas de autoconstrucción. Cada vecino al que se le asigne una tiene que aportar el mismo trabajo que los demás, y hacerlo dentro de un plazo. El ayuntamiento le cede el terreno. Y poco más se sabe al empezar la asamblea. Los interesados dan su nombre al alcalde, pero nadie tiene demasiado claro cuáles van a ser las condiciones, las normas y los plazos. Eso mismo le reprochan al alcalde varios asistentes.
-Pues pa eso estamos aquí, pa discutir de estas cosas –contesta él.
-Pero a ver, Juan Manuel… -interviene un vecino- Las casas estas, ¿dónde van a ir?
-Pues… -el alcalde se queda pensativo unos segundos-. No sé, por ahí -dice señalando hacia la ventana.
Nadie insiste. Hay cosas más inmediatas que discutir. Un vecino asegura que algunos solicitantes ya tienen otra vivienda en propiedad fuera de Marinaleda.
-Y esto debería ser para quien no tiene nada -añade.
-Pero, ¿y yo cómo entro en la conciencia de cada uno de ustedes? -se defiende el alcalde-. Yo, a que seáis honrados cada uno, no puedo obligaros.
-Pues sí, Juan Manuel. Si te viene alguien que ya tiene otra casa por ahí, coges y lo mandas a tomar por culo.
Unos segundos de silencio.
-¿Tú eso lo harías? -pregunta al fin el alcalde.
-¡Si fuera yo el alcalde, sí!
-Pero yo es que eso no puedo hacerlo. Que ya sabéis que yo soy un blando.
-¡Tú es que estás tonto, Juan Manuel! -interviene otra vecina.
Ni el alcalde ni los asistentes se inmutan. La asamblea de vecinos sigue. Los más peleones se levantan de la silla, gritan y se increpan. De vez en cuando se oye el llanto de los tres o cuatro bebés que hay en la sala. Dos niños un poco más mayores, de unos seis o siete años, juegan entre las sillas, y a ratos se tumban debajo de la mesa semircircular donde está el alcalde. En un momento dado suena una saeta: es el politono de un móvil.
El asunto central del debate termina siendo la prioridad. Hay unos cuarenta vecinos que han pedido casa, pero sólo se van a conceder veinticinco. ¿A quién dárselas? El alcalde propone que sean los casados quienes tengan prioridad sobre los mocitos -solteros-. Hay once parejas de casados solicitantes, que ya tendrían una casa asignada. Y las catorce restantes se sortearían entre todos los solteros.
Nuevo desacuerdo. ¿Qué pasa con las parejas que llevan mucho tiempo juntas, pero que no se han casado? Una pareja de homosexuales protesta. Dos hermanas, mocitas, argumentan que llevan nueve años con sus respectivos novios y que tienen tanto derecho como los casados. Otro vecino, también mocito, salta: «¡Pues yo llevo ocho años con mi novia! ¿Qué es lo que tengo que hacer, dejarla preñá pa que me den una casa?».
La discusión se alarga por espacio de dos horas, pero se alcanzan acuerdos. La primera: para recibir una vivienda, será requisito no tener en propiedad ninguna otra. La segunda: tendrán el mismo derecho tanto los casados como los arrejuntados. Y tercero: el resto de mocitos entran al sorteo. Termina así una de las muchas reuniones sobre el proyecto de viviendas de autoconstrucción. Habrá más.
Algún vecino protesta porque va a haber gente que se quedará sin casa. «Bueno, yo hablaré con la alcaldesa de Córdoba, que me llevo muy bien con ella, a ver si le sacamos a la Junta de Andalucía otras veinticinco», le consuela el alcalde.
Escenas así ser repiten a diario. Sánchez Gordillo solo toma decisiones cuando se alcanza un acuerdo mayoritario de los asistentes. Nunca impone nada. “Aunque siempre intento hacerles ver primero cuál es la opción más coherente para que ellos acaben votando esa”, confiesa.
Ideales cómodos
“Somos andalucistas, republicanos, estamos a la izquierda de la izquierda y seguimos los ideales de Lenin, Trotsky y Bakunin”, dice Juan Manuel Sánchez Gordillo de los principios del CUT en su despacho, ante las banderas de Andalucía y de la II República Española. Un retrato de Ernesto Che Guevara ocupa el lugar que en cualquier otro despacho de un alcalde estaría reservado para el rey Juan Carlos I. En comparación con el estilo llano con el que ha hablado con los vecinos en la asamblea, el alcalde se muestra en privado mucho más solemne: “Pienso que el poder de un ayuntamiento no puede ser neutro, sino que debe tomar siempre posición de clase para favorecer a los más empobrecidos. Los ayuntamientos tienen que ejercer un contrapoder frente al Estado, para beneficiar siempre a sus conciudadanos”.
