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Mayéutica 2.0 (1): Agamben, los refugiados y una Europa «más allá de los derechos del hombre»


Llevaba un tiempo trabajando en este artículo cuando, antes de publicarlo, han estallado dos nuevas crisis que afectan al pueblo palestino y al marroquí. La enésima para cada uno de ellos que no será, desgraciadamente, la última. Releyendo el texto en estos momentos resulta complicado no caer en la tentación de reescribirlo completamente o directamente tirarlo a la basura: ¿sirve de algo la especulación ante la dureza de la vida real? ¿aporta algo la reflexión teórica ante el dolor palpable de miles de personas? Es difícil mantener la cabeza lúcida cuando el terrorismo de Estado continúa oprimiendo y asesinando a poblaciones civiles; cuando determinados gobiernos utilizan para su propia conveniencia a sus  ciudadanos y dejan que incluso niños se lancen al mar; o cuando un continente donde nos jactamos de hacer uso de la razón y velar por la dignidad del ser humano sigue haciendo caso omiso del destino fatal de miles de personas que mueren delante de sus costas. He sido el primero que en diferentes ocasiones, ante estas cuestiones, se ha pronunciado sobre la complejidad de estos problemas y defendido la necesidad de intentar entender todas sus aristas. Pero el sufrimiento humano, el concreto, el individual, el que destroza una existencia y la de los que lo rodean, está muy lejos de ser una entelequia ininteligible. Sea cual sea nuestra ideología deberíamos estar al lado de los que sufren (vengan de donde vengan, vaya donde vayan, sean quien sean) que, por otra parte, suelen ser siempre los mismos: los pobres, los indefensos, los parias… los «condenados de la tierra», como los llamaría Frantz Fanon. Que me disculpen hoy ellos si este texto cae fuera de lugar, si la lengua o la filosofía no les sirve en estos momentos, o si consideran que  una persona como yo, ante un problema como este, solo puede generar palabras huecas. En cualquier caso, publico esta entrada con ellos en la cabeza y teniendo la esperanza de que, por mucho que me lo niegue, repensar el mundo, seguir formulándonos preguntas y hacérselas a grandes pensadores, como esta vez a Giorgio Agamben, no es una tarea vana.

Grupos de personas en los alrededores de la valla fronteriza de Ceuta (lado marroquí). Fuente: Rubén García (18 de mayo, 2021)

Europa «más allá de los derechos del hombre»

El filósofo italiano Giorgio Agamben (Roma, 1942) en «Más allá de los derechos del hombre» (un texto que forma parte del libro «MEDIOS SIN FIN. Notas sobre la política», Pre-textos, 2010),  propone una visión nueva para Europa, con el telón de fondo de la situación de los refugiados y los problemas derivados de las grandes migraciones. Pero entender su propuesta requiere de un difícil, por no decir casi imposible, juego de abstracción. Porque la complicación radica en la incapacidad para imaginar un estado de las cosas diferente al que conocemos y hemos habitado hasta ahora mismo. En este caso, la configuración de los estados y los derechos de sus ciudadanos. De este modo, se establece una de esas tesituras en las que resulta más fácil entender el problema, escrutar sus raíces y deconstruirlo que mirar hacia el horizonte más o menos lejano de una solución que requerirá de un cambio de estructuras mentales: se trataría pues de perder ciertos dogmas para crear una nueva fe. Dicho esto, intentemos hacer el esfuerzo de comprender a Agamben.

El filósofo italiano parte de la base de que existe una crisis del Estado-Nación (íntimamente relacionado con una crisis de legitimidad el poder) en la que los refugiados vienen a ser proyectiles que atacan su mismísima línea de flotación. Porque, como dice el autor, su figura «quebranta la vieja trinidad Estado-nación-territorio» Y en este punto, Agamben cree que no solo no deberíamos dejar relegados a los refugiados a la periferia del debate político, sino que deberíamos, todo lo contrario, convertirlos en «figura central de nuestra historia política». Los refugiados han encarnado en ese devenir histórico al hombre sagrado, entendiendo como tal (y en consonancia con el pensamiento romano) a aquel consagrado a la muerte. Y para cambiar esto, se hace necesario redefinir su significación, considerándolo como lo que realmente es: «un concepto-límite que pone en crisis radical del Estado-nación», pero sobre todo, una herramienta que despeje el terreno «para dar paso a una renovación categorial que ya no admite demoras».

