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Mientras tantoMatar a Faulkner

Matar a Faulkner

El señor Alpeck va a la ópera   el blog de Andrés Ibáñez

Tan sólo unas pocas líneas esta vez para manifestar, de forma breve y concisa, que considero de la mayor importancia matar de una vez a Faulkner.

 

Faulkner siempre ha sido uno de mis autores favoritos, y jamás olvidaré el impacto que me produjeron sus novelas cuando tenía diecisiete o dieciocho años. Era aquella una época de descubrimientos. Joyce, Broch, Proust, Musil, Lezama, Cortázar, Borges, Nabokov. Fue sobre todo Borges y Nabokov para mí, pero Faulkner también era una de mis bestias sagradas.

 

Sin embargo, el influjo de Faulkner ha sido nefasto en nuestras letras. No puede decirse que haya sido tan pernicioso en las letras hispanoamericanas. Obras tan profundamente distintas como las de García Márquez, Vargas Llosa, Onetti, Juan Rulfo, han respondido cada una a su manera al peculiar embrujo de Faulkner. Cada uno de estos autores aprendió algo distinto del gran maestro americano, y la prueba está en que sus obras no se parecen en nada entre sí. ¿Sería posible imaginar dos novelistas más distintos que García Márquez y Onetti, por ejemplo? Sin embargo, el influjo de Faulkner es en ambos indudable.

 

Pero aquello ya estuvo, como dicen en Puerto Rico. La vida sigue. La vida no se termina en Faulkner. Ya, ya sé que están ustedes pensando en Juan Benet. Pero Juan Benet, lamento decirlo, no puede ni compararse con los autores citados. Una relectura de esas novelas de Benet que antes yo estaba convencido de que me gustaban, me ha dejado francamente perplejo. ¿Esto es escribir bien? Yo no lo creo.

 

Faulkner era un milagro en las letras americanas, llenas de experiencia, de amplitud de espacio y de polvo de los caminos. En nuestras letras, con su sólida y antipática tradición de prosa moralista y conceptuosa, la influencia de Faulkner ha sido desastrosa porque lo que aquí se ha imitado es un estilo, no una experiencia vital. Y lo último que necesitaba la prosa novelística española era más barroco, más exceso verbal, más «fermosa cobertura» de palabras para enmascarar nuestra congénita dificultad de mirar.

 

La compra reciente de varias novelas españolas saludadas por la crítica como obras maestras me demuestra (si es que hiciera falta demostración) que el caso Faulkner todavía no ha sido resuelto, y que el maligno influjo faulkneriano sigue siendo la explicación y la excusa perfecta para perpetrar todo tipo de coñazos y de tostones.

 

La literatura no se divide en una literatura comercial y muy mala que todo el mundo lee y otra muy exquisita y «literaria» que a nadie le interesa. Esa literatura tan buena que nadie quiere leer porque es «difícil» y «exigente» con el lector, en realidad no es buena en absoluto. Es mala, tediosa, aburrida, insoportable.

 

Considero que Carlos Ruiz Zafón es un escritor muy malo. Sus libros no me gustan nada. Pero me gustan mucho más que esos tostones horrorosos que ciertos críticos siguen caracterizando como la «verdadera» literatura.

 

 

 

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