Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Acordeón¿Qué hacer?Mentiras verdaderas en el Golfo de Guinea

Mentiras verdaderas en el Golfo de Guinea

Mata es mundialmente conocida como la ciudad que lo tiene todo y lo necesita todo, aunque muchos dirían que hace mucho que todo se fue huyendo del poco provecho. Pero el proverbio es siempre el mismo, y es que el señor horizonte con el que sueñan todos nunca llega. Y el señor mundo se acaba en Mata cada día de nuevas promesas.

Hartos de esperar que actúe el cielo y mande otro diluvio, las lágrimas de los mataleños inundan las calles, y en su propia pena se ahogan, pero en Mata otro día con más promesas.

El señor horizonte se escapa, y con él los sueños se alejan, mientras la frase somos una piña se mantiene. Aunque el señor miedo hace desvanecerse la piña, fantasean todos acerca de una unidad, una paz en la sombra, a lo que nunca se me hizo justo, que se embriagaran todos con tanta propaganda.

El señor miedo controla todo en Mata, la señora pobreza se aprovecha, y juega a ser luchadora. El hambre se pasea a sus anchas por las calles de Mata, el señor mundo se acaba, y Mata en nada progresa. ¿Una ciudad bendecida por el cielo? La cobardía en los mataleños es más grande que sus ganas de vivir dignamente. Impide ver más allá de las promesas, o ya se ha visto, y es el miedo a perder lo que aman, lo que obliga a guardar silencio: aquello que no pueden darles no se lo quites.

¿A quién proteges con tu silencio, esperando el milagro de vivir tu vida en “libertad”? ¿Quién crees que peleará por ti? ¿Quién te va a querer tanto como te quieres?

A nadie en verdad proteges guardando silencio, deja de mirar y esperar el horizonte que nunca llega, confía en el cielo, y en la unidad, paz y justicia, exige aquello que es tuyo (tus sueños, tu paz, etcétera) antes de que el señor mundo se acabe.

Que nuestros hijos dejen de ver tan lejos el futuro, y que los hijos de estos nunca saboreen las promesas vacías y los sueños rotos.(En uno de los barrios más pobres de la ciudad se lamentan Manu y su vecina Ada).

El señor mundo parece acabarse, y Mata no se queda al margen. Los medios de comunicación parecen películas de terror, y la famosa pandemia, como Fredi, viene a por todos. Pero en Mata, todos tan cachondos, también les alcanzó la pandemia. Creen que les hará más famosos.

Ada: Me estoy muriendo de hambre, sólo me quedan 100 xaf, no puedo salir a por pan porque el señor miedo me golpeará por mi seguridad, o de lo contrario, me quitará los 100 xaf. De todas formas regresaré a casa sin pan.

Manu: Me quedé a oscuras por no pagar la factura de la electricidad. Cómo la pago si al salir el señor miedo me golpeará por mi seguridad. Me quedo lo último que vimos en la televisión: noticias de que comienzan ya con las clases online. Mi hijo y yo nos partimos de risa, y en la oscuridad, sólo podemos ver nuestros dientes (“te vas a perder las clases online” le comento a mi hijo entre risas), y el sonido de su estómago vacío me responde que es lo último que le importa en estos momentos.

El silencio se adueña de Mata. Incluso los cleptómanos se dan de baja en su oficio. Tras varias horas sale el sol y, con él, comienza un nuevo día: el regalo de la vida.

Una vecina comenta que hoy los más necesitados recibiremos ayuda. En seguida la vida parece hermosa, más era una mentira más de Ana Rosa. (Ana Rosa es la chica de los avisos y comunicados).

Todos estamos atentos a las ayudas. Nuestros cuerpos, debilitados por el hambre, constantemente se quejan. Pasan las horas y el sol empieza a esconderse para que pueda lucirse la noche, y ninguna ayuda a nosotros ha llegado. La culpa parece de Ana Rosa, pero en verdad ella sólo dice lo que le mandan en las noticias.

