En el campo de refugiados de Kawargosk, en el norte de Irak, el doctor Muhammed Selim hace un alto en su apretada agenda de consultas para reflexionar sobre cómo ha llegado hasta el lugar en el que se encuentra hoy. Refugiados sirios, en su mayoría madres e hijos, esperan su turno fuera de la consulta para ver a un médico que comprende bien su situación. Muhammed experimentó en primera persona los ataques a centros médicos y a su personal y permaneció en Siria para tratar a los heridos hasta que la situación se volvió, según su propia estimación, “demasiado peligrosa”. En ese momento, Muhammed se vio obligado a realizar el mismo viaje que los pacientes a los que ahora atiende. Ahora el doctor Selim es un refugiado que trata a compañeros refugiados.
Muhammed no es el único. De hecho, Médicos Sin Fronteras (MSF) depende de profesionales experimentados que han cruzado desde Siria como refugiados en sus centros de salud en los campos de Kawargosk y Darashakran en el norte de Irak. Nueve médicos y quince enfermeras sirias trabajan en los dos campos donde centenares de pacientes se benefician del trabajo de estos profesionales sanitarios decididos a seguir trabajando, incluso después de haber sido desplazados.
Esta es la historia de tres refugiados sirios que trabajan atendiendo a conciudadanos en campos de refugiados de Irak. Son profesionales que trataron de cumplir sus obligaciones como sanitarios en Siria hasta que les fue imposible continuar y que hoy siguen asistiendo a sus compañeros refugiados. Se vieron obligados a huir y a dejar atrás gran parte de sus vidas y de sus pertenencias; sin embargo, no abandonaron su misión médica.
Actualmente más de 225.000 refugiados sirios se encuentra en Irak, la inmensa mayoría en la región autónoma del Kurdistán. En la provincia de Erbil, que alberga a unas 90.000 personas, MSF puso en marcha proyectos para la facilitar atención médica primaria y servicios de salud mental en los campos de Kawargosk y Darashakran donde se han llevado a cabo más de 50.000 consultas. Sin embargo, las necesidades en la región no dejan de crecer con la llegada de personas desplazadas desde otras partes de Irak a raíz de la reciente escalada de violencia.
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Muhammed Selim, 41 años, campo de Kawargosk
Muhammed, cirujano de Qamishli, llevaba trabajando en el distrito de Al-Safirah (provincia de Alepo) desde 2006. Trabajaba en un hospital gubernamental por la mañana y en su clínica privada por las tardes. “Antes de 2011 llevaba una vida feliz y me gustaba mi trabajo, aunque era un trabajo duro. Cuando terminaba disfrutaba visitando a mis amigos de Alepo”.
Pero cuando empezó el conflicto en la región rural de Alepo, Muhammed y su clínica se encontraron en medio de la contienda. “Mi consultorio estaba cerca de tres posiciones estratégicas por las que combatían varios grupos. Estuve atrapado allí ocho meses sin poder dejar mi clínica y había francotiradores por todas partes”.
“Cuando atacaron Al-Safirah con bombas de barril, las calles se llenaron de cuerpos y sangre. Trabajaba hasta bien entrada la noche. A mi clínica llegaban carretas repletas hasta rebosar de hombres, mujeres y niños, algunos habían perdido manos o piernas. Nuestras capacidades quirúrgicas eran muy simples, carecíamos de anestésicos generales y tan solo éramos tres médicos: dos pediatras y yo. Pero los vecinos fueron de gran ayuda”.
Mientras los combates continuaban, día tras día, un gran número de personas abandonaba Al-Safirah. Bajo el fuego de la contienda, Muhammed logró escapar y salvar la vida. “Huimos mientras llovían bombas sobre la ciudad. Aquel día los explosivos alcanzaron mi clínica y la destruyeron”.
“Monté un pequeño hospital de campaña a doce kilómetros de mi ciudad. Teníamos un buen abastecimiento de medicamentos y equipos, pero yo era el único médico. No había enfermeras y sólo contaba con la ayuda de los jóvenes de la zona. Estábamos atrapados entre dos fuegos. En tierra tenían lugar combates y se producían secuestros mientras del cielo caían barriles explosivos. Me prometí a mí mismo que seguiría trabajando y me quedaría hasta el final. No temía a los aviones, pero era el único kurdo de la región, y los kurdos se habían convertido en un objetivo”.
Muhammed decidió marcharse en enero de 2014 porque la amenaza de los secuestros se volvió demasiado grande. Y una vez más, se marchó justo a tiempo. “Al día siguiente de mi marcha, las bombas de barril alcanzaron el hospital de campaña. Todo quedó destruido. Las medicinas que teníamos allí habrían equipado un hospital entero”.
Muhammed recuerda un viaje largo y lleno de peligros a través de Ar-Raqqah y Al-Hasakah, atravesando numerosos puntos de control en los que tuvo que ocultar su identidad kurda, hasta que llegó a la ciudad de Qamishli. Desde allí, intentó cruzar la frontera de Irak tres veces, pero permanecía cerrada. Tuvo que superar un viaje de once horas a pie a través de valles y montañas desde Qamishli hasta el otro lado de la frontera para, finalmente, conseguir abandonar Siria.
