¡Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyo
y mío, allá en los días del éxtasis ardiente,
en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo
y un ancho resplandor creció sobre mi frente.
(Gabriela Mistral)
Si escribes en la barra de Google «embarazo 37 años» el algoritmo del buscador añade por su cuenta las palabras «riesgos» y «probabilidades». Si clicas en «riesgos» lo primero que verás será un reportaje que se titula «37 años: edad límite para un embarazo sin riesgos».
No lo lees, ¿para qué? Tragas espeso y casi sin darte cuenta ya estás llorando –ahora pareces estar hecha de gelatina y lágrimas– porque tienes 37 años y no, no ves la posibilidad de quedarte preñada pronto. Ni siquiera ves la posibilidad de quedarte embarazada tarde.
Simplemente no lo ves.
Nana nanita nana nanita ea mi niño tiene sueño bendito sea, bendito sea.
De repente, todo a tu alrededor habla de hijos, hijos, hijos, hijos. Sales a la calle y cochecitos te cortan el paso. Dentro, bebés de exuberante sonrisa desdentada agitan sus patitas y manitas regordetas en dirección a ti. «Mami, mami». Te vuelves de caramelo. Ayquécositamáslindaypreciosa. Las pupilas se dilatan, el corazón se agita, el cerebro suelta, como si fuera un rayo fugaz, una idea estúpida: «róbalo».
Sí, sí, sí, piensas en delinquir de la peor manera. Robar un niño. Dios. El pensamiento no dura nada, pero dura lo suficiente para escandalizarte, para aterrorizarte. ¿Quién soy? ¿En qué me he convertido? ¿Qué es esta pulsión que habita dentro de mí y me transforma en este ser que babea –literalmente– por la maternidad?
Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá.
Asqueada de ti misma, regresas a la casa y cierras con llave. Pero dos vecinas han parido hace poco y escuchas todo el día, todos los días, el llanto y las risas y los cánticos estúpidos y felices de los padres de los pequeños. A veces los odias. Odias el concepto: familia con hijos.
* * *
Hace poco escuché a una niñita referirse a algo que estaba cerca de nosotros, de quienes éramos nosotros, cuando había un nosotros:
—Ahí donde están esos papás.
La madre la corrigió:
—No, no son papás, ¿no ves que no hay hijos? Tienes que decir: Ahí donde están esos señores.
* * *
Se llama nulípara a aquella mujer que no tiene hijos.
***
Hablas con tu mamá, con tus amigas, y te cuentan de algún nuevo bebé, de algún embarazo, de algún parto reciente. De repente, el mundo se ha convertido una gran boca que susurra estas palabras a tu oído todo el tiempo, sin descanso:
—Ten un bebé ya, vieja de mierda.
Enciendes el televisor y ves a Tina Fey, la maravillosa comedianta de Saturday Night Live. Piensas «qué bueno, una peli tonta», pero descubres poco a poco –la sonrisa vuelta un rictus de horror– que la película, que se llama Baby Mama, va de una mujer de 37 años –¡37!– que, desesperada por tener un hijo, alquila el vientre de otra, Amy Poehler. Está catalogada como comedia, pero terminas de ver Baby Mama bañada en lágrimas como una verdadera imbécil porque la pobre treintaysieteñera sin hijos Tina Fey descubre al final de la película que sí, que por fin, que qué maravilla, está embarazada. Alternas los sollozos con cucharones de helado.
En esto te has convertido: en una caricatura de película gringa.
Peor: en alguien que llora con una comedia de Tina Fey.
Dos de mis mejores amigas están embarazadas. Saldrán de cuentas en septiembre, ambas.
* * *
Adaptación de Yerma en el Ateneo de Medellín
Dame el maldito esperma.
* * *
Cada vez que he ido a un chequeo ginecológico en los últimos ocho años ha sido a una persona diferente cada vez. Salto de uno en otro con una promiscuidad comprensible: son unos hijos de puta. Hijas. Hijas de puta, sólo me he hecho ver por mujeres y todas me han tratado con displicencia, con esa rudeza a la que me he acostumbrado en casi todos los aspectos de la vida, pero no cuando la ruda en cuestión es una mujer que me mete un tubo o una pinza por la vagina. Llámenme chapada a la antigua: no me gustan las ecografías ni las citologías sin amor.
No es que en Ecuador los médicos te amen, pero carajo, al menos crean un ambiente, un clima de dulzura en el que no se hace tan atroz acostarte como una rana diseccionada y subir las piernas en las heladas patas de la silla. Al menos fingen un tono de pesadumbre en la voz cuando te dicen que no te quedan óvulos, que cuántos años tienes, que qué extraño.
—¿Cuántos?
37.
Otra vez.
—¿Cuántos?
Repites.
—Vaya.
* * *
Los hijos que no tuvimos se esconden en las cloacas.
Luis Eduardo Aute