Estos poemas, recreaciones de algunas metamorfosis de Publio Ovidio, forman parte de mi cancionero Primavera tardía.
NARCISOA Tiresias la gente lo tomó a la ligera cuando dijo que hace longevos la inocencia. Ecolalia produce un picor de conciencia en el alma que excluye toda benevolencia. Trágica, el agua copia al que, camisa abierta, ha ignorado el amor; y el agua lo sentencia. Con tristeza infinita Narciso se da cuenta de que su potencial será sólo silueta. JÚPITER A Júpiter no lo veo como ese piloso dios único de nuestros cuentos. A Júpiter lo releo tal un varón madurito aureolado de aire eterno. ¿Y por qué el señor del fuego anda de acá para allá atrapado en el deseo? De su continuo adulterio tengo parca explicación. Parcialmente, lo que pienso es que huye del contubernio con la legítima Juno por no cometer incesto. Se disfraza de becerro para conquistar a Europa y violarla en el mar negro: ¡varonil temperamento!, lid que, aunque ofenda a su esposa, evita un acto muy feo de gozosos alaridos prorrumpidos en el cielo por la hermanica celosa. HERMAFRODITO Y SÁLMACIS Arriba: nacarada atmósfera; entre árboles sorbe su mala fama la muy gandula náyade. Abajo: el agua tibia espera la fusión (en áspera delicia) del deseo y del amor. Las chicharras solazan, mirando al quinceañero, la cristalina lámina que hendirá el vago cuerpo. Vago cuerpo que observa, con desazón ansiosa, Sálmacis, la que deja su carne a la bartola. Hermafrodito pone su vestido en la orilla para que el agua moje su apta figura esquiva. Su peine del Citoro abandona la ninfa y al aire enseña el torso las turgentes tetillas. Ora clama renuente el garzón que bracea, ora ella lo sumerge y en el agua lo apresa. Y para que no escape pide ayuda a los dioses y obtiene que ese amarre la eternidad prolongue. “¡He vencido y es mío!”, se ufana. Un embeleso hinche el agua: el hechizo de fundir los dos sexos. PIÉRIDES Poetisas putrefactas ponen la voz engolada y ahuecándose las sayas van en gallita mesnada a demostrar que son altas y encumbradas literatas. Las que por antonomasia lo hacen mejor son retadas por esta pandilla crasa que hace mullir las palabras con inconsistente fábula adornada de huera habla. No reconocen la falla de su fofa perorata y recubren con bravatas su pedregosa ignorancia. Las parnasianas, ya hartas, las convierten en urracas. MEDEA Medea, Medea, no te pido que me secciones en pedazos la osamenta por volver mis miembros jóvenes. Sólo te ruego que alargues esta madurez gozosa; y que al ir a orinar no parezca que he meado soja. Rueden, pulcras, mis esferas, percibiendo tu halo en torno, sin que un gozne amenazante altere lo cadencioso. Y si me muestro “prisillas”, si te me pongo pesado, aunque te libres volando húndeme antes tu sonrisa oscura y de tenso encanto. FILEMÓN Y BAUCIS Este tilo esponjoso y esta frondosa encina son la metamorfosis de personas muy dignas. Los dos árboles fueron la dulce parejita de ancianos que acogieron doble estancia divina mientras que la comarca negó la bienvenida a disfrazados dioses, lo que les causó inquina. Pero antes del castigo que todo lo aniquila, Júpiter y Mercurio expanden su sonrisa ante el viejo y la vieja que han puesto en la comida un cuidado muy franco de exquisitez sencilla. Baucis y Filemón caen en la cuenta olímpica viendo que el vino colma sin cesar la jarrilla. Tras el segundo plato los dioses les convidan a expresar la plegaria que les será cumplida. Sólo oficiar desean la memoria divina. E insisten: ambos quieren morir en hora misma. Brillando en el diluvio gozaron la de vista de Dios y devinieron ella tilo, él encina. DRÍOPE, BIBLIS, IFIS Inocente Dríope, al tentar el loto no supiste que era de Lotis despojo. Pagaste muy caro tu inocente arrojo que bien explicaron últimos sollozos. La Divinidad, con injusto aplomo, tornó ágiles miembros en inerte tronco. *** Como los dioses mismos: asimismo tu hermano puede ser tu marido. Mas por contra se aplica una ley del embudo que te hace fugitiva. Para no remorderte, tu conciencia y tu llanto se convierten en fuente. *** En tu encrucijada, un dulce cariño sentías por Iante pese a tu destino. Mujeres las dos, ambas atraídas por las engañosas formas invertidas. Mas la problemática quedó destruida, pues los buenos dioses te han puesto pilila. EL PELUQUERO DEL REY MIDAS ¡Enterraíto! dejé el secreto, bien relleno de tierra, ¡enterraíto! Pues mi rey es estúpido, poniendo un cero a Apolo; y yo viendo que Apolo pone orejas de burro ¡al muy estúpido! ¡Cañaverales!, qué traición me habéis hecho ¡cañaverales! Yo me mordí la lengua enterrando el secreto, bien relleno de tierra (es por eso), y vosotros…, a poco viento que hace, ¡cómo os vais de la lengua! CÍLARO E HILÓNOME Un barrido de la cámara desplaza la zapatiesta entre centauros y lápitas a un recodo de belleza. Delante del sordo estruendo aparece la melena que luce el centauro Cílaro tocado por la saeta. Hasta sus manos equinas le llega una cabellera áurea. Su barba incipiente le da aire de gracia y fuerza. Piel tostada, nívea cola, musculatura convexa, testuz lavada en romero, vello que Hilónome peina. Por el pecho que sostiene al cuello le entró la flecha. Cílaro e Hilónome son bravíos en la contienda. Conocedora del mal, Hilónome se le acerca y con su tibia pezuña quiere taponar la brecha. Juntan sus labios a fin de que el alma, ay, se contenga. Por la misma arma rendida sucumbe la centauresa.