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Mientras tantoMáscaras: el juego inocente

Máscaras: el juego inocente


 

No hay juegos inocentes. No hay días que no dejen su marca, su minúscula erosión, su daño aparentemente invisible. Y pese a todo jugamos, jugamos de niños, jugamos de adulto. Necesitamos jugar. Jugar para volver ser niños, jugar para aprender a ser adultos. Jugamos con muchas cosas, de muchas maneras. A veces jugamos con máscaras. Y a veces las máscaras que nos ponemos jugando tapan las mascaras que llevamos sin querer. Por obligación. Porque la vida nos las ha ido poniendo. Todos estamos tan acostumbrados a llevar las máscaras diarias, las del trabajo, las de la vida social, las de la vida familiar, que no nos damos cuenta. Y la máscara se pega a la piel y se convierte en otra piel. Hasta que un día, de cualquier manera, vuelve el juego, vuelve la verdad, vuelve el rostro que tenemos debajo.

Los niños empiezan, ellos lo hacen instintivamente. Los adultos los miran y se ríen. Pero caen en el juego, caen en el engaño feliz de la imaginación. A veces el juego es una manera de liberarse de lo que no somos; y metidos en el juego como el que se mete en la selva, descansar por un rato de ser lo que nos obligan a ser, para sencillamente no ser nada, no ser nadie, solo ser alguien con una máscara. Alguien que juega.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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