¿Qué tienen en común Málaga, Fragmente, El traje y Marx en Lavapiés?
Detrás de la aventura de fronterad hay muchas razones que empezaron a fraguar en la cafetería de las Naciones Unidas en Nueva York con vistas sobre el East River y el gigantesco anuncio de Pepsi-Cola en la orilla de Queens. Dos de las más poderosas no quedaron explícitas en aquellas conversaciones fundacionales con mi amigo el periodista Antonio Lafuente, como sí la admiración por el New Yorker y el fastidio ante la degradación de la prensa española y el cansancio ante la cultura de la queja, que también nosotros practicábamos con tanta melancolía como fruición.
África, el deseo de dedicar espacio a uno de los grandes agujeros negros de la información internacional, era una de aquellas razones subterráneas. La segunda: publicar el nuevo Manifiesto comunista.
No, no voy a hacer ahora un strip-tease ideológico aquí. Nunca he sido comunista, como nunca he sido nacionalista. Sé bien lo que no soy, y sospecho lo que me gustaría ser: portugués.
No me refiero al Manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels. En fronterad nos gustaría publicar nuevas teorías, manifiestos, tesis de índole política, económica, física, química, electromagnética, filosófica, biológica, pedagógica que repiensen el mundo en que vivimos. Tal vez una nueva teoría unificada de la ciencia, una nueva teoría filosófica que entrelace a Lucrecio y Montaigne en el porvenir, o un nuevo sistema económico que, sin caer en el totalitarismo, en el exterminio, en la muerte del otro por su propio bien, nos permita organizar el mercado, la democracia, la gestión de los recursos escasos, la supervivencia, la vida en otros planetas…
Sé que puede sonar ingenuo. Pero me gustaría convocar aquí a pensadores, politólogos, poetas, economistas, científicos que están pensando en su patatal, su playa, su selva, su torre de marfil, su cabaña, su desierto, su balcón, su acantilado, su faro, su tabucho, su escritorio, su pantalla, y quieran compartir su búsqueda y sus hallazgos…
Lo dice muy bien Rafael Chirbes en la novela Crematorio: “Quién dice que no es hermosa la idea de justicia?, pues claro que sí, Matías, ¿qué palabras se pueden escribir más hermosas que las que salen de esa idea? Sólo que eso no existe. Matías se defendía: ¿Y qué ley biológica dice que la madurez sólo se alcanza cuando uno las entierra, cuando entierra definitivamente esas ideas?, ¿qué hijo de puta nos ha metido esa idea de mierda en la cabeza?”.
En fronterad estamos a punto de lanzar, por iniciativa del filósofo Ignacio Castro, una serie de artículos sobre la inactualidad/actualidad de Marx. Aunque algunos de sus análisis puedan seguir siendo valiosos, me temo que la necesidad que muchos experimentan de volver a él es un síntoma de algunas de nuestras profundas carencias a la hora de pensarnos aquí, en este momento de la historia, después de todo lo que ha ocurrido en el siglo XX y en lo que va del XXI: con toda la desnudez y el ropaje teórico necesario, con toda la carga de exposición a la intemperie, la sinrazón y sus consecuencias.
Málaga es un drama contemporáneo escrito por el suizo Lukas Bärfuss representado en el remozado Teatro del Arte Madrid bajo la dirección de Aitana Galán e interpretado por Ana Wagener, Roberto Enríquez y Críspulo Cabezas. Planteaba de forma especialmente cruda la responsabilidad individual de muchos de nosotros en el estado de descomposición moral en que está sumida España. Ponía un atroz espejo delante de los espectadores para que viéramos que lo peor de la crisis que experimentamos no es de índole económica, sino ética. Y me temo que mientras no empecemos a reconocer eso no hay nada que hacer.
Fragmente, del sueco Lars Norén, se representó en el Teatro de La Abadía por un formidable elenco sueco bajo la dirección de Sofia Jupither. En la hasta hace poco opulenta y socialdemócrata Suecia vemos que la nueva realidad de los trabajadores pobres (working poor), los que a pesar de tener un trabajo no les da para poder vivir dignamente (de los que hablaba hace poco Cristina Vallejo en un lúcido post), también ha alcanzado de lleno al país que parecía un modelo de democracia, responsabilidad política, transparencia, envidiable estado de bienestar. El desgarro que muestra Fragmente es posapocalíptico. Como si la bomba hubiera estallado ya. Una buena parte de la sociedad condenada a vivir extra-muros, a sobrevivir en los márgenes del sistema, igual que en Estados Unidos, y como empieza a ocurrir aquí, donde las diferencias entre ricos y pobres no han dejado de exacerbarse durante la crisis, y donde una gran masa de desheredados camina hacia la invisibilidad. Un nuevo lumpenproletariado.
En su ácida comedia El traje, encarnada por Javier Gutiérrez y Luis Bermejo, su autor y director, Juan Cavestany, utilizaba un incidente en las rabajas de unos grandes almacenes de cuyo nombre no quiero olvidarme para ofrecer un fresco agrio, lleno de humor valleinclanesco pasado por su vitriólica túrmix contemporánea, de cómo vamos sacrificando pedazos de dignidad para aguantar unos metros más en una carrera que porque no tiene sentido no tiene meta, es decir, no puede conducir a la salvación.
Y así llegamos a la mecha que prendió este post tan ingenuo. Hace unas semanas se estrenó en La puerta estrecha, un extravagante local del madrileño barrio de Lavapiés, fronterizo con La Casa Encendida, el espectáculo Marx en Lavapiés. Versión libre de Marx en el Soho, de Howard Zinn, la aparición en Lavapiés está escrita por Benjamín Jiménez de la Hoz y dirigida por Victoria Peinado Vergara, Beatriz Llorente como Marx, Nora Gehrig como su hija y Francisco Valero como Bakunin convocan a un reducido número de espectadores a una taberna del barrio multicultural por antonomasia para debatir los errores cometidos y lo que hay que hacer ahora, ante el estado de las cosas. Se trata de un meritorio esfuerzo cargado de buenas intenciones que naufraga porque no se dedica a debatir a calzón quitado, con todas las consecuencias, los errores, las atrocidades (sigue siendo fácil criticar a los jémeres rojos y a la Unión Soviética, pero no a Cuba ni el nacionalismo, o religiones que no sean la católica), las inadecuaciones del discurso marxista y del anarquista ante la situación general del mundo y de España en particular. El panfleto que el propio Bakunin reparte entre los cómplices bebedores de cerveza es una mezcla de patetismo y seudolirismo que enlaza directamente con algunas de las perplejidades del 15-M y otras formas de protesta, que también salen a relucir aquí. Ni los intérpretes, ni la dirección, ni el texto están a la altura de un debate que debería levantar ampollas y ponernos rojos de ira, de emoción, de vergüenza en un teatro que, como hacen Málaga, Fragmente o El traje, sigue mostrándonos que es un arte capaz de golpearnos el alma y el estómago con un solo movimiento, instalarse en el lugar de la experiencia, hacernos pensar, removernos y revolcarnos. Tenemos que exigirnos mucho más desde el periodismo, el pensamiento, la interpretación, el teatro, la ciencia, la escuela y la universidad… No podemos seguir jugando a la condescendencia con nuestra propia incapacidad y cobardía.
¿Hablamos bastante los periódicos del sufrimiento de la gente?
(La imagen corresponde a una escena de Marx en Lavapiés).