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Frontera DigitalMariposas negras

Mariposas negras


Estamos abrochándonos los cinturones para despegar rumbo a La Paz cuando se me ocurre pensar en aquel relato  de Ray Bradbury en el que viajando al pasado un hombre descubre de forma torpe el efecto mariposa. Seguramente me impresionó mucho cuando lo leí, era adolescente, nunca lo olvidé.

En el cuento de ciencia ficción el protagonista acude a una agencia que vende viajes safari al pasado prehistórico. Está contento porque pocos días antes hubo en su país ficticio elecciones gubernamentales muy reñidas en las que, para su alivio, salió elegido el menos malo de dos candidatos.

La razón por la que Sofía y yo nos dirigimos de Montevideo a La Paz el 6 de marzo de 2020 es de rutina laboral: vamos a filmar un documental por encargo de la televisión austriaca para explicar a telespectadores europeos qué está pasando en Bolivia de cara a las elecciones gubernamentales previstas para el 3 de mayo. De forma diferente que los bolivianos, también los uruguayos estamos viviendo con la sensación de cambio de época por causa de un viraje en el poder político. Una alianza de partidos conservadores empieza a gobernar el país de tres millones y medido de habitantes poniendo fin a quince años de supremacía progresista. Ya en los primeros días en el poder el nuevo presidente anuncia una serie de medidas económicas que asustan a parte significante de la población.

“Y si dentro de una semana, cuando volvamos de Bolivia, esto ha cambiado tanto que no lo podemos reconocer? Podría pasar lo que le pasó al protagonista del cuento de Ray Bradbury, que cuando regresa de su viaje, el mundo ya no es el mismo… él mismo lo cambió sin querer”. El cuento se llama El ruido de un trueno, el protagonista Eckels.

Eckels llega a la prehistoria en un viaje organizado para cazadores. La agencia le garantiza que podrá matar a un enorme saurio y le advierte que no debe apartarse de una senda de metal dispuesta especialmente para evitar  dejar huellas en el pasado. Se corre el peligro de cambiar el curso de la historia. Llegado el momento, el cazador aficionado se asusta y queda atolondrado al ver el gigante  tyrannosaurus. En su confusión abandona la senda indicada. Y sin darse cuenta pisa y mata una mariposa. “A las pobres mariposas se les adjudica el origen del caos”, bromeo con Sofía.

Dos transbordos tiene nuestro vuelo a La Paz: Asunción y Santa Cruz. Ahora veo los nombres de esas ciudades y las tres me suenan a mito. Es en el aeropuerto de Santa Cruz donde aparece en la cabina del avión una mariposa de contornos curvos y afilados aleteando por encima de nuestras cabezas.

Nunca había visto una mariposa a bordo, si bien vuelo con frecuencia desde hace años.  Nunca había estado hablando con tanta insistencia de las mariposas. Debe ser casualidad. Mucha casualidad.

Eckels sintió que caía en una silla. Tanteó insensatamente el grueso barro de sus botas. Sacó un trozo, temblando.

-No, no puede ser. Algo tan pequeño. No puede ser. ¡No!

Hundida en el barro, brillante, verde, y dorada, y negra, había una mariposa, muy hermosa y muy muerta”.

La mariposa que accidentalmente mata Eckels en el cuento de Bradbury es “brillante, verde, y dorada, y negra”. Recuerdo que tenía colores parecidos a la Mariposa del aire, la poesía infantil de García Lorca que conozco quizás desde antes de aprender a leer.

“Mariposa del aire, qué hermosa eres, mariposa del aire dorada y verde. Luz del candil, mariposa del aire”.

La que aparece en nuestro avión está viva, muy viva, y es solo negra. Su negrura le da un aire desafiante.

Al día siguiente nos enteramos por casualidad que un mito aymara adjudica a la mariposa negra el mal agüero. ¿Otra casualidad? No me gusta creer en mitos, menos en los que asustan. No quiero creer en nada. Como  el epitafio de Nikos Kazantzakis  “No espero nada, no temo nada, soy libre”.

El catorce de marzo, cuando Sofia y yo regresamos a Montevideo el mundo ha cambiado. Ya nada es normal, la normalidad queda desplazada.

El trece de marzo se identifica el primer caso de coronavirus en Uruguay. No se decreta toque de queda. La cuarentena es voluntaria y los uruguayos se van resignando a no compartir el mate y a quedarse en casa, sumándose al intento colectivo  de disminuir la cadena de contagios. En Bolivia se aplazan las elecciones. Se decreta la cuarentena total, solo a una persona por familia se le permite salir a hacer compras en centros de abastecimiento que atenderán solo hasta mediodía.

Así que aquí estoy casera, mirando el sol ponerse cada día en mayor silencio en el horizonte del Rio de la Plata. Sin darme explicaciones en las redes sociales aparecen amigos que empiezan a enviarme fotos y juegos de mariposas. No sé por qué. Es solo casualidad, pienso, mientras desde el balcón veo y escucho los pájaros. Me parecen excitados, tal vez alegres por el respiro inesperado que les estamos dando. Los teros, celosos de su territorio,  se muestran  soberbios. Cuando pasas a su lado  te dan a entender que tu eres la  intrusa, te gritan desvergonzadamente. Las cotorras verdes ya no huyen al verte cerca. Siguen pastando plácidamente, con la cabeza baja como ovejas. Forman grupos más numerosos de lo acostumbrado y te dan la espalda  acentuando su gesto de indiferencia. Dejando atrás a  Bradbury veo llegar a Hitchcock.

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