Pero no todos los vecinos de Marinaleda comparten su ideología. No deja de ser un pueblo sevillano en plena Semana Santa, y en el bar Curro, cerca de la avenida de la Libertad, un cartel de la cofradía con la imagen de Jesús Nazareno oculta un escudo del Real Betis Balompié. Curro cuenta que en el pueblo se mantienen algunas procesiones a lo largo de la semana. “No hay más porque la gente suele tirar pa Sevilla a verlas allí. A ver si este año el tiempo no nos las estropea”.
Sin embargo, la televisión local no cubre las procesiones, sólo las actividades culturales de una semana alternativa – Semana por la Paz– propuesta por el ayuntamiento. Suelen consistir en actuaciones callejeras, conciertos y una clásica marcha ciclista.
“Es que a las procesiones no suele ir mucha gente”, asegura el alcalde. “Pensamos que no son muy relevantes, pero respetamos a quien quiera ir, claro”. Ante la pregunta de si hay muchos católicos practicantes en Marinaleda, responde: “No mucha. No tenemos cura en la localidad…, por suerte. Viene uno que también va a El Rubio, un pueblo de aquí al lado. Yo no me llevo muy bien con él. O bueno, no me llevo. Es que es del Opus”, aclara el primer edil. Manuel Martínez Valdivieso es ese sacerdote itinerante. “¡Claro que hay cura en Marinaleda!”, exclama. Aunque vaya a otros lugares, Martínez Valdivieso insiste en que es el sacerdote oficial del pueblo. Afirma que el alcalde se empeña en ignorar a la mitad de su pueblo y que sólo gobierna para quien le interesa.
“Su sistema político no es una democracia, es más bien una dictadura”, explica indignado. Todos los años, durante la Semana Santa, se celebran diversos actos religiosos en Marinaleda a los que, según el sacerdote, y al contrario de lo que dice el alcalde, acuden muchos vecinos. También, asegura, vienen vecinos de localidades cercanas para ver las procesiones. Hay una procesión el Domingo de Ramos en la que los niños se visten de apóstoles y se pasea a uno de ellos disfrazado de Jesucristo encima de una borriquilla. Según el sacerdote, los Santos Oficios del año pasado estuvieron abarrotados, y las procesiones de Jesús Nazareno y de la Virgen de la Esperanza, patrona de la localidad, también. “¿Y todavía sigue diciendo que apenas hay procesiones en Marinaleda? ¡Vamos hombre!”, se enciende el cura.
La televisión y la radio de Marinaleda nunca acuden a los actos religiosos que se celebran en el pueblo. Y según el cura, los hay todo el año: la procesión del Corpus Cristi, la romería de la patrona… “¿No es ser eso un alcalde de medio pueblo? Yo soy el cura de todo el pueblo, de quien le vota a él y quien no, pero él no”, asegura el sacerdote.
En lo único que coinciden el párroco y el alcalde es en la relación que hay entre ellos: “Nos respetamos, pero no tenemos ningún tipo de relación. No creo que me veas comiendo con él en la misma mesa ni tomando copas juntos”, aclara el religioso.
Entre los vecinos se encuentran más matices. José Antonio y María Dolores son un matrimonio que frisa los cuarenta años. Viven en una de las casas de autoconstrucción con sus dos hijos de 11 años y 1 año. José Antonio es albañil. “No todos somos tan radicales como Juan Manuel», aclara. «Sobre todo los jóvenes que no vivimos mucho las movilizaciones del Humoso. Sabemos de dónde hemos salido y podemos ser más de izquierdas, pero no tanto como para creer en Lenin, Trotsky y todo eso”.
Opinan que para matrimonios como ellos la oportunidad que les brinda el ayuntamiento es bastante buena. Tienen una casa de dos plantas, suficiente para ellos y sus hijos. Y un trabajo que, aunque no los va a hacer ricos, les asegura un plato de comida en la mesa y más de un capricho.
“Claro, además, conforme están ahora las cosas en el resto de España… ¡Si es que no se puede pedir na más!”, añade María Dolores. “Hay gente en el pueblo que tiene más miras y se va a vivir a otro lado para ganar más dinero. Pero nosotros estamos contentos con esto, la verdad”.
Radiotelevisión Marinaleda
-Y aquí es donde grabamos Línea directa, que es un programa semanal con el alcalde.
-¿Y qué estilo de programa es?
