Desde hace algún tiempo uno viene pensando que lo que le pasa a la convergencia es que podría estar gagá y va Pujol, el patriarca, y le apoya mostrándose en modo expresidente, quienes casi siempre tienen ganas de bajarse los pantalones ante una multitud; circunstancias que no son exclusivas de Cataluña por mucho que también las quisieran para sí. La cosa es nacional aunque en este caso se presente localizada. A uno no le gusta tener sentimientos tan negativos y siempre espera encontrar algo que le saque del pesimismo, una demostración o una certeza, incluso sólo una palabra amable que le haga ver el asunto de otra manera; pero al menos esto último parece imposible a la vista de la actitud siempre ofensiva de esa “generación de chulitos” que decía Arcadi Espada que les llamaba Borrell a Artur y compañía. Ha salido el padre de todos esos hijos criados en el patio gótico de Sant Jaume (donde se imagina que no dejaban de joder con la pelota mientras cuentan que se depositaban los billetes igual que el gasoil en la caldera), hablando de las chonis como contando un chiste de Lepe, en catalán, y como de la fuerza del país ante el alborozo de un auditorio. Junto a él peroraba Montilla, aquel SuperMontilla, también conocido como “el increíble hombre normal”, que en tiempos le disputaba la Generalitat nada más y nada menos que a Alicia Croft. Éste era, y es, el mundo de la alta política catalana, repleto de superhéroes, que al parecer busca ahora sustentarse en el chonismo. Uno recuerda los versos de Ginsberg: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura”, porque una patria de chonis debe de ser la alternativa al seny extraviado, o quizá agujereado por los piercings. Las chonis o el pueblo de Cataluña. Adiós a los charnegos como el mismo Montilla. Pero éste no, precisamente, según don Jordi, porque es un ejemplo de lo que es ese país. Aquí no hay manera de aclararse. Un charnego hoy, después del triunfo de las chonis, es como un heavy, casi una reliquia, un mosquetero en los tiempos de la prohibición de Richelieu. Y la choni soberanista es el gran éxito de Cataluña según esa patria entera en sí mismo, tan pequeño y tan grande al mismo tiempo; una Cataluña lacada, flamenca e iletrada es de imaginar, que nada, dicen, tiene que ver con la sangre, sino con la cultura.