Maristella Svampa es socióloga e investigadora del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) en la Universidad de la Plata. Es autora de una docena de libros que han tenido un gran impacto en la discusión en torno a la política regional, los movimientos sociales, y la función del Estado en América Latina. Entre sus más recientes libros se encuentran 15 mitos y realidades sobre la minería transnacional en Argentina (Colectivo Ediciones Herramientas, 2011); Maldesarrollo: la Argentina del extractivismo y del despejo (co-escrito con Enrique Viale, Katz, 2014), y más recientemente Debates Latinoamericanos: Indianismo, Desarrollo, Dependencia, y Populismo (Edhasa, 2016). A lo largo de esta década, el trabajo crítico de Svampa ha sido un enorme esfuerzo de compresión de los actores progresistas de la región, así como de interrogación sobre la configuración geopolítica en su entrecruzamiento entre la forma estatal y el capital transnacional. Su conocida tesis del “consenso de los commodities” ha influido transversalmente en la reflexión latinoamericanista de esta década, expandiendo los modelos analíticos por los cuales entendemos la llamada ‘Marea Rosada’ latinoamericana, esto es, el ciclo de gobiernos progresistas que ascendieron al poder tras la elección de Hugo Chávez en 1999. Asimismo, el análisis de Svampa sobre las nuevas formas del extractivismo (mega-minería, fracking, desforestación, entre otras), constitutivas de los procesos de acumulación en curso, ha contribuido a precisar los pliegues internos en las políticas redistributivas y sus diseños desarrollistas. En la entrevista que sigue, la socióloga retoma varias preguntas centrales a su trabajo a la luz del llamado ‘agotamiento del fin de ciclo progresista’; un momento en el cual parece que atestiguáramos el descenso de los gobiernos progresistas tras la derrota política en Argentina, la sucesión de Nicolás Maduro en Venezuela, y la derrota del referéndum en Bolivia. En esta coyuntura, Svampa sitúa su reflexión política a partir de un horizonte de democracia radical –contra todos los identitarismos asumidos– que traza una experiencia compartida que llama “un bien común de la humanidad” y la potencia de pensar la política de otro modo.
—¿Cómo evalúa el agotamiento del ciclo de los gobiernos progresistas a la luz del contundente triunfo electoral de Mauricio Macri en las pasadas elecciones de la Argentina? ¿Podríamos hablar, efectivamente, de un “fin de ciclo en la región” y ascenso de un nueva derecha regional, a partir de síntomas que también se explicitan en Brasil, Ecuador, o Venezuela?
—Empecemos por lo primero. Desde hace un tiempo vengo hablando de un fin de ciclo en la región, lo cual no incluye solamente a la Argentina. Entre 2000 y 2015, mucha agua ha corrido bajo el puente en América Latina. A lo largo de estos quince años, los diferentes gobiernos progresistas pasaron de ser considerado una nueva izquierda latinoamericana, concitando fuertes expectativas de renovación política, a ser conceptualizados, de un modo más tradicional, en términos de populismos del siglo XXI. En el pasaje de una caracterización a otra, algo importante se perdió, algo que evoca el abandono, la pérdida de la dimensión emancipatoria de la política y la evolución hacia modelos de dominación de corte tradicional, basados en el culto al líder y su identificación con el Estado.
Sobre el ascenso de las derechas. Quisiera alejarme de las lecturas conspirativas, y ello, no porque considere que las derechas no hayan hecho o no hagan nada por erosionar la legitimidad de los gobiernos progresistas. Sabemos que lo hacen. Pero creo que la posibilidad de ascenso de nuevas derechas se debe, en gran parte, a los errores y desmesuras de los gobiernos progresistas, que han venido acentuando las dimensiones menos pluralistas que encierra el dilema populista, visibles en la concentración del poder en el presidente y en la manifiesta intolerancia hacia las disidencias. Por otro lado, la consolidación de una matriz extractivista ha mostrado sus limitaciones, en un contexto de fuerte caída de los precios internacionales de los commodities (algunos lo llaman el fin del superciclo de los commodities). Esto no solo parece haber puesto un límite a las “ventajas comparativas” que alentaron la expansión económica durante casi una década (2003-2013), sino que inserta a los diferentes países en una crisis económica cada vez mayor, que ilustra la incapacidad de estos gobiernos por transformar las matrices productivas y la dependencia y consolidación de un patrón primario-exportador. En este marco, se evidencian también la volatilidad de los logros, a través del aumento de la pobreza y la insatisfacción de los sectores medios.
