Son tantas las mentiras que no sé cuántas espaldas se necesitarían para sobrellevarlas todas. Escucho su historia, tan parecida a la de todos los que buscan un cambio de escenario, un cambio de vida. De forma casual aterrizó, como yo, un día en Líbano. Las guerras siempre producen dinero, la del 2006 no fue una excepción. Volvió más tarde, conoció a una mujer, se casó con ella. Se decidió por otra profesión, compró una casa, intentó salir adelante sin que lo devorasen las pirañas en la complicadísima sociedad libanesa. Hubo momentos de gran fortuna, perdió dinero, apostó más, practicó juegos malabares con las manos, negociando, sonriendo con amabilidad a los gilipollas, resistiendo, sabiendo que en tu condición de extranjero nunca serás uno de ellos. Te soportan porque saben que pueden aprovecharse de ti. Te desprecian porque en el mundo que no te bastaba eras el afortunado que lo tenía todo.
Lo escucho con atención. Ha cumplido 41 años, quiere decirme que ya no puede más, que se ha rendido, que no tardará en regresar a España. Noto su pesadez, su sensación de fracaso, la nostalgia con la que recuerda lo fáciles que resultaban las cosas cuando éramos jóvenes. Echa de menos la inocencia, las preocupaciones que uno cuelga en el armario cuando llega la noche; los últimos cinco años de su vida, son percibidos, de alguna manera, como un error al que no queda tiempo que dedicar. Quería triunfar, quería que alguien lo necesitara, nadie desea en el fondo la fulgurante independencia del otro…
¿Tú no estás cansada?, pregunta sabiendo cuál es la respuesta. Beirut te obliga con una soga en su mano a improvisar continuamente, a vivir suspendido en esa incertidumbre asfixiante para los que estúpidamente aún creen que faltan muchas cosas por hacer y los que intuyen que se ahogarán de todos modos. Todos luchamos contra esta ciudad, todos hemos deseado que pasaran cosas que no estaban sucediendo en ese momento. Sin respiro. Sigue adelante. No has venido aquí a disfrutar de cuatro años relajados de tu vida hasta tu próxima misión. No, no vas a salir indemne.
¿Cuál era el triunfo? Como una sombra agazapada, sin que te enteraras, un día llegó. No sabes cómo ni por qué, solo que ya está aquí. Es el desaliento. El descubrimiento repentino de que la vida te ha devorado. Antes corrías en todas direcciones, aspirabas a llegar a todas partes, seguro de quien eras por las cosas que hacías y te definían. Como si el mundo estuviese esperando a que millones de idiotas de 30 años consiguiesen algo. Y tú, por supuesto, eras uno de ellos.
Continúo escuchando. Sus mentiras, que son las mías. Pensamos que algo se torció de repente porque nunca hemos prestado la suficiente atención. Pero todo se torcía desde el primer momento, como una pesada rama que en el árbol, lenta pero sin pausa, empieza a doblarse por su propio peso. El error no consiste en haber sido sorprendido por ese anciano invitado de otras vidas pasadas, tendiendo una tarjeta llamada desencanto; quizá, más bien, esa sea la oportunidad… El hombre apesta a infelicidad desquiciada. No, no sois felices. ¿Quién será el primero en reconocerlo?, ¿quién se ofrecerá como blanco de diana? No sois felices cuando buscáis la madrugada para decir cosas que no resistirían la luz del día, cuando solo mostráis el lado que más se espanta de vosotros mismos.
Ya es demasiado tarde para creer que si el paisaje enfrente de mí fuera otro todo sería diferente. Si no hubiera estas montañas iluminadas en el atardecer de otoño, si el amaestrador de palomas no las sacara puntualmente a las 6 a volar por un trozo de cielo, si la media luna no afilara sus puntas sobre este desguace de casas, yo, por dentro, sería otra, en otro lugar, con otras experiencias, otras emociones. Habría escapado, hubiese sido más lista que la vida. Me habría salvado. Sería otra sin que hubiera cambiado nada.
No, no te equivocaste viniendo a Beirut. Esa ciudad marrullera, traidora, ligera, caduca, en la que, como en todas partes, todo importa una mierda solo que aquí nadie ve la necesidad de disimularlo. Yo también he caído, como tú, qué más da…Tú corazón y el mío son viejos amigos. Las cosas no pasan para que aprendamos algo, podríamos haber aprendido mucho antes que hay un remanso de paz escondido en todas las tempestades, que todos hemos estado peleando contra la realidad y hemos perdido, pero no fuimos capaces. No sé cuando te marcharás, probablemente lo hagas pronto. No mires atrás, no hace falta. No mires al futuro, es el pasado repitiéndose con otra forma. Esto es todo, se parece al infierno, puede serlo. No es este Mediterráneo meciéndose sucio en la superficie. No es el paraíso aunque esperas que un día lo sea, cuando todo vaya bien, cuando dejes de ser el que has sido toda la vida…
¿Quieres volver a empezar? Hazlo en un lugar como Beirut, donde no existen los motivos, donde todo ha pasado ya, la felicidad, el dolor, la soledad, la decepción, el amor, los celos, la mentira, el fracaso, la frustración, el miedo, la muerte, el orgullo, la vanidad, donde has sido todo hasta sus extremos, sin confines, sin jueces, donde eres, hoy, ahora mismo, completamente libre.