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Mientras tanto‘Medea/Médée’ en Mérida o cómo el lugar condiciona la percepción

‘Medea/Médée’ en Mérida o cómo el lugar condiciona la percepción


Cartel de Medea/Médée de Cherubini de la 70 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida 2024
Cartel de Medea/Médée de Cherubini de la 70 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida 2024

Medea de Cherubini es un must para los grandes teatros de ópera en el momento actual. El interés es musical, sin duda. Pero también puede ser porque el público ama las tragedias griegas y porque habla de algo tan actual como es la violencia vicaria. Es decir, la muerte de los niños a manos de sus progenitores, en la sociedad actual a manos del padre. Aunque la historia que se cuenta desde tiempos inmemoriales es que la que comete el crimen de matar a los hijos para vengarse de la pareja es la madre.

Y es que esta historia va de que Jasón, un guerrero humano, rechaza a Medea, una semidiosa, con la que se casó y ha tenido dos hijos. El rechazo se debe a que Jasón se ha enamorado de Dirce, una princesa. Lo que Medea vive como una doble traición. Porque ya no es querida y porque fue gracias a que ella traicionó a los suyos que Jasón pudo conseguir el vellocino de oro. La consecuencia es que ella se quedó sin patria y, con el nuevo casamiento de Jasón, sin lugar al que volver.

Pues bien, la producción que ocupa esta crítica se vio a principio de temporada en el Teatro Real y ahora inaugura el Festival de Mérida. Se hace con el mismo director de escena, Paco Azorín, que ha tenido que modificar la producción. El espacio, la maquinaria y los equipos del Teatro Real no son los del Teatro Romano de Mérida. Este último más dedicado a los espectáculos teatrales que a los líricos y un monumento que debe ser preservado, por lo que también falta el fuego final con el que acababa la función en el Real.

¿Qué se ha perdido en esa traslación? Una dirección muy medida haciendo hincapié en la violencia vicaria. Algo que molestó a la platea teatrorealense. Y que, en Mérida, tal vez por dicha reacción, ha quedado reducida a los datos de la OMS sobre el número de niños al año que mueren a manos de sus padres. Una proyección que aparece brevemente, como un comentario, durante la obertura de un acto. Casi una nota a pie de página, que, por los comentarios que el crítico/cronista oía a su alrededor en el intermedio, ni llamó la atención.

También se ha perdido la movilidad del espacio escénico. Ahora convertido en un paralelepípedo apoyado directamente sobre el escenario de paredes y techo y suelo blanco. Este último manchado de sangre en sus dos extremos. Una estructura que en el tercio de la izquierda sigue teniendo las escaleras metálicas de estilo industrial que había en el montaje del Teatro Real.

Escaleras que son practicadas para subir y bajar al techo del paralelepípedo. Incluso más arriba. Algo que se hace de forma cansina. Y por donde se cuelgan y saltan los tres saltimbanquis o equilibristas del montaje anterior y del actual. Una especie de miedos o amenazas que hacen sus saltos y volantines entre los personajes y asustan al pueblo.

La impresión que produce esta escenografía es la de siempre. Desde la platea se entiende mal que oculte o se sobreponga de alguna manera a la imponente arquitectura romana. Esta vez no es distinto. Algo que daba cierta espectacularidad en el montaje inicial.

A lo que algunas personas responderán que gracias a esta estructura se garantiza que Angeles Blancas, la cantante que interpreta Medea, pueda subir a lo alto e imponerse a todos de una forma que impresiona ¿y qué? Una cantante que según los profesionales de la ópera destaca por sus capacidades actorales puede mostrar su poderío sin arriesgarse a subir tan alto en esa estructura.

Igual que se dice una cosa hay que decir otra. Cuando Noah Stewart, que hace de Jasón, canta hacia al final un aria tras los paneles blancos iluminados, adquiriendo él y el teatro un aspecto fantasmagórico, hace pensar ¡qué interesante haberlo hecho de esa manera!

Por otro lado, al cambiar a María Agresta por Angeles Blancas, también se pierde el homenaje que el Teatro Real quiso hacer a María Callas con esta ópera. La segunda poco o nada se parece a la Callas. Además de que se la maquilla como salida de una película de Mad Max, lo que no ayuda.

Eso también hace que se entienda peor ese espíritu bailarín que le acompaña, porque no se parece a Blancas. Lo que hace difícil la identificación entre ambas. Cuando se supone que es también ella matando en sueños o en realidad a hijos y marido y todo lo que se menee y vaya en contra de sus deseos.

Pérdidas que parecen similares al escuchar la música. Donde la percusión y el viento, quizás por estar al aire libre, suenan de una manera peculiar y llaman excesivamente la atención con respecto a otros elementos de la orquesta cada vez que suenan. Una orquesta, la de Extremadura, que bajo la dirección de Andrés Salado cumple su papel y hace sonar esta ópera como una más, sin el descoloque que se producía en el Teatro Real.

Claro que también hay cosas que se ganan. Se gana a Nancy Fabiola, bien en su Dircé, tanto como para poder haber estado en el primer reparto del Teatro Real o de cualquier otro que monte esta ópera. Lo que se dice sin desmerecer a Sara Blanch que lo hizo en el Real.

También gusta que el coro se ponga en los pasillos de las butacas a cantar en un momento de la función, que eso no estaba en la producción original. Por cierto, un coro el Coro de Cámara de Extremadura que está muy bien y que sigue la estela del Coro del Teatro Real yendo más allá de la mera interpretación musical. Pues su participación es muy importante a la hora de componer imágenes significativas. Como esa del inicio cuando todas las componentes van a recoger el ramo y se quedan como una foto congelada.

Quizás, haciendo sumas y restas, entre ganancias y pérdidas, desde el punto de vista crítico, la cuenta no sale. Sin embargo, haciendo la cuenta en términos locales, el resultado puede ser otro.

El de que, sin perder la esencia de lo que se programa en este festival, se haga una ópera importante y de moda. Con suficiente calidad. Y con uno de los directores de escena y escenógrafos más demandados en la actualidad en España y también fuera.

Añadiendo un reparto de voces que si no son las estrellas más rutilantes del firmamento de la ópera, son habituales en los grandes cosos operísticos y en grandes producciones. Como lo sería esta.

En la que, como se ha dicho, se ha diluido de forma importante la intención de poner encima de la mesa la violencia vicaria, contra la infancia, que se ejerce fundamentalmente en el ámbito familiar. Para dejarlo en contar una historia e ilustrarla.

El público, que no parece el habitual de la ópera, más que nada por sus comportamientos durante la función, lo agradeció mucho. No es para menos. Lo que es habitual en algunas grandes capitales, no lo es tanto en otras partes y gusta que llegue al menos con mínimo de calidad.

Por tanto, es normal que celebren el poder ver una ópera hecha con las intenciones, ambiciones y los equipos con los que se hace en los grandes cosos operísticos en la actualidad. Por su reacción se puede pensar que esperan que haya más. Y que alguna de esas sea como la recordada y mítica Salomé de Strauss que interpretó en este mismo festival Montserrat Caballé, de la que todavía se sigue hablando, pues se ha convertido en un mito operístico, al menos en España.

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