Si vamos al caso de la Argentina, no hubo un triunfo incontestable de la derecha. Macri ganó por casi dos puntos, y fue el primer sorprendido en los resultados de la primera vuelta, que abrieron paso al ballotage [segunda vuelta electoral]. En realidad, el kirchnerismo fue el artífice de su propia derrota. Hay que tener en cuenta que el kirchnerismo ya hace rato que dejó de ser una expresión de la centro izquierda, aun si se aseguró el cuasimonopolio de este espacio en la última década, y esto sin duda explica parte del agotamiento de una sociedad, frente a la sobreactuación y la binarización de la política que el kirchnerismo alimento hasta la exasperación. Una señal del estado terminal del progresismo peronista fue sin duda el apoyo a la candidatura del multifacético Aníbal Fernández (acusado de ser un aliado del narcotráfico), desestimando las denuncias acerca de su complicidad con la policía y el negocio del narcotráfico en la provincia, como si ello fuera solo parte del “relato” de la oposición [1]. En fin, fueron muchos los factores: corrupción y enriquecimiento de la clase gobernante que alcanza incluso a la familia presidencial y al vicepresidente, capitalismo prebendario (el llamado “capitalismo de amigos”), sostenida inflación desde 2007 y una importante degradación de la situación económica [2].
—¿Cómo lee la llegada de Cambiemos-PRO y del macrismo a la escena política argentina? ¿Estamos ante un reacomodo de ciertas políticas económicas del kirchnerismo, o es simplemente una restauración neo-conservadora? ¿O tal vez una combinación de ambas?
—El nuevo gobierno de Macri presenta rupturas pero también continuidades respecto del gobierno saliente. Voy a enumerar sólo algunas de ellas. Para comenzar, en términos de rupturas, hay que señalar aquellas de tipo ideológico: a partir del 10 de diciembre de 2015, la Argentina dejó de ser gobernada por un régimen identificado con un populismo de alta intensidad, asentado en la concentración del poder, la intolerancia a las disidencias y el hiperliderazgo de Cristina; para pasar a ser gobernada por una derecha aperturista, basada explícitamente en un modelo de “comunidad de negocios”, proempresarial, pero que no desdeña el trabajo territorial y entiende la política como gestión y marketing [3].
No creo sin embargo que esta ruptura ideológica signifique una vuelta sin más al neoliberalismo de los años noventa. No dudo en que esto conducirá a un escenario más desigualador en lo social, pero también esto dependerá de los límites que la sociedad argentina coloque al nuevo gobierno. Los despidos en el ámbito público, la espiral inflacionaria pre y pos-devaluatoria, las medidas proempresariales, el descomunal aumento de las tarifas de servicios y los tímidos anuncios relativos a lo social, muestran un gobierno que tiende a mirar hacia un solo lado y éste no es precisamente el de las grandes mayorías.
Por otro lado, no hay que olvidar que vivimos en una sociedad diferente a la de hace dos décadas, visible en la capacidad de protesta social y el expandido lenguaje de derechos. Todo ello, en principio, hace pensar que habría poco espacio para un tal retroceso. No por casualidad el presidente electo Mauricio Macri parece querer plantarse en un espacio de geometría variable, de oscilación entre, por un lado, un desarrollismo con menos Estado y un reconocimiento de la importancia de lo social, y, por otro lado, un neoliberalismo postnoventista, de tipo aperturista, al estilo del ex presidente chileno Sebastián Piñera. Cómo se dará ese equilibrio o tensión entre uno y otro, cuál de las dos tendencias prevalecerá, todavía es temprano para afirmarlo, pero los dos primeros meses de gestión marcan una tendencia al neoliberalismo desarrollista en clave empresarial.
