Pálido va de paseo a una exposición de grabados de Durero, en la Biblioteca Nacional, y se detiene ante el carro triunfal de Maximiliano, un emperador del siglo XVI. En él se enumeran sus virtudes, las virtudes del buen gobernate. Pálido las va traduciendo del latín. Están en las ruedas, en las riendas, y alrededor del carro: «Justicia, verdad, templanza, equidad, liberalidad, honestidad, gravedad, magnificiencia, dignidad…».
«Ni una», se dice Pálido, «es que ni una».
Sale de la Biblioteca y vuelve a entrar en la ciudad.