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Más se perdió en Panamá. El insólito sueño escocés de crear una colonia en Darién

 

Los escoceses nunca han conquistador nada, ¿sabes?

 Ni siquiera una Shetland

 

Probablemente existan citas con mayor enjundia, pero difícilmente más descriptivas. La frase anterior la pronuncia el actor Matt Smith en su papel de Doctor Who en el capítulo (6×08) Let’s kill Hitler. Y quien se la hace pronunciar, por si alguien busca raíces de odio hacia los escoceses, es el guionista (escocés) Steven Moffat, la cabeza pensante detrás de Doctor Who y Sherlock.

 

El origen de la frase es discutible, pero es realmente adecuada. Porque tiene la virtud de ser cierta.

 

La historia de Escocia es la historia de una tierra conquistada. Y el retrato, fundamentalmente cinematográfico, de la historia del país es el de la derrota, ya sea a través de Mel Gibson y Rob Roy o de Diana Gabaldón y Outlander. El reciente referéndum por la independencia de Escocia sirvió para establecer una serie de paralelismos para otras geografías no siempre exactos, cuando lo cierto es que en la propia Escocia, durante la campaña, pocos o ninguno se acordaron de William Wallace. “No necesitamos levantarnos y ser de nuevo una nación, necesitamos registrarnos para votar y creer en nosotros”, explicó alguien tan poco sospechoso de unionismo como Alex Salmond en los días previos a la votación.

 

La realidad histórica es que Escocia es británica porque lo decidió por mayoría su Parlamento en 1707. Otra cosa son las razones por las que lo decidieron. Y la fundamental está en Panamá.

 

Los escoceses nunca han conquistado nada, ni siquiera una de las Shetland. Y es así: el archipiélago pasó a ser escocés en 1470. Por cesión, no por conquista. No obstante, el Reino de Escocia tuvo en un momento vocación expansionista. A finales del siglo XVII, Escocia quiso tener sus propios territorios de ultramar, sus propias colonias. Y así nació el Proyecto Darién, la fallida historia de la colonización escocesa de la rebautizada como bahía de Caledonia, en Panamá.

 

Aunque Escocia ya había participado en la conquista de América a través del expansionismo inglés –la existencia de Nueva Escocia en los territorios de Terranova lo hace evidente–, fueron los propios ingleses los que excluyeron a los escoceses de los derechos de la English Navigation Act firmada en 1651. Pero tras la restauración inglesa como monarquía parlamentaria en la figura de Carlos II se abrió un tiempo nuevo de oportunidades nuevas. Y la expansión colonial era una de ellas, también en Escocia. [Aunque la Revolución Francesa se ha llevado el reconocimiento y la iconografía, conviene recordar lo que es cierto: Sí, los ingleses depusieron a su rey, lo decapitaron y establecieron una república siglo y medio antes que los franceses].

 

En la última década del siglo XVII, Escocia era un país fundamentalmente pobre. Las hambrunas, la falta de recursos e incluso la división política interna en torno al trono (Highlanders y Lowlanders sostenían diferentes visiones políticas: en las tierras bajas existía un mayor apego a Inglaterra; en las inaccesibles tierras altas, el sistema de clanes y la fidelidad al mandato de un rey católico constituían el credo común) hacían del país un territorio difícilmente próspero. Quizá por ello una figura como la de William Paterson fue bien acogida.

 

 

Paterson, banquero y corsario


Paterson, un hombre de negocios ideológicamente promiscuo, se estableció en Escocia en 1695. Llegó repudiado por la corte de Jacobo II de Inglaterra y VI de Escocia. Tras haber fundado, apenas un año antes, el Banco de Inglaterra como primera entidad crediticia del reino, un escándalo financiero vinculado a la emisión de papel moneda fraudulento le llevó a huir de Londres a Edimburgo. Allí promovió la creación del Banco de Escocia y movió los hilos para un nuevo y ambicioso proyecto: la conquista del Istmo de Panamá.

 

En la presentación de su proyecto, Paterson dijo conocer la zona, lo que no era del todo cierto. Durante la década de los años 70 del siglo XVII había residido en Bahamas dedicado a actividades lucrativas y moralmente dudosas. Su principal socio era William Dampier. Capitán de marina mercante y aficionado a la botánica, Dampier era también bucanero y corsario a tiempo parcial. Recorrió América Central –Honduras, Panamá, Ecuador– e hizo negocios en las llamadas Indias Orientales, los archipiélagos del Sur de Asia.

 

William Paterson dijo haberle acompañado en sus viajes, lo que nunca pudo probar. Fuera o no con Dampier por los Mares del Sur, el relato de los viajes le dio una idea brillante: establecer una ruta comercial en Panamá que uniera el Atlántico con el Pacífico. Un territorio tradicionalmente controlado por los españoles, pero sin dueño cierto.