Por otro lado, habrá continuidad con el kirchnerismo respecto del extractivismo, desde la megaminería (el gobierno ya anunció por decreto la quita de las retenciones a las mineras), impulso al fracking, al acaparamiento de tierras y el agronegocios. Es cierto que la elección de consejeros delegados de empresas para los diferentes ministerios alertó a muchos y, en especial, a las poblaciones afectadas por el extractivismo, lo cual no significa que éstas coman vidrio respecto del pasado reciente. Después de todo, Miguel Galuccio, el CEO de YPF, venía de una multinacional casi más importante que la Shell y el secretario de minería del kirchnerismo, Jorge Mayoral, es socio de empresas proveedoras de la Barrick Gold. De un modo particularmente eficaz, el kirchnerismo supo consolidar una poderosa comunidad de negocios, aunque articulara el lenguaje de las mediaciones políticas y una épica progresista, y contara con el silencio cómplice de tantos intelectuales. En esta línea, el escenario planteado por Macri supone un ajuste social y más extractivismo, con lo cual tendremos muy probablemente nuevas situaciones de represión y de menoscabo de la democracia [4].
—Hay dos libros recientemente publicados, La razón neoliberal: economías barrocas y pragmática popular (Tinta Limón 2015) de Verónica Gago, y su Maldesarrollo: la argentina del extractivismo y el despojo (Katz, 2014) (en colaboración con Enrique Viale), que ponen sobre la mesa los límites del modelo económico de distribución de la renta y la persistencia de un patrón flexible de acumulación y desarrollo. También pienso aquí el trabajo pionero sobre el patrón flexible de acumulación desarrollado en el importante The Other Side of the Popular: Neoliberalism and Subalternity in Latin America (Duke University Press, 2002), del latinoamericanista Gareth Williams. Este modelo económico pareciera consistir de complejos registros que trabajan simultáneamente niveles macro y micro, que disputan la inclusión al consumo y modelos más globales de extractivismo. ¿Cómo pensar la heterogénea composición de la economía actual en la región? ¿Cómo entiende la relación entre consumo y acumulación en los procesos populares de la región en los últimos años de progresismo?
—El tipo de producción que hoy se impone de la mano de la comodificación de la naturaleza [conversión de la naturaleza en mercancía. Commodity en inglés significa mercancía] y de la vida social viene asociado a determinados patrones e imaginarios sociales de consumo. Quiero decir, contribuyen a consolidar un modo de vida, hoy hegemónico, relacionado con determinadas ideas sobre el progreso que permean nuestro lenguaje, nuestras prácticas, nuestra cotidianeidad, acerca de lo que se entiende por calidad de vida, por buena vida y desarrollo social. Ulrich Brandt habla de un “modo de vida imperial”, para referirse a la universalización “de un modo de vida que es imperial hacia la naturaleza y las relaciones sociales y que no tiene ningún sentido democrático, en la medida que no cuestiona ninguna forma de dominación. El modo de vida imperial no se refiere simplemente a un estilo de vida practicado por diferentes ambientes sociales, sino a patrones imperiales de producción, distribución y consumo, a imaginarios culturales y subjetividades fuertemente arraigados en las prácticas cotidianas de las mayorías en los países del norte, pero también, y crecientemente, de las clases altas y medias de los países emergentes del sur”.
En este sentido, los progresismos han sido muy poco innovadores en lo que respecto a los patrones de consumo, porque han alentado el modelo del ciudadano consumidor o una inclusión por el consumo, antes que un modelo de ciudadanía anclada en derechos. Esto no sucedía en los años setenta y comienzos de los ochenta, cuando una parte de la izquierda latinoamericana, pese a que era bastante refractaria a la problemática ambiental, pensaba en términos de “necesidades básicas” y cuestionaba la universalización del modelo de consumo de las sociedades del norte, el cual, de expandirse a los sectores más ricos de las sociedades del sur, no sólo implicaría mayor concentración de privilegios y riqueza, sino que generaría un modelo de desarrollo insostenible. Subrayo esto porque hoy los gobiernos progresistas están lejos de cuestionar el consumo; más aún lo glorifican. Recuerdo que en 2015, Cristina Fernández de Kirchner se vanaglorió de que los argentinos éramos los mayores consumidores de bebidas gaseosas en el mundo [5]. Estamos alejándonos de aquel imaginario que asocia la Coca-Cola con Estados Unidos, país en el cual hay una campaña en contra del consumo de gaseosas, a raíz del aumento de la obesidad. Latinoamérica es un mercado en alza para muchos consumos, que se convierten en símbolos aspiracionales, lo cual aparece avalado por los diferentes gobiernos, que se arrogan luego una retórica antisistémica.
