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Meteorito político

Recibió en la puerta al líder de la oposición. Pero al verlo bajar del coche, más que en él, se fijó en la joven aprendiz que lo acompañaba. Su jefe le pidió que le sujetara el maletín mientras se abrochaba la chaqueta, y ella accedió solícitamente, pero acto seguido comprobó que no se lo pedía de vuelta una vez abrochada, y se quedó paralizada. «Empieza a asumir que eso también forma parte de su trabajo», pensó, y se le dibujó una sonrisa nostálgica en la cara.

Se afilió al partido en primero de carrera. Decía que su intención era, sobre todo, pasarlo bien, aunque en su interior bullían grandes pretensiones. Organizó concursos de paellas, charlas con caña posterior, y asistió a congresos por todo el territorio nacional, durante los que disfrutó de las mejores fiestas de su vida. Al principio, el partido vendía más diversión que política, para atraer a los jóvenes.

Algunos lo dejaron para no desatender sus estudios, pero otros apostaron por la política, como en su caso. Fue una etapa de grandes promesas, de buscar la mejor sombra. Las asignaturas suspendidas proliferaban, pero mejoraban los contactos y se multiplicaban sus apariciones en los medios de comunicación. Había llegado el momento de dejarse la piel, de cambiar la Biblia por un manual de lenguaje no verbal.

Ante todo, debía convertirse en alguien con grandes dotes comunicadoras. Las personas con peso en el partido preferían la osadía a la cautela; no les servían los ratones de biblioteca, sino los echados para adelante. Entonces se compró un libro sobre cómo hablar en público, y se obsesionó con la imagen que proyectaba. En ese sentido, puesto que sus malas notas eran públicas y notorias, decidió matricularse en una universidad a distancia, para que nadie las conociera. Además, la carrera ya no era lo prioritario, por lo que podía tomársela con más calma.

Su ascenso en el partido fue impresionante: cada año le sujetaba el maletín a políticos de mayor rango. Su abuelo siempre le repetía: «Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija», ante lo que contestaba que eso mismo estaba haciendo. Tiempo después, se alegró de que fuera testigo de su éxito.

Porque a pesar de sacrificar, entre otras cosas, sus estudios, había conseguido llegar a lo más alto: formar parte del Gobierno. Podían criticar sus faltas de ortografía o su desconocimiento manifiesto de las leyes, pero su perseverancia era incuestionable. Había aprendido, sin más medios que su voluntad, a medrar en un partido político, y ahora estaba al frente de un país, influyendo en el destino de miles de personas. Ya no buscaba sombras, porque era árbol. Ya tenía quien le sujetara el maletín.

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