El salto cualitativo que propone Agamben es tan extraordinario como arriesgado, porque implicaría reconsiderar lo que nuestra sociedad occidental había considerado hasta ahora casi como palabra creada por Dios: los Derechos del Hombre. Porque estos derechos funden el concepto de hombre con el de ciudadano y el de nacimiento con el de nación, de manera que, como también refería Arendt, emergen de una ambigüedad irresoluble fuera del Estado-Nación: es imposible ser apátrida. Pero Agamben no pide a los Estados-naciones que hagan un esfuerzo para acomodar a los refugiados en su seno, sino que mucho más allá, les exige que tengan que el coraje de repensarse y poner «en tela de juicio el propio principio de inscripción del nacimiento y la trinidad Estado-nación-territorio en que se funda».  Y el mismo autor se atreve a sugerir una dirección posible para ir más allá de la Europa de las naciones, de la que predice un futuro catastrófico a corto plazo.

Agamben propone que el mismo espacio europeo se convierta en aterritorial en el sentido de albergar a refugiados, a personas cuyo estatus sería el de estar-en-éxodo. Una vez más, no solo habla de eliminar los refugiados, sino imprimir ese estatus en toda la población europea, sin que el lugar de nacimiento implique la adscripción a un estamento estatal y nacional con la potestad de velar por los derechos del hombre y del ciudadano. En la cabeza de Agamben está la idea de que la supervivencia de dichos ciudadanos ya «solo es pensable hoy en una tierra donde los espacios de los Estados hayan sido perforados y topológicamente deformados de aquella manera y en el que el ciudadano haya sabido reconocer al refugiado que él mismo es». Esos espacios no coincidirían con territorios nacionales homogéneos, ni con su suma topográfica y así, Europa estaría formada por comunidades políticas que compartirían una misma región y que estarían en situación de mutuo éxodo, compartiendo extraterritorialidades alejadas del ius del ciudadano e inscritas en el refugium individual.

Jóvenes intentando acceder a Ceuta desde territorio marroquí. Fuente: Rubén García (19 de mayo, 2021)

Una vez se ha intentado reflexionar sobre la  propuesta de Agamben, surgen, sin embargo, como de la confusión de un fogonazo de luz, más dudas que certezas. ¿Ese estatus de refugiado sería posible para cualquier persona de cualquier parte del mundo? ¿Cómo se traduciría esa propuesta a efectos prácticos, por ejemplo, a la hora del derecho a voto? ¿O a la hora de aspirar a coberturas de tipo sanitario, social o administrativo? ¿Cómo sería el sistema de gobierno de esos espacios? ¿Podrían convivir en el mismo ámbito monarquías y repúblicas, democracias y estados con tendencia totalitaria? ¿Cómo se garantizaría mediante políticas gubernamentales la promoción lingüística y cultural de una determinada comunidad política? Por otro lado, ¿no está proponiendo Agamben algo que ya podría ser ofrecido por la propia Unión Europea entendida como entidad supranacional por encima de los Estados-naciones que la componen? ¿No podría avanzarse en la idea de Agamben dando más poderes a esta entidad y desde esa posición horadar topográficamente los territorios con una suerte de islas europeas donde haya representación efectiva, eficaz e independiente? ¿Por qué no imaginar la destrucción de la trinidad Estado-nación-territorio no ya desde el propio individuo sino de una colectividad mayor que mine sus capacidades para ir absorbiéndolas con una creciente capacidad de decisión?

Si es cierto que las preguntas son muchas, también he de admitir, llegado a este punto y enlazando con el inicio del texto, que las ideas de Agamben resultan tan atractivas y estimulantes como, por momentos, asimilables en el momento actual para mis mecanismos de pensamiento. Resulta difícil resetear lo que ya ha sido programado e inculcado, pero sobre todo, asimilado como verdades absolutas. En cualquier caso, imaginar otros mundos posibles nunca fue una tarea sencilla.

 

 

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