Gran parte de la pregnancia de la noción de desarrollo se debe al hecho de que los patrones de consumo asociados al modelo hegemónico permean al conjunto de la población. Más claro: hoy, la definición de qué es una “vida mejor” aparece asociada a la demanda por la “democratización” del consumo, antes que a la necesidad de llevar a cabo un cambio cultural respecto del consumo y la relación con el medio ambiente, en función de una teoría diferente de las necesidades sociales y del vínculo con la naturaleza. La congruencia entre patrones de producción y de consumo, la generalización en los países del norte, pero también del sur, de un “modo de vida hegemónico”, hace notoriamente más difícil la conexión o articulación social y geopolítica entre las diferentes luchas (sociales y ecológicas, urbanas y rurales, entre otras); y de sus lenguajes emancipatorios.
—En el cruce con la crisis del progresismo epocal vemos un retorno explicitado de lo teológico político. ¿Cómo ve la complejidad que agrega Francisco al mapa latinoamericano actual? Hay algunos que piensan que puede darse la posibilidad de una alianza con cierto franciscanismo como novedad contestaría que inserta el Vaticano en la escena internacional. Esta es la tesis fuerte de Gianni Vattimo, explicitada en el Foro de Emancipación y la Igualdad celebrado en Buenos Aires, donde vaticinó que el Vaticano era una Cuarta Internacional Comunista [6]. ¿Cuáles serían las condiciones o límites de tal alianza?
—Soy bastante escéptica en eso. Sin duda la emergencia de Francisco (un papa peronista), agrega complejidad al escenario latinoamericano actual, pero tengo la impresión de que este rol es sobredimensionado en Europa. Y este sobredimensionamiento tiene menos que ver con la realidad latinoamericana y mucho más con cierto vacío ideológico que uno puede percibir en Europa, más allá de las izquierdas promesantes, como la surgida, por ejemplo, en España. En América Latina, pese a la crisis actual de los progresismos, no existe tal vacío, porque hay un telón de fondo que es otro, constituido por las organizaciones y movimientos sociales, que han contribuido o contribuyen a la emergencia de un nuevo lenguaje de valoración (del territorio, de la Naturaleza) y una nueva gramática política.
Por otro lado, los pueblos latinoamericanos son muy creyentes, pero el catolicismo ha ido perdiendo espacio frente al avance de los pentecostales, cuyo carácter conservador y reaccionario es muy preocupante, y que van ocupando cada vez más lugares políticos (sea como bloque parlamentario, en Brasil, o aliados dentro del MAS en Bolivia o en el marco de las organizaciones indígenas alineadas con el gobierno, como en Ecuador). Francisco es una figura de referencia y su nueva encíclica Laudato Si, va en la línea del cuestionamiento de los extractivismos que hoy alientan los gobiernos, sean de derecha o izquierda y es sin duda una fuente de apoyo para organizaciones socioterritoriales y ambientales. Pero su prédica ecologista tiene poco eco en los gobiernos actuales.
—Bolivia aparece en la coyuntura como uno de los países que parece escapa al agotamiento generalizado del mapa político latinoamericano (más allá de su derrota en el referéndum a otro término presidencial de Morales). Pero, ¿hasta qué punto es el horizonte hegemónico comunitario –avanzado por el propio vicepresidente Álvaro García Linera durante todos estos años queda muy claro en sus intervenciones publicadas en el sitio de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional [7]– sustentable en condiciones de extractivismo o de dominación interna dada al interior de la lógica misma de la hegemonía?
—No hay dudas de que el gobierno de Morales significó una redistribución del poder social, en un país donde históricamente las mayorías indígenas han sido objeto de racismo y de exclusión. También es cierto que la tarea política no fue fácil, pues en los primeros años debió hacer frente a las oligarquías regionales, que amenazaban con la secesión. Sin embargo, esta situación de “empate catastrófico” finalizó hacia 2009, año en el que además se aprobó la nueva constitución plurinacional del Estado y comenzó así una nueva etapa, que marcaría la creciente hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS) y la importancia cada vez mayor del liderazgo de Evo Morales. Política de bonos (planes sociales), distribución de tierras (nueva reforma agraria), crecimiento y estabilidad económica, nacionalización de empresas estratégicas, fueron las insignias del gobierno, acompañado por el avance de la frontera hidrocarburífera y del agronegocios.