 

Y esa fue la idea que propuso a los empresarios y nobles escoceses: establecer una colonia en la región de Darién que, con el tiempo, se convertiría en próspera por necesaria.  Dicho de otro modo: Paterson propuso a Escocia ser la dueña y creadora de un trasunto del Canal de Panamá.

 

Pero había dos problemas que fueron ignorados: que la tecnología de la época permitía crearlo y que el conocimiento del terreno se limitaba a un mapa. De hecho, Escocia acabó teniendo un canal, pero no en Panamá ni en el siglo XVIII: El Canal de Caledonia, que une Inverness (costa del Mar del Norte) con Fort William (costa atlántica) aprovechando la sucesión de lagos (Dochfour, Ness, Oich y Lochy) se inauguró en 1822, y resultó un fracaso de diseño y operatividad. Y si cubrir un tramo de un centenar de kilómetros en los que más de 60 ya vienen dados por la naturaleza fue un fracaso en la Escocia de la revolución industrial, llevar a cabo un proyecto similar, aunque fuera mucho más rupestre, cien años antes, con recursos preindustriales y en una zona triplemente hostil –el clima, la geografía y los intereses de terceros en la zona fueron los enemigos de la empresa desde su primer minuto– era poco más que un cuento de ciencia-ficción.

 

 

400.000 libras

 

Paterson, en todo caso, promovió la idea durante tres años, en los que recaudó 400.000 libras que se establecieron como capital principal de The Company of Scotland, la empresa que explotaría el llamado Proyecto Darién. Esa cantidad describe tanto la necesidad de inversión como la desesperanza de las finanzas escocesas, aisladas de la riqueza que producían las rutas comerciales. Las 400.000 libras suponían el equivalente a la mitad de la riqueza de la Escocia de 1698.

 

El 17 de julio de aquel año, cinco naves escocesas partían de Letih con destino a Panamá.

 

Con destino a perderlo todo, realmente.

 

Los 1.200 colonos originales arribaron a Darién, rebautizada como Nueva Caledonia, el 2 de noviembre de 1698. Las dificultades empezaron pronto. Primero, por la geografía de la zona: lo que en un mapa parecían unas pocas millas, sobre el terreno era una jungla impenetrable. Además, los indígenas locales mostraban poca colaboración y la llegada de la primavera supuso la llegada de enfermedades desconocidas, y todas ellas mortales. A un ritmo de una decena de muertos por día, pronto los 1.200 colonos se vieron reducidos a un puñado de supervivientes que huyeron de la zona en julio de 1699.

 

El proyecto Darién, en su primera fase, había costado la mitad de la riqueza de Escocia y había fracasado en siete meses.

 

Los colonos escoceses, además, fueron víctimas de la política internacional. España no veía con buenos ojos la iniciativa escocesa, y presionó, junto a Holanda y Francia, a Inglaterra para que negara toda ayuda al proyecto. Y el rey inglés, que también era el escocés, asintió.

 

 

Segunda oleada

 

Pero la tragedia fue todavía mayor. En 1699 las comunicaciones entre Panamá y Escocia eran, como es obvio, imposibles. Y nada impidió que una segunda oleada de colonos, esta vez mil, viajara al infierno abandonado de Darién. Las dificultades se vieron aumentadas, además, por el asedio de los españoles, que desde Cartagena de Indias dirigieron una ofensiva contra la colonia para impedir su éxito. Pura lógica económico-militar, desde el punto de vista español: buscaban la protección de sus rutas comerciales.

 

Mientras eso sucedía en Panamá, ya en 1700, Paterson publicaba en Glasgow un escrito en el que resumía las impresiones de los colonos de Darién, a fin de aumentar la inversión: “La riqueza, fecundidad, clima y buena situación de la tierra son mucho mejores de lo que llegamos a esperar. Parece como si Dios Todopoderoso hubiera reservado todo esto para la presente ocasión, preparando favorablemente nuestro camino (…). Encontramos que la región era muy sana (…) muchos habían llegado enfermos, todos se han restablecido. No hemos tenido ninguna de las peligrosas enfermedades tan frecuentes en otras islas americanas (…). No hay ningún pedazo de tierras que no pueda ser cultivado”.

 

Todo ello a pesar de que el propio Paterson participó en el primer viaje a Panamá, donde murieron su mujer y uno de sus hijos.

 

Casi en paralelo, los colonos escoceses que sobrevivieron en Darién –apenas 300 de los más de 2.000 que iniciaron el viaje– capitulaban en la guerra imprevista ante los españoles. Las conversaciones para la rendición se llevaron a cabo en latín, la única lengua en la que las dos partes se entendían.

