Contra la idea que comienza a generalizarse de que el realismo literario es la forma de representación idónea para la depresión de los tiempos actuales, es necesario recordar que la gran literatura implica a la realidad como un dato más de la fantasía.
El narrador, traductor y crítico Eduardo Lago, residente en Nueva York desde años atrás, ha consumado una nota de prensa que reúne dos tipos de admiración: la primera por la novela reciente de Jonathan Franzen titulada Freedom; la segunda por el marco editorial y mediático que celebra dicha obra.
Vale la pena reflexionar sobre ambas líneas de admiración. Franzen es un escritor superior en lengua inglesa, cuyo programa narrativo se encuadra en la búsqueda de la “gran novela americana”, una saga familiar que mediante una trama precisa expone la vida de generaciones de la misma familia. Su idea es recuperar el modelo clásico de la novela decimonónica: Tolstoi, por ejemplo.
La industria editorial anglosajona, la mayor del mundo, tiene la capacidad de albergar cada año múltiples obras maestras de la literatura. Con apenas unos días de lanzamiento, a Freedom de Franzen se le considera ya a la altura de los mejores libros de Herman Melville, Mark Twain, William Faulkner, Norman Mailer o Philip Roth, entre muchos otros.
En su nota, y sin cuestionar el trasfondo de lo que apunta, Eduardo Lago afirma que antes de que se publicara la novela de Franzen ya había generado grandes expectativas. En otras palabras, detrás de Freedom –y aparte del talento del escritor- estaba la poderosa maquinaria de publicidad y ventas de su editor (Farrar, Straus & Giroux), que implicó la portada consagratoria en la revistaTime desde semanas atrás y, desde luego, la filtración a la prensa acerca de que el presidente Obama solicitó a un librero le apartara un ejemplar de tal novela. Al final la tesis del libro se muestra obvia: la sociedad americana es un cáncer para el planeta.
La narrativa literaria que está obligada a reflejar el paso de la historia es una matriz cultural cuyo poderío ha arraigado en la literatura estadounidense. Es parte del discurso unificador a partir de las diferencias consustancial a la nación de América del Norte. De cuando en cuando llega el escritor y la obra capaces de asumir el reto de retratar de cuerpo entero la evolución histórica de su propia sociedad.
Cada país del mundo tiene sus equivalentes. Ya sea mediante novelas, crónicas o ensayos se consigna para el presente y la posteridad dicho trance. Ninguna literatura tiene las instituciones que la de Estados Unidos para acometer tal reto. Se trata de un compromiso que implica a los creadores, pero también al circuito editorial, la academia, la crítica, los medios de comunicación y el propio público lector, que ansían verse reflejados en su devenir colectivo.
En el mundo hay sociedades homogéneas y sociedades heterogéneas. En las primeras, como el caso de EEUU, la tarea de la novela histórica o nacional –la “gran novela” que explique incluso al ciudadano de a pie la angustia ante los tiempos difíciles- se vuelve un requisito del mercado que debe ser cubierto por obligación de todos los involucrados. En las segundas, como en el caso de México, u otros países latinoamericanos, la tarea de integración cultural se vuelve fragmentaria y parcial. Y lo que allá llega a encarnar en una sola obra, acá lo representan varias.
Freedom ha rebasado el nivel de éxito que tuvo la anterior novela de Franzen, Las correcciones. El prestigio del escritor obedece también a que su mejor amigo, David Foster Wallace, muerto en 2008, defendía un programa experimentalista en su narrativa y contrario al actual restauracionismo decimonónico de Franzen, que opina que aquél es un camino equivocado. El gesto triunfal de Franzen y del conjunto de la industria editorial, del presidente Obama, de Ophra Winfrey –que solicitó una entrevista para su programa televisivo a Franzen y éste se negó-, el furor de los lectores y el pasmo admirativo de Eduardo Lago obedecen al mismo efecto: pánico ante el mundo cambiante.
En el momento en el que el futuro del libro y la lectura se dirimen ante el problema ecológico sobre la provisión de papel, el auge del libro electrónico, los cambios de usos y costumbres de por medio,entre otros asuntos como el surgimiento de nuevas formas narrativas que irrumpen con sus pulsiones multimedia, un orden de cosas tradicional y conservador cierra filas en torno suyo.
El mundo es plural y debe serlo. El realismo literario es sólo un aspecto de la expresión cultural entre muchas otras. Ante la pregunta sobre qué opina acerca del retorno del realismo como discurso hegemónico, Ricardo Piglia responde: el escritor existe para crear problemas. Y siempre quedaremos unos cuantos que nos neguemos a aceptar que sólo existe un mundo inmediato con un orden fácilmente comprensible. Palabras certeras.
http://www.elpais.com/articulo/cultura/novela/era/Obama/elpepicul/20100906elpepicul_1/Tes
http://www.lavanguardia.es/cultura/noticias/20100908/53999217915/el-escritor-existe-para-crear-problemas-luca-blanco-buenos-aires-david-lynch-julio-verne-faulkner-an.html