Sin embargo, conflictos emblemáticos, como el del TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isidoro Secure), por la construcción de una carretera, sin consulta a las poblaciones originarias, reconfiguraron el tablero político, develando la política real del gobierno, más allá de los discursos eco-comunitarios en defensa de la Pachamama. El ala indigenista y más autonómica del gobierno fue sucumbiendo así al ala estatista, orientada cada vez más hacia un esquema de dominación populista tradicional. La defensa del modelo extractivo estaría a cargo del vicepresidente Álvaro García Linera, quien lanzaría ya en ocasión del TIPNIS la acusación de “ambientalismo colonial”, anatema que mezclaría las agencias de cooperación internacional con las ONG de izquierda y organizaciones indígenas díscolas. “Coyuntura reveladora”, como diría el politólogo Luis Tapia (ex compañero de Linera en el grupo de intelectuales del grupo Comuna), después del TIPNIS, nada sería lo mismo en Bolivia [8]. Lo cierto es que en los últimos años el partido en el gobierno fue avanzando en el reemplazo de las organizaciones indígenas díscolas (marginando a los rebeldes y creando estructuras de poder reconocidas por el Estado); en el estrangulamiento del periodismo crítico, quitándole a éste la pauta oficial, y generando un creciente proceso de autocensura en los medios no oficialistas; en fin, en la amenaza de expulsión a las ONG críticas y de izquierda, para las cuales el gobierno prepara una nueva ley, con fines disciplinadores.
Es en ese preocupante marco de tentativa de cierre de los canales de expresión que el gobierno lanzó la propuesta de “repostulación” del binomio gobernante, el cual acaba de obtener un no (51,56% por el no contra el 48,44 por el sí), en un contexto en el cual la oposición política es débil y fragmentada (más allá de que gobierne varios departamentos o de que el oficialismo haya perdido en el último referéndum autonómico) [9]. Además, la concentración de poder obtura la posibilidad de emergencia de nuevos liderazgos políticos desde abajo. Si hubiese ganado el sí, Evo Morales y García Linera hubiesen tenido la posibilidad de permanecer veinte años consecutivos en el gobierno. Hace sólo diez años, estos mismos dirigentes se hubieran levantado indignadísimos contra cualquier otro político o partido que buscara perpetuarse en el poder y, sin embargo, a la hora actual, pueden sostener sin sonrojarse que solo la permanencia del actual binomio gobernante puede garantizar la continuidad de los cambios realizados, en el marco de un gobierno popular, e impedir el siempre temido retorno de la derecha.
El tema de las re-reelecciones no es nuevo en la coyuntura latinoamericana y ha sido motivo de polarizaciones sociales. En 2013, Cristina Fernández de Kirchner tanteó la posibilidad y se encontró con que la sociedad ponía un límite a sus aspiraciones re-reeleccionarias. Desde Ecuador, Rafael Correa también tuvo que renunciar a la re-reelección, luego de un 2015 atravesado por conflictos que lo cuestionan, tanto por derecha como por izquierdas. En realidad, que yo sepa, los únicos que lograron que se aprobara la reelección indefinida fueron el venezolano Hugo Chávez, en 2009, en su segundo intento; y el sandinista Daniel Ortega, en Nicaragua, quien va en la línea de los gobiernos claramente autoritarios. Los gobiernos citados –más allá de sus diferencias– ilustran un proceso de concentración de poder en el ejecutivo, en el marco de esquemas hiperpresidencialistas y terminan por apostar a una lectura mesiánica de la historia, porque en definitiva consideran que el cambio histórico se debe a las orientaciones del líder o la lideresa, y no al cambio de correlación de fuerzas sociales [10].