-Pues una cosa así como el Aló, presidente, de Chávez. Bueno, no con tantos medios, pero una cosa así.
Quien lo cuenta es Paco Martos, un joven de veinticinco años, mientras enseña los platós de la televisión de Marinaleda. Para ellos, Hugo Chávez y su programa son una influencia, y no se molestan en disimularlo.
-¿Seguís la misma ideología del ayuntamiento?
-Hombre, en general, sí.
-¿Y no os importa que pueda convertiros en un canal de propaganda política?
-No, no. Nosotros tenemos un pensamiento parecido al del ayuntamiento, pero aquí no viene nadie a decirnos lo que tenemos que contar y lo que no.
Martos trabaja, junto a tres personas más, en la pequeña redacción de Radiotelevisión de Marinaleda. A pesar de ser un medio de un pueblo con menos de 3.000 habitantes, cuenta con unas instalaciones muy completas, con platós bastante cuidados y una programación dedicada a informar a la gente de los asuntos del pueblo. Dadas las peculiares características políticas del lugar, el canal de televisión, surgido en 1989 con la creación de la emisora de radio, se ha convertido también en un medio de marcada ideología izquierdista que capta audiencia fuera del término municipal, punto de encuentro para vecinos afines al CUT y de izquierdistas afines a su ideario. A eso contribuye que el repetidor esté situado a buena altura, por lo que la señal puede ser captada en zonas de Córdoba, Málaga y Sevilla. Nacida en 1989 con la creación de la emisora local,
Además de Línea directa, que se emite cada viernes por la noche, hay otro programa de televisión concebido para que sean los propios habitantes de Marinaleda los que hablen: De tu propiedad. Cualquier vecino puede proponer un tema, o intervenir en un programa propuesto por otros. Es un formato que tuvo mucho éxito de participación en los primeros años de la televisión local, aunque ahora hay menos vecinos haciendo periodismo ciudadano.
Junto a los espacios de opinión, todas las mañanas (salvo domingos y lunes) se emite un magazine con noticias de la actualidad local. Los acontecimientos especiales se emiten en directo y reciben amplia cobertura previa.
La radio también está abierta a la participación de los vecinos, que pueden proponer programas y luego encargarse de mantenerlos. Uno de los más veteranos lo conduce Susana Falcón, trabajadora de la radiotelevisión: Sin memoria no hay historia, y está dedicado a la memoria histórica española. Sin embargo, la mayor parte de la programación general de la emisora la cubren distintos espacios musicales.
Ni Susana Falcón ni Paco Martos se quejan de su trabajo. Se sienten cómodos, no tienen horario fijo y hacen los programas que les apetece, bajo un ideología con la que se identifican. Cobran 700 euros al mes. «No es mucho», admite Martos. «Pero para vivir en Marinaleda está bien. Tengo un trabajo que me gusta y que me deja vivir en mi pueblo. Estoy bien donde estoy».
El caso de Falcón es más radical. De origen argentino, estudió Periodismo en Sevilla y consiguió un trabajo envidiable en Canal Sur -la televisión autonómica andaluza-, en la redacción central sevillana, como colaboradora en los inicios de Ratones coloraos, un programa de entrevistas de Jesús Quintero. Uno de los entrevistados fue Juan Manuel Sánchez Gordillo. A Susana Falcón le cayó bien, se hicieron amigos y ella acabó dejando su puesto en Canal Sur para irse a trabajar a la radio de Marinaleda. Ahora un sueldo mucho más bajo y sigue viviendo en Sevilla, lo que le supone hacer cada día dos horas de coche y tener que vivir en la capital andaluza con su sueldo de Marinaleda. «Me da igual todo eso», asegura Susana. «Para mí este es el mejor trabajo del mundo».
La Radiotelevisión marinaleña mantiene además un tercer medio de comunicación aún más directo: son los pregoneros del Ayuntamiento. Literalmente. Como son los vecinos los que participan en la toma de decisiones consistoriales hay que asegurarse de que todos están al tanto de las asambleas que se convocan. Así que, cada vez que va a celebrarse una reunión un miembro de la redacción se sube en el coche y va anunciando la hora y el tema de la reunión mediante un altavoz por las calles del pueblo.
Aunque parezca anecdótico, puede que el servicio de megafonía sea uno de los más importantes. El poder que tienen los vecinos de votar en asamblea todas las decisiones relevantes para su pueblo es el mayor símbolo de la democracia popular del ayuntamiento de Marinaleda.
* Carmen Lucas-Torres y Miguel Muñoz son periodistas. El último artículo publicado por Muñoz en Fronterad se titulaba Fukushima, a la luz de “Hiroshima”