Une vez establecido en el campo de refugiados de Darashakran, Muhammed seguía luchando para continuar ejerciendo como médico. Trabajó de pintor durante dos semanas hasta que, un día, mientras caminaba por el campo con ánimo deprimido, todo cambió. “Había perdido la esperanza. Iba pensando en mi siguiente trabajo de pintor cuando me crucé por casualidad con personal internacional de MSF. Me dijeron que había una vacante en el campo de Kawargosk y que podía solicitar el puesto”.
Tras superar una prueba escrita y una entrevista, Muhammed comenzó a trabajar como médico general para MSF en el campo de Kawargosk. “Me gusta lo que hago”, afirma. “Me siento muy feliz de trabajar en mi especialidad con toda mi energía. La gente está contenta con la ayuda que proporcionamos y, además, comparto su idioma. Sé lo que han sufrido y sé cómo piensan. A veces, el único tratamiento que necesitan son palabras”.
Muhammed sigue viviendo en el campo de Darashakran y se traslada cada día hasta el de Kawargosk, a unos diez kilómetros de distancia. A pesar de haber tenido que huir para salvar la vida en dos ocasiones y de seguir proporcionando asistencia médica a sus compañeros refugiados sirios, Muhammed aún tiene problemas de conciencia. “Incluso ahora me siento culpable por haberme marchado de Siria. Trabajar aquí con MSF me ofrece cierto consuelo, pero a veces pienso que habría ayudado más a mi gente si me hubiera quedado, aunque eso me hubiera costado la vida. Quizá así habría cumplido mejor mi deber. Espero que la crisis se resuelva lo antes posible para que la gente pueda volver a casa”.
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Hamza Issa, 56 años, campo de Darashakran
Hamza es de Qamishli, en el norte de Siria y es médico de medicina general. Trabajaba en un centro de salud de la región rural de Al-Hasakah en 2012 cuando éste fue atacado y saqueado por un grupo armado que le avisó que ya no podría seguir proporcionando sus servicios médicos.
“Intentamos continuar nuestro trabajo a pesar de la escalada de combates”, recuerda Hamza, “e intentamos explicarles al grupo que nos había atacado que nuestro juramento nos obligaba a tratar a todos los pacientes, pero no supuso ninguna diferencia. Las amenazas continuaron y nos arrestaron e interrogaron varias veces”.
Decidido a seguir trabajando, Hamza se mudó a la ciudad de Al-Qahtaniyah, donde reanudó su trabajo en una clínica, pero la situación no era mucho mejor. “Hubo una huida masiva de médicos por motivos de seguridad. Solo nos quedamos en la ciudad dos médicos y la presión a la que estábamos sometidos no dejaba de aumentar mientras intentábamos ocuparnos de la enorme cantidad de heridos que llegaba”.
El personal médico de la región seguía bajo amenaza, y cuando alguien avisó a Hamza de que su nombre aparecía en una lista de objetivos, tomó la decisión de marcharse: “Había intentado quedarme hasta el último aliento”.
Hamza abandonó Siria en vísperas de año nuevo en 2013, para comenzar 2014 ya en Irak. Había oído hablar de MSF y estableció contacto con la organización a través de internet. Hamza trabaja con MSF desde que se puso en marcha el proyecto en Darashakran. “Como médicos kurdos sirios, nos resulta más fácil comunicarnos con los pacientes. Lo más importante para nosotros es proporcionar asistencia de calidad de un refugiado sirio a otro”.
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Media Rasheed, 28 años, campo de Darashakran
Media se graduó en la Universidad de Damasco en 2009. Cuando empezó la guerra, su familia se marchó de Damasco, pero Meda permaneció en la ciudad decidida a finalizar sus estudios de especialización en Hematología en la que estaba ya en el cuarto año. Sin embargo, su familia le convenció de que existía un peligro real para su vida y seguridad si se quedaba y se marchó a Erbil en junio de 2013.
Tras buscar trabajo durante seis meses, Media comenzó a trabajar para MSF como médico general, primero en el campo de Kawargosk y posteriormente en el campo de Darashakran, donde pasa consulta a unos 50 pacientes al día.
“Como doctora siria que trabaja en un campo de refugiados sirios, mi relación con los pacientes no se limita a mi labor de médico. Algunos pacientes quieren simplemente hablar. Escucho sus historias de sufrimiento y comparto su dolor, especialmente el de las personas que escaparon del conflicto en la región rural de Damasco y Alepo. Una de las historias que más me ha marcado ha sido la de una mujer siria que perdió a su marido durante un intenso bombardeo en Alepo y no pudo despedirse de él ni enterrarlo antes de huir”.
“Antes de que se desatara el conflicto, en 2011, había oído hablar mucho de MSF. Recuerdo que en la facultad, mis amigos y yo soñábamos con trabajar para MSF en África tras graduarnos y ver mundo. ¡Pero jamás en la vida imaginé que trabajaría para MSF tratando a refugiados sirios!
“A menudo me siento culpable por haber dejado mi país, porque los médicos nos comprometemos a no marcharnos en tiempos de guerra, pero la situación de seguridad no nos dejó otra opción. Cuando termine la guerra, volveré a Siria”.
Karem Issa es periodista de Médicos Sin Fronteras. Este texto ha sido adaptado por Guillermo Algar, también periodista de MSF. En Twitter: @karem_issa
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