En mi opinión, menudo favor le haríamos a las izquierdas latinoamericanas si dejáramos estos temas a la derecha política, pues ni la defensa de las libertades ni la crítica a la concentración del poder tienen copyright ideológico. Además, en línea con lo que sostiene Roberto Gargarella, es casi imposible pensar que la ampliación y promoción de la participación popular y la concentración del poder vayan juntas [11]. Y la reelección va en la clara línea de la concentración del poder. Por último, son precisamente los sectores más vulnerables y las izquierdas las víctimas recurrentes del cierre de espacios políticos y de los procesos de violación de derechos humanos. En suma, volviendo a Bolivia, quizá porque es el país que más expectativas políticas despertó en el continente, es que hoy éste se convierte en un caso testigo que pone a prueba la inteligencia crítica de las izquierdas latinoamericanas.
—En muchos discursos críticos latinoamericanistas (producidos dentro y fuera de América Latina) ha venido surgiendo con mucha fuerza la apuesta ‘comunitaria’ o de lo ‘común’. El “giro comunitario” (‘turn to the commons’) busca acceso “directo a la democracia”, y se posiciona contra la verticalidad institucional del Estado, así como contra la función carismática de los populismos. Pero el discurso de lo común o de lo comunal está también instalado en las retóricas de algunos estados (como el venezolano o Bolivia) [12]. ¿Hasta qué punto puede el comunitarismo (identitario) ser horizonte democrático de emancipación?
—Los conceptos en construcción suelen ser conceptos en disputa. Así, hay una disputa simbólica en torno a los nuevos conceptos horizontes y un peligro de vampirización de los mismos, que pueden ser vaciados de su potencialidad o tergirversados. Es el peligro de la “convergencia perversa”, como advertía ya Evelina Dagnino, al referirse a conceptos como el de “participación democrática”, allá en los años noventa, a partir de su utilización por parte del Banco Mundial y los gobiernos neoliberales. Esto hoy sucede no solo con el concepto de “bienes comunes” sino también con el de buen vivir, instalado en la retórica gubernamentales en países como Ecuador y Bolivia, en menor medida en Venezuela [13]. Asimismo, ambos aparecen en la retórica pro-establishment de ciertos organismos internacionales.
Por encima de las disputas, hay que destacar que la gramática de lo común aparece como un elemento de convergencia entre los países del norte y del sur. Hay que destacar empero los matices: mientras que en los países del norte la gramática de lo común se define en favor de lo público, esto es, en contra de las políticas de ajuste y privatización (el neoliberalismo), contra la expropiación del saber y la nueva economía del conocimiento (el capitalismo cognitivo y sus formas de apropiación) y sólo más recientemente en contra del extractivismo (particularmente, contra la utilización de la fractura hidráulica o fracking), en nuestros países periféricos, lo común se focaliza más bien contra las variadas formas el neoextractivismo desarrollista, lo cual abarca desde procesos de acaparamiento de tierras, la privatización de las semillas y la sobreexplotación del conjunto de los bienes naturales.
Desde una mirada compenetrada con la realidad latinoamericana, el belga François Houtard asocia los bienes comunes con el bien común de la humanidad, por su carácter más general, el cual implica los fundamentos de la vida colectiva de la humanidad sobre el planeta: la relación con la naturaleza, la producción de la vida, la organización colectiva (la política) y la lectura, la evaluación y la expresión de lo real (la cultura). Sin embargo, no se trataría de un patrimonio, sino de un “estado” (bien estar, bien vivir) resultado del conjunto de los parámetros de la vida de los seres humanos, hombres y mujeres, en la tierra [14]. En definitiva, el Bien Común de la Humanidad como horizonte democrático de emancipación alude a la defensa de la vida y de su reproducción, hoy amenazada. Su potencialidad, en el marco de la crisis civilizatoria y ambiental, es muy grande.
—Por último, en Maldesarrollo ha reflexionado en torno al papel de las mujeres en cuanto a resistencias no domesticadas por el poder estatal, sino acentuadas en lógicas de solidaridad y de lo común. Ustedes escriben: “…es necesario subrayar el rol de los feminismos populares en la emergencia de un ethos procomunal, en especial aquellos visiones ligadas a la economía feministas y al ecofeminismo, sustentado en la ética del cuidado y valores como la reciprocidad y la complementariedad” [15]. ¿Piensa que los feminismos y las nuevas luchas por los reaparecen ahora al centro de la agenda frente al agotamiento de los progresismos estatales?
