El cine y la literatura comienzan a veces sus historias a la mitad y no desde el principio. A esa técnica narrativa se le conoce como in media res: en medio de la acción. Así, el desconocimiento sobre el pasado genera intriga e interés por saber cómo se llegó hasta ahí, cuál fue el origen de todo.
En la vida solemos cruzarnos con personas in media res. Es decir, personas con historias de las que desconocemos su principio, su gran fondo sumergido de la punta del iceberg. Arribamos de manera fortuita a las orillas de las vidas de los demás, como quien va llegando desde un avión a una ciudad iluminada y desconocida en la noche, y durante un tiempo solo conocemos un bello oasis, un atractivo rincón, un reflejo que no suele darnos la medida de la totalidad de una existencia sino más bien una impresión sugestiva. ¡Cuántas historias a medias pasan cada día inopinadamente por nuestros ojos, por nuestros oídos, por nuestro corazón! Más en este tiempo de verano, cuando el viaje suele traer hornadas de nueva gente.
La mayoría de las historias pasan de largo, veloces y distantes como nubes altas, y nunca sabremos de ellas más que una vaga idea de estela evanescente. Otras, sin embargo, poseen tal atractivo, tal enigma, tal asombro, que nos soliviantan y nos entregamos de lleno a ellas al calor de la conversación. Y es ahí, en las pequeñas narraciones que hilan una biografía, donde se adentra en las profundidades de una vida.
El lenguaje es esa inveterada arqueología que se encarga de disipar la niebla del desconocimiento, de cincelar capas y capas de estereotipos, apariencias y prejuicios, hasta pulir una hermosa escultura humana que siempre estaba ahí. De Miguel Ángel se ha dicho que cuando esculpía una obra solo se dedicaba a quitar lo sobrante de la roca.
Pero lo que más asombra en medio de estos descubrimientos es la familiaridad con la que, de pronto y de la nada, dos personas que se han encontrado in media res conversan como si se conocieran ya; confluyen tan a ritmo que nadie diría que no han explorado ya el fondo de quienes son; y emprenden juntos el viaje por los mares sinuosos de la historia personal, la memoria y la visión del mundo.
En tales coincidencias repentinas emerge en ocasiones cierto peligro, pues puede ocurrir que, al cincelar la obra del otro con tanto entusiasmo, demos sin querer en el nervio del amor indómito.
Pero esa es ya otra historia.