 

 

Guerra de Actas


A principios de 1701, una treintena de escoceses llegaron al puerto de Edimburgo procedentes de la ya abandonada colonia de Darién. Era todo lo que quedaba de las expediciones, menos el reducido grupo de supervivientes que optó por establecerse en Jamaica. Su llegada certificaba la tragedia: en poco más de treinta meses, Escocia, pobre de por sí, se había arruinado.

 

Tras el fracaso en Darién, Escocia amaneció al siglo XVIII prácticamente en bancarrota y en guerra diplomática con Inglaterra. En el mismo 1701 que certificó el fracaso del proyecto Darién, el Parlamento inglés aprobó el Acta de Establecimiento, que aseguraba la sucesión en el trono inglés –y por ende, el escocés– en la rama Estuardo vinculada a los Hannover; esto es, en la rama protestante de la antigua casa real escocesa. El Parlamento escocés respondió dos años más tarde, con el Acta de Seguridad, aprobada finalmente en 1704, que aceptaba la presencia en Escocia de un monarca protestante, pero no necesariamente de la casa de Hannover, lo que abría la puerta al trono al protestante de cuna Jacobo Estuardo. Y para que Westminster aceptara, Escocia amenazó con retirar las tropas que combatían en España bajo las órdenes del Duque de Malborough por la causa austricista, defendida por los Hannover. La respuesta de Londres fue la Ley Extranjera de 1705, que consideraba a los escoceses en Inglaterra como extranjeros y gravaba el comercio de carbón, que representaba la mitad de la economía de una Escocia que, tras el fracaso de Darién, vivía entre el hambre y la quiebra.

 

Y así, sin posibilidad de obtener ingresos coloniales, con la mitad de su riqueza hundida en el istmo de Panamá y con nuevas tasas sobre el carbón, y también la ganadería y el lino, cuando se planteó el Acta de Unión, en 1707, el Parlamento escocés la aprobó por 110 votos a favor y 67 en contra.

 

El peso que tuvo Darién en la disolución del Parlamento escocés se hace evidente en el punto 15 de la Union Act. La unión se compensaba con 398.000 libras para paliar la deuda pública. Huelga decir que la mayor parte de los parlamentarios que votaron por la Unión habían participado en la inversión perdida de Darién.

 

Los escoceses perdieron su gobierno, pero recuperaron la inversión. Y tal vez hallaran consuelo en que pudo ser peor.

 

Porque más se perdió en Panamá.

 

 

Paterson y su fracaso germinal

 

Escocia no repudió a William Paterson, aunque pudiera parecer lo consecuente. Completamente arruinado tras invertir su capital en el Proyecto Darién, retornó a Londres. De vuelta a la capital inglesa, fue uno de los instigadores –lobbystas, diríamos hoy– del unionismo. El Parlamento escocés, en uno de sus últimos gestos de gobierno, emitió un pronunciamiento pidiendo a la reina Ana que le tomase en consideración por su “sufrimiento”. En el nuevo Parlamento británico, la causa de su compensación fue defendida por los representantes de los Dumfries burghs (un distrito electoral extinto, reemplazado en la actualidad por los distritos de Dumfrieshire y Galloway, y que estaba compuesto por cinco municipios: Dumfries, Annan, Lochmaben, Sanquhar y Kirkcudbright), que le concedieron un asiento que nunca llegó a ocupar. En 1715, Westminster finalmente le concedió algo más de 18.000 libras, de las que vivió hasta su muerte, en 1719.

 

Pero antes, mucho antes, Paterson quiso enmendar su error en Darién. En enero de 1701, el mismo año en el que el proyecto se hundió, publicó el trabajo Una propuesta para establecer una Colonia en Darién para proteger a los Indios de España, y para abrir el comercio en Sudamérica a todas las Naciones, que fue ignorado. Paterson murió convencido de que la colonización de Panamá fracasó por las presiones políticas, económicas y militares de los reinos europeos, particularmente de España. Por ello propuso al rey Guillermo un nuevo Darién bajo un concepto –un nuevo orden mundial, realmente– entonces revolucionario: el libre comercio.

 

Setenta y cinco años después, su idea germinó en la mente del escocés Adam Smith, que en 1776 publicó La riqueza de las naciones.

 

 

 

 

Para saber más: The Penguin illustrated history of Britain and Ireland from earliest times to the present day. VV.AA. Penguin Books (2004).

 

 

 

Javi Dale es periodista a la espera de otras orillas. “Casé palabras para contar cosas en varios medios, pero sobre todo hice porque otros las contaran. Dueño de varias opiniones minoritarias y de algunas obsesiones. Y lector de periódicos, en tinta o pixel”. Escribe el blog Negro sobre blanco sobre pixel. En Twitter: @Javier_Dale 

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