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Medellín con niebla

Desde mi ventana en una planta 17 de Medellín veo, en estos momentos, la colina verde envuelta en niebla, algunos edificios que se intuyen a través de la lluvia fina, la jungla urbana del barrio El Poblado. Cuando miro a Medellín, mi cabeza construye una imagen con retazos de San José, La Paz, Kampala y Sarajevo. El valle enorme, las montañas que lo protegen o lo condenan -según las circunstancias históricas-, la vegetación, los rascacielos como si fueran manojos de espárragos. Por la noche busco el perfil del gigante Illimani a las afueras de La Paz y ayer, en el metro que sigue el curso del río, esperaba encontrar la Biblioteca o el Holiday Inn de Sarajevo. Por la calle Carabobo pensé en el autobús que me llevaba al diario La Nación en las mañanas de San José, con los vendedores ambulantes de aguacates y por la mismita noche, cuando no encuentro el Illimani, estoy en Kampala. Ciudades que he querido mucho, digamos, y que ahora son Medellín.

 

El miércoles, recién llegados a Bogotá, nos desayunamos con la muerte del jefe militar de las FARC, el Mono Jojoy, en un ataque del ejército colombiano. Desde entonces, muchas opiniones al respecto, en la radio, en el taxi, en la calle, lo celebran. Celebran la muerte. «Un homenaje a la muerte en un país de muerte», dice un exdirigente comunista colombiano en un documental que vimos a medianoche sobre Tirofijo, fundador de las FARC. El amigo Camilo se desmarca y zanja el asunto con un: ¿Pues qué es eso? Yo busco mi opinión, pero no la encuentro. Quizás tengo una y me da miedo. No sé.

 

Hacía siete años que no bajaba del Ecuador por estas tierras y me ha dado por decir «pinches gringos» cada vez que me cruzo con un rubio y responder con un «ajá» a toda pregunta. Digo «plata» y no «dinero». Debe ser el efecto del chocolate con queso fundido -eso lo descubrí más tarde- que tomé a un paso del Congreso o la visión de un hombre pintando un retrato de Bolívar en su taller de una callecita de La Candelaria. Es una edad dorada para los retratos de Bolívar, supongo que por el Bicentenario de la Independencia o por la obsesión de Chávez. Vivo latinoamericanizado.

 

En el restaurante Trifásico de Medellín -tres tipos de carne en un mismo plato- hablamos sobre la seguridad, la época en la que Pablo Escobar puso precio a cada policía muerto, el narco, etc. Venimos de jugar un partido en El Templo del Fútbol y de tomar unas cervezas. Llueve fuerte sobre Envigado, la ciudad-barrio adosada a Medellín, la más rica del país, donde el narco ha prohibido la pobreza y los pobres.

 

Esta noche buscaremos nuestro camino al mar, a los peces de colores y a los peces a la brasa en la orilla.

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