—No sé si estas nuevas luchas aparecerán en el centro de la agenda, con la crisis de los progresismos. No olvidemos que los progresismos han absorbido parte de la energía creativa de numerosos movimientos y organizaciones sociales, a las cuales beneficiaron con algunas medidas o políticas, pero les quitaron autonomía, en el sentido de restarle capacidad para fijar una agenda otra, una agenda política independiente del gobierno.
Por supuesto, hay numerosas luchas territoriales, socioambientales, indígenas, feministas que a través de la persistencia, del empecinamiento por la defensa de la vida y su reproducción, por la búsqueda de vínculos no depredadores con la naturaleza, a partir de una mirada que enfatiza la ecodependencia, que abren también a nuevas ontologías relacionales, que cuestionan las visiones duales y jerárquicas, y se presentan como independientes del mercado y del Estado. Pero el peligro es que, ante el fracaso de los progresismos estatales, y la pérdida de poder de organizaciones y movimientos sociales vinculados orgánicamente a éstos se vaya difundiendo un gran desencanto y que la nueva gramática de la vida, de lo común, basadas en el principio de la complementaridad y de la reciprocidad, sean consideradas irrealistas. Sabemos que es necesario recrear la idea misma de un proyecto de izquierda plural, democrático, emancipatorio, pero no es lo mismo hacerlo ahora que quince años atrás. La experiencia de los gobiernos progresistas ha abierto numerosas heridas, no sólo en los movimientos y organizaciones sociales sino también en el pensamiento crítico latinoamericano.
Gerardo Muñoz es estudiante de doctorado en cultura latinoamericana y pensamiento político en Princeton University. Su tesis investiga la relación entre Estado y las fisuras de la hegemonía en los siglos diecinueve y veinte en América Latina. Es miembro del colectivo académico Infrapolitical Deconstruction.
Notas:
1.Sobre la acusación del nexo de Aníbal Fernández con el narcotráfico, ver Jorge Lanata presentó un informe que vincula a Aníbal Fernández con el narcotráfico.
2. Los principios de “nueva patria contratista” y “capitalismo de amigos” son desarrollados por Svampa en su Maldesarrollo: la argentina del extractivismo y el despejo (Katz, 2014).
3. El ideólogo del “marketing político” en la campa de Mauricio Macri, Jaime Duran Barba ha desarrollado esto en su El arte de ganar: Cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas (Debate, 2011).
4. Maristella Svampa. Estruendos en la mina. Revista Ñ, 22 de febrero, 2016.
5. Diego Valeriano. Consumamos, lo demás no importa nada.
6. Intervención de Gianni Vattimo en el Foro de la Emancipación y la Igualdad, aquí.
7. Ver las publicaciones Geopolítica de la amazonia (2012) y Socialismo comunitario: un horizonte de época (2015). Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia.
8. Luis Tapia. El Leviatán criollo. La Paz: autodeterminación ediciones, 2014.
9. Resultados oficiales del Tribunal Supremo Electoral de Bolivia, aquí.
10. Maristella Svampa. La sociedad excluyente: la Argentina bajo el signo del neoliberalismo. Buenos Aires: Taurus, 2005.
11. Roberto Gargarella. La sala de máquinas de la Constitución: dos siglos de constitucionalismo en América Latina (1810-2010). Buenos Aires: Katz, 2014.
12. Tres contribuciones fundamentales sobre el llamado giro comunitarismo en América Latina son Dispersar el poder: los movimientos sociales como poderes antiestatales (Ediciones desde abajo, 2007) de Raúl Zibechi; Los ritmos del Pachakuti: movilización y levantamiento popular-indígena en Bolivia (Tinta Limón, 2008) de Raquel Gutiérrez Aguilar; y “Se han adueñado del proceso de lucha”. Horizontes comunitario- populares en tensión y la reconstitución de la dominación en la Bolivia del MAS (SOCEE/Autodeterminación, 2015) de Huáscar Salazar Lohman.
13. Sobre el concepto de ‘buen vivir’, ver Plurinacionalidad y Vivir Bien/Buen Vivir: dos conceptos leídos desde Bolivia y Ecuador post-constituyente (Ediciones Abya-Yale, 2015) de Salvador Schavelzon.
14. François Houtart. ‘From common goods to the common good of humanity’. HAOL, No. 26, Otoño, 87-102.
15. Maristella Svampa, Maldesarrollo. 398.