El mundo se acaba, y con él la poca humanidad que había en Mata. Todos en estado de alarma, mis hijos y yo debatiendo sobre el karma. ¿Qué será de aquellos que se aprovechan de nuestra desgracia para acumular riquezas y llenar sus mesas? ¿En verdad que el mundo se acaba, o es la película de turno en la que todos somos protagonistas? Aun así, Mata no se queda al margen. Ahora nadie muere por el paludismo o tifoidea (las principales causas de muerte en Mata), ahora todo es culpa de la pandemia: se enfadó porque un siervo de la iglesia eclesiástica le quitó la corona. Mi hijo y yo nos partimos de risa. Tampoco es que tengamos nada mejor que hacer en este encierro (“si no nos mata la pandemia, lo hará el hambre”, dice mi hijo). Qué triste que hasta los críos se den cuenta de que todo son malas decisiones.

De nuevo sale el sol, y con él un nuevo día, el regalo de la vida. Mientras nuestros cuerpos se despiertan del sueño de la noche se oyen los llantos de una mujer: es mi vecina Nchama, echándose la culpa de su desdicha, pues su hermana primera había fallecido a causa de una simple fiebre. Ahora resulta que con tanto equipamiento y oxígeno la temperatura no se pueda controlar. Pero Ana Rosa sale en seguida a decir que es la causante de la muerte. ¿Hay algo nuevo en esta historia? Por fin la gente ya no muere por largas enfermedades que venían padeciendo. Toda la culpa es de “la pandemia”. Progreso entoyang).

Y tan famosa como ninguna otra. A algunos le viene como anillo al dedo la cuarentena. La vecina Vanessa se queja de que su amante le viene con excusas baratas: no puede llevarle dinero porque nadie puede salir de casa. Así que no hay excusas para la señora. Sin embargo, le pide fotos sexis, a lo que Vanessa le contesta que no hay fuego sin calentura. Desde nuestras casas todos en el barrio escuchamos las palabras de Vanessa y nos partimos de risa.

Nuestros cuerpos están cada día más débiles, cada día más enfermos. Pero nadie quiere ir al hospital: entre el supuesto brebaje, el oxígeno y el equipamiento sanitario de alta calidad te arrebatan la vida con maravillosa brevedad. Otra vez sale Ana Rosa. Después de dos semanas trae nuevas noticias: se trata de la ley sobre la prevención de la pandemia/2020, comunica mediante este decreto la reapertura de los centros educativos… En estos momentos de la vida, con el elevado número de infectados que ella misma anunció durante los comunicados, enseguida empezamos a dudar de la inteligencia de Ana Rosa, pero es que la pobre sólo transmite la información que alguien le manda transmitir.

Una mañana de un día cualquiera, o eso parecía, despierto a mi hijo como de costumbre para contemplar juntos el nuevo día. Pero no responde, parece estar muy dormido. Por mucho que insista no se levanta. Puedo notar el frío de sus manos, la falta de movimiento en su pecho. Es en ese momento cuando se te cae encima el mundo, te llenas de ira y la impotencia se apodera de ti. Con todo el dolor de mi vida, con toda la pena que me acompaña, sola, porque no puedo estar en compañía, desde la oscuridad, a través de la fina pared que separa mi casa con el de la vecina, oigo las noticias que anuncia Ana Rosa: “Esta mañana ha muerto un niño a causa de la horrible pandemia”, habla de mi hijo, a quien enterré sin que se le hubiera practicado ninguna autopsia.

Los números de infectados y de muertos aumentan. Es lo que importa. Mi cuerpo sigue aguantando, aunque no creo que por mucho tiempo.

No vivas enfadada. No dejes que el amargo sentimiento de dolor te nuble el juicio, ni te apague, cambie la persona que eres. Porquequien te causa tanto dolor tiene una deuda con